martes, 18 de febrero de 2014

Toma de pulso


Buscar el manantial de literatura en los días, en esa su ubicación que exige cinco dimensiones y cuyo paradero se esfuma, retorna, se desplaza y a veces parece antimateria. Eso de la inspiración, el trance, médiums, ya veis, una cuestión para nada tridimensional y al uso. La literatura, tiene su qué paranormal.

También me cuesta pronunciarme mentalmente la edad que cifro. 37. No costó para nada hasta los 35. Tal vez sepa adentro de forma callada, que como un artefacto de feria toqué el punto más alto, y ahora estoy iniciando apenas sin cambio el vaivén del descenso, pero en una trayectoria completamente opuesta e irreversible. En nosotros llega un tiempo en que una montaña rusa se apaga, en que la juventud cierra la última luz de una mesita de noche.

Fui un domador circense de la ansiedad prematuro, a los 19 años plaqué toda la de mi vida en 6 meses. Experiencias formulables a lo diez elevado a la veintitrés, y sufrir como sufren los cerdos, o los perros torturados por homicidas fracasados. Aprendí la lección, o sea, esa enciclopedia del dolor. A cambio, maté la ansiedad de mi vida y se me trocó el don de filosófo a artista, así.
A los 23 y 25 me vinieron dos postgrados. Dos encarcelaciones moribundo bajo depresión, de las cuales no aprendí nada, sólo a sufrir. Eso sí, las depresiones son la barbería de tus expectativas en la vida.
Es por eso que a los 37 me importe más llegar a viejo que triunfar, incluyendo ver a toneladas de tontos reír en facebook por vanidades de gitano del siglo diecisiete. Mi élan vital es conservador, localista y aldeano. Y si nunca me desespero a pesar de los posibles de mi biografía, es tal vez por haberme pateado los infiernos en mi tierna juventud. Aquel niño y joven catapulta de máximos es hoy un hombre de mínimos, con la mira irónica, estática y, telescópicamente idéntica en máximos. Alguien, que no se resiste a ser un francotirador pausado del lenguaje.

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