jueves, 13 de febrero de 2014

Córdoba


Es un breve viaje a Andalucía, pero nos ha tocado varar en su envés, en su anecdótica cara B de lluvia e invierno verídico. Córdoba está configurada para el calor, su mayor repecho, pero unos días al año viene el circo del frío y de la lluvia, y  las palomas moribundas de la mezquita se enladrillan en las oquedades roídas de los muros, esperando que cese la lluvia pertinaz. Así nos sentimos los foráneos, encapsulados en una cafetería pasando el chaparrón. Y la ciudad se paraliza, los patios se clausuran, y el salmorejo para máquinas. Sales de vez en cuando a cruzar algún puente, y en las riberas te vienen dejavús polacos de arboledas necrosadas de marrón y hielo.

El casco viejo de Córdoba es una cosa intestinal, que acaba digeriéndose en el río. Pisas el empedrado del intestino que se despliega retorcido varios kilómetros, territorio ajeno a los coches, donde algún taxi esquiva este domingo un ensayo previo de costaleros que ocupa las callejas. Es la intrahistoria de la Semana Santa, aquí vigente, allén de los nortes ausente. El centro viejo es una cuestión de cuatro turistas, es como un pueblo independiente adosado a la ciudad contemporánea, verdadero estómago de la ciudad, lo dicho, el resto es una historia intestinal. La vida cuece de oficinas y juventud ahí fuera, mientras languidece y se muestra desierta dentro del intestino antiguo. Córdoba aún no es un invento, quiero decir, un invento turístico, no ha entrado el marketing a coser y cortar, no ha trascendido a la dimensión que masifica la oferta y todo lo encarece. 

¿Y cómo es Córdoba? La antigua, la intestinal, repite su apariencia de pueblo, su cortijismo, su aire castellano en el corazón de Andalucía, la insistencia de sus forjados en las rejas y las letras, tan de época concreta, como si la ciudad hubiese sido hecha toda en el mismo lustro. Resulta antigua, y algo desfasada por las pocas incorporaciones de las décadas recientes. Una revisión estética no es fácil en su clasicismo-casticismo, tal vez el mero color actualizaría, un poco del barrio de Boca sabiamente colocado. Estas revisiones se dan espontáneamente cuando un vecino se cansa de su ciudad y un par de arquitectos le siguen el contagio. A veces este vecino resulta ser el alcalde y ahí prima ganar dinero y cargarse el patrimonio. 
Si Córdoba continúa estática, el paso de los años le dará valor, el mérito de la resistencia estética, que otras ciudades ya han logrado y aquí todavía fermenta.

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