domingo, 23 de febrero de 2014

Tren de domingo tarde


Cojo el tren de todos los años y todos los 
meses. Pueblo de costa ---> ciudad. Por la pecera se ve una racha de verano en febrero, el primer vapor del sol en el año. Un hombre cojo, intervenido de sus extremidades, pasea como puede enfundado en unos tejanos nuevos y modernos, recién estrenados, y son como su dignidad confirmada y el recuerdo de su proyecto de lucha. No hay casi nadie en el tren a las cuatro de la tarde, y el verano tampoco está sentado, aunque la masiva entrada de luz por los ventanales lo sugiere. Atravesamos manadas de apartamentos de los setenta impertérritos, que han ido alojando olas de familias de cada vez menos ingresos, emigrantes de tres puntos cardinales paulatinos. Está a punto de terminar el hemisferio funesto de los pueblos de playa, su lado negro, pues son recintos bifásicos que pasan de la gloria y fulgor de un verano a la depresiva lápida gélida que son en invierno.
Renacen entre calçotadas, chándals, alergias y barbacoas, en un apogeo rústico y pesebril. Después viene eso de la Semana Santa, que ya no sabemos lo que es, nervioso de calendario, pascua folclórica, que nos despista lo que a estas alturas de tiempos es o no celebrable.Los rurales fines de semana de primavera. Benignos, rellenables y cualquiera. 

Tampoco sé por qué dejé de tener bici, ni mucha gente lo sabe. A Delibes eso no le sucedió, ni le pasó tampoco. Uno se corta la bici de su cuerpo un año, y no se da cuenta, y ya es una menos aportando para la causa.
El año culmina cuando vamos a parar zambulliendo en el mar, ni más ni menos, somos un animal europeo que acaba su ciclo allí. Lo que todo es a tiempo corrido y luego viene el otoño, y el clásico, y no nos damos cuenta ni disfrutamos el culmen. Nos remojamos, y chapoteamos, varias veces en verano, sacamos lo insacable, el hipopótamo de lastre que llevamos dentro. Que le de el aire, que se relaje, que tregüe. Y después ya nos pondremos el traje de brega, desde nuestro encierro ático de ciudad, y desearemos volver a ser hipopótamos, con sus orondas calvas de desierto, sus gastadas cabezas, y su obesidad o esbeltez mórbida o no. La esbeltez mórbida sí. Fruta del tiempo.

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