jueves, 24 de mayo de 2012

Destino del mundo editorial y piratería


El mundo editorial se encamina a paso constante hacia un abismo. La irrupción del libro electrónico trae como máxima novedad no los dispositivos ni formatos, ni siquiera los precios, sino la posibilidad de la gratuidad del mundo editorial, vía piratería electrónica. Tal como sucedió a raíz del mp3, ahora en dos segundos y un click se puede tener acceso a cualquier libro y fagocitarlo. En un cuarto de hora, veinte libros pirateados por una persona, suponen 300 euros que desaparecen de las arcas de editoriales y en menor medida, escritores. Como ahora los descargan más que ayer pero menos que mañana, pues la onda no ha llegado a su punto masivo o napsteriano, estaremos hablando de pérdidas de 3000 € a la hora y 300.000 € en según qué momentos y latitudes. Es decir, las editoriales se van a desangrar. Ir a comprar música y películas ya se convirtió en un hábito minoritario.

A partir de ahora, la idea fabril de seriar libros no podrá continuar, el autor deberá relacionarse con sus lectores, seguir el libro en conferencias, ofrecerles contenidos privilegiados, igual que hacen los músicos. Y creo que debería existir una nueva figura comercial: la donación por agradecimiento. La tecnología pone a músicos y escritores best-seller a la altura de figurantes callejeros, cosa igual de interesante como de precaria. Sus obras no valen nada. Para todos aquellos que las descargan, sus obras tienen el mismo valor que la de un malabarista o solista callejero. Pero igualmente, tras ingerir su producción artística, el sentimiento de agradecimiento y deuda brota, crece una admiración que en algunos casos hasta tuerce vidas y actitudes. Las monedas son una consecuencia natural de ese encuentro, una pasarela de pago a posteriori, limosneada, pero siempre superior a la nada. Quien quiera comprar libros siguiendo las vías tradicionales, lo seguirá haciendo.

Creo también que la mayoría de usuarios de la piratería, está en contra de que se sancione, a juzgar por la ira que sucede a todo intento en vano por detenerla. Vamos a ver, la piratería es un robo, llámalo robinhoodiano o flagrante, pero es equiparable a hacerse con el trabajo de otro, más o menos mimado, más o menos sobrevalorado. A Messi nadie le va sacando los tapacubos del coche a diario. El quid de la piratería es que es chorradamente fácil hacerla, cometerla. Tanto, que no parece un robo, eso y un forcejeo, son antónimos. Se cumple un: es triste pedir pero más fácil es robar.
En este caso luchar contra ella es luchar contra la ciencia. Por suerte, ninguna policía ni ningún político lograrán jamás atrapar a la ciencia. Por lo que cuando tecnológicamente desde casa se pueden copiar fragancias, los fabricantes de colonia ya pueden ir cerrando departamentos y cambiando el modelo de negocio, si no quieren acabar como Kodak.

Todos llevamos un ladronzuelo pícaro dentro, un amigo de lo ajeno que se justifica como un payo y compensa el balance económico del mundo a su manera. Salvo contadas y ortodoxas excepciones, cuando nos llega la oportunidad franca y asequible de saltarnos un poco las normas y “hacer lo que todo el mundo hace”, pues se descarga, se quita impuesto de aquí, o nos va mal pagar el billete. Más, cuando existen corporaciones piratas legales que viven de garrapatear euros y salud a todos, ésas que a las 21:00 h de la noche te llaman a tu casa mientras intentas dormir a los niños, para venderte líneas de teléfono y seguros, las mismas con centros de atención al cliente que justifican por qué el ser humano fue capaz de crear los campos de concentración de Auschwitz, Dachau o Treblinka.

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