lunes, 12 de julio de 2010

La noche que España ganó el Mundial de fútbol

Luis Enrique subía a casa unas cervezas minutos antes del partido, venían amigos a ver la finalisíma africana. Al abrir la puerta le dolió la nariz como en cada fase final de un mundial, un eco de la contusión sobrevenía cada vez que la nariz olía de nuevo la Jules Rimet cerca.

Se giró, miró al horizonte, y se imaginó ahí detrás los 10 mil kilómetros de distancia que sobrevolaban África. Una estepa infinita de pobreza, que contenía los pocos metros cuadrados en la Tierra, que no disfrutarían de esa batalla final balompédica, mil millones de terrícolas en el teatro de las emociones, dispuestos a comprometerse con el regate más bello del mundo, con todo lo espúreo de sesenta chutes elevado a acontecimiento supremo cada cuatro años, ayer el fútbol era lo más importante de nuestras vidas, todas nuestras penas y nubes se quedaron sentadas en la acera del cine calladas y absorbidas, por una vez nuestros recuerdos de la infancia, que son una de las razones más importantes para vivir, nuestros recuerdos comunes en millones de almas se iban a alinear, y lo más importante, iban a cambiar de color, iban a cambiar de sabor. La historia iba a cambiar. En colores, plásticamente, se iba a pintar un cuadro efímero, pero en el cual se marcaba que éramos los reyes del mundo, en este deseo tan caprichoso y tan humano que es coronarse y exhibir que se es el mejor del mundo mundial. La roja, la de la sequía, la desterrada de los emperadores europeos Italia-Alemania-Francia-Inglaterra, la vagabunda, la potencia siempre en segunda línea, el españolito cutre, landista, pero más noble que todos ellos juntos. No hay problema más perro que la necesidad, la urgencia histórica, el estar en la historia entre el fracaso y el colapso. La noche que España quiso seguir siendo Brasil, que se hermanó con la estirpe de Garrincha, de Pelé, de Cruyff, de Zizou. La noche que España borró el catenaccio del diccionario del fútbol, que evangelizó el guardiolismo más allá de Tarifa.

El partido cayó por su propio jodido peso. Un peso envenenado, embarrado por una Holanda necia que se limitó a pegar y esperar los penalties, unos deportistas indignos que no entregaron el partido y quisieron ganarlo fuera de él. Un peso límite que devoraba la prórroga, la oportunidad de juego, y nos remitía a la tanda de chochonas, eso sí, con el Santo.
Pero España tiene dos santones. Ayer se canonizó al muñeco articulado y diabólico de Stamford Bridge, a ese jugador tan barrooco y tan poco delantero que vive tan cerca del área. Que hizo eso tan raro! tan extraño! de controlar escorado haciendo botar la pelota?? y empalmarla. Empalmarla.
¿Qué jugador en este mundo no controla hacia delante cuando le pasan escorado a gol? ¿Y así, qué jugador es capaz tras el control, de meter un gol con el portero ya bien colocado, perpendicular, y con tiro escorado?
Casi nadieeee.
Pero Andrés se inventa el fútbol, es el ladrón que atraca con chancletas, el soldado que gana batallas descalzo. Nunca será explosivo, más allá de un enpalme, una acción de un par de segundos. Andrés no galopa, no gambetea, no se eleva más allá de los cielos como hizo Puyol, no mete la pierna, no posee al gol. Iniesta juega con guantes blancos, amaga en el área pequeña, pega un caño en campo propio, se pega un lento cha-cha-cha en el minuto 116 de la final de un mundial, es un Messi a la velocidad de un caracol en trance, Iniesta es Pelé en cámara lenta.
Y Cechs se la pasó con buena rosca, Iniesta no pensó que la portería estaba franca a 3 metros escasos, como lo haríamos el común de los mortales. La controló con paradiña como si estuviera en el centro del campo, como un loco, como quien ignora al gol, lo desprecia, se olvida de él.
Pero en su adn está escrito un romance con el gol. Y en un chasquido de tiempo, nos la empalma. Nos la empalma.
Y perfora la resistencia holandesa de 116 minutos por la mano buena del notable Stekelenburg (gran monstruo de la última pantalla), y con un disparo oblicuo. Como si la historia hubiese dicho que sólo había un agujero minúsculo, casi inalcanzable, para salir con vida antes de los penalties. Una rendija a la gloria, que estaba alta, remota y en un lugar muy raro. Sólo al alcance de Andrés.
Sólo echamos de menos en esos momentos a la Virgen, ahí, tan luminiscente entre las redes como la cara de Andrés.
Todos vibrábamos, muchos llorábamos, porque el fútbol te hace sentir la gloria entre tus dedos por unos instantes. Esa ilusión tan bien lograda y tan humana. El cuerpo se encarnó en Sudáfrica, la piel se mimetizó en los gestos de Iker, los ojos memorizaron para siempre la mirada de Xavi, y de alguna manera, nos tragamos toda esa selección, toda esa copa, todo ese campeonato mundial por una parte de nosotros, y fue la noche en que tú y yo fuimos Campeones del mundo de Fútbol.

3 comentarios:

carmen dijo...

Mira Jordi, sabes que no adulo por adular. Y cierto es que me he conmovido. Este escrito me parece la razón traspasada por el alma.
Mientras lo leía volvía al ayer; volvía a palpar esfuerzo, entrega,
limpieza. Ni una pizca de suerte o de chiripa.
Mientras lo leía volvía a sentir la cercanía de los que ayer vimos juntos el partido. Volvía a sentir en mis mejillas tantos besos mojados por las lágrimas. Y , sobre todo, volvía a ver una plaza del Castillo abarrotada de corazones alegres y hermanos. Ayer muchos nos quisimos más.
Uno de nuestros amigos dijo: Los años pasarán pero nunca olvidaremos este día; nunca olvidaremos a quienes con nosotros estaban cuando la selección española ganó el mundial un 11 de julio de 2010 frente a Holanda.

Un abrazo Jordi, y a Mónica también

Jordi Santamaria dijo...

Gracias Carmen.
En el fondo los excursionistas del alma buscamos eso en la vida.
Que lo sesudo que llevamos dentro, trabaje, pedalee, que se exprima, siempre retumbando sentimientos, que se piense con los huesos, los músculos, el corazón.
Nunca pensar en focalizado, siempre en divergencia abierta, e intentar abarcarlo todo.
Porque quizás la bondad, también nace de una actitud cognitiva de tener en cuenta todo.
Después los juicios de valores son automáticos, lo que conmueve manda.
Y nadie el 11 de julio de 2010 podrá poner un pero a tanta emoción.
Fuimos los mejores, los mejores, en tantas cosas más allá del fútbol!

Mònica dijo...

No quería comentar, el post tiene vida propia, y que vida!!!.
Sólo felicitarte aquí,en tu casa, por tanto corazón, por tanto sentimiento, por tanto arte,por ser tú, hoy y la noche del 11 de Julio, me encantó verte vibrar, emocionarte, llorar, como un niño...
Nunca olvidaré como vivimos la final del 11 de Julio, a ese Jordi me lo guardo para mí...