sábado, 25 de marzo de 2017

Densidad de ser


Cito a Claudio Naranjo cuando dice que la presencia de una persona frente a otra podría ser explicada como densidad de ser

Muy en boga está hoy en día la sugerencia de estar Presente en la corriente del Mindfulness. Que a la vez se inspira en tradiciones milenarias de toda la vida como el budismo o el Tao. 
No hemos inventado nada.

A nadie le gusta el vacío. Ni físico ni mental. 
Por otro lado la saturación, la obesidad de pensamiento y vivencias, a veces resultan en una torpeza de movimiento. Donde mejor se mueve la pluma es en el vacío.




Mindfulness y filosofías orientales aman el vacío. Promocionan un bono de transporte a él. Recurren al vacío. Se dirigen a él como a unas cascadas de inspiración.

Cada persona pasa décadas y décadas inseparable de sí misma. Nos acompañamos 24 horas 7 días a la semana eternamente. El budismo siempre ha aborrecido esta compañía persecutoria.

Para ver que hay más allá de este yo perruno, doméstico y ordinario, intentan olvidarse de él. Provocar una cita con alguna instancia de nosotros más especial.

Para ello detienen el pensamiento, el caudal habitual de la mente, todos esos trenes ya programados que circulan en nuestra gran red rutinaria. El gran mapa de vías de la cabeza se va apagando.

Aún así la mente nunca se detiene. Pero entonces, de detrás de las piedras van apareciendo una serie de pensamientos como duendes. Los que esperaban su turno. Los tímidos que no se atreven a levantar la mano tras el barullo del día a día. Un yo profundo. Diferente, no habitual.

Si nos hemos olvidado de nosotros mismos bajo la pila de obligaciones y rutinas, un yo más auténtico saca la pata en ese vacío. Empieza a cobrar forma. Es un yo más vivo y más fuerte que el yo más esclavo. Pero también es más frágil y debe superar aún la derrota de una tiranía.

Si fuésemos completamente espontáneos a una determinada edad, si no nos cogiéramos a las riendas de cierto control sobre la realidad, ese yo auténtico siempre aparecería. Es en el vacío puro donde brota la espontaniedad pura, y esa falta de control y filtros nos atemoriza.

Nuestro yo es todo ese conjunto de filtros. Esa es nuestra personalidad. Allí están soldadas nuestras partes más orgullosas, nuestros defectos, lo virtuoso y los excesos.

Y si pudiésemos mantener lo justo de esa construcción sin dejar de ser nosotros... 
Y si economizásemos esa estructura para fluir sin entorpecernos... 

Cumplir años no sería otra cosa que ser ingenieros del yo. Quitar carcasas, reciclar nuevos materiales más densos, y volver al esqueleto mental de los niños. Igual de reducido pero inmensamente más denso. Con todas las vivencias ahí metidas sublimadas. 

Vivimos en un mundo de ruido y en una realidad abarrotada. En nuestro día a día sólo nos queda nuestro jardín trasero. Nuestro espacio regenerativo que compensa y estabiliza la jauría de delante.

Ese es nuestro taller para densificarnos. El vacío siempre es bienvendido en un mundo occidental megapoblado de estímulos. Es supervivencia.

O dicho de otro modo, existe un gran riesgo en Occidente de acabar clonado como en una cadena de circuitos impresos de smartphone. Probablemente eso tenga muy poco que ver con la aventura de vivir. O con la maravilla de llevar a pasear a tu niño de 5 años contigo de la mano cuando tienes ochenta, y estar en plena paz y sentido con tu existencia. 
  

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