sábado, 2 de junio de 2012

La nuca de un cotilla

Vayamos a tirar del hilo de la espalda de un cotilla. Aquel narigón que postra su enorme hocico en las sábanas de los otros y las huele, para después girarse y vociferar lo visionado como un bocachancla. Aquellos vigilantes de ventanas que burbujean con vidas ajenas, los invasores de vidas privadas que se injertan a la suya, confundiéndose a vida objeto.

El cotilla, el detective de vecinos y famosos, esnifa cualquier atisbo de cambio en el día a día de los otros. Se hace su propia gaceta, es un consumidor de vidas en botella, spray, lata o conservas. Necesita ingerir y picarse en vena vida, como todos, pero al no disponer de una propia, al buscársela en el espejo y no encontrársela, le fue creciendo esa gran napia olisqueadora, las orejas parabólicas, y el tabique de platino para poder meterse la vida de los García en vena vía hocico.

Detrás del cotilla, yace el instinto desencadenado de rebañar los huesos de los otros. Olisquear los palacios y lamer los mármoles, una especie de mearse en la esquina de una revista para marcar territorio. La Sofía y La Estebán. Pasa página, Yohnatan, a comer.

Cotilla viene de cota, antiguo corsé, como una forma de eludir cualquier cota que te ponga la vida, no superándote, sino conviertiéndote en culebrillas que se cuelan por rendijas para sacar la cabeza. Existen cotillas como existen colillas.

Si se tira del hilo de Sálvame, pabellón nacional del cotilleo, fábrica incansable de noticias de ciencia, la Nature española, la mejor academia mundial de mamporreros entregados al mamporro vocacional... si se tira del hilo comunitario, sale el mojonazo de país en el que vivimos, que no pudiendo ser república bananera, ha optado por ser la meca de la pandereta, el jolgorio hecho resaca, las abdominales de Esteso.

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