martes, 16 de marzo de 2010

La miseria del siglo veintitrés

Hay tanta miseria en nuestra genealogía, que se arrastra en nuestra ontogenia, que nos limita a hora de hoy... Aunque esté rodeada de lo impoluto, de nuestra participación como accionistas de este mundo moderno y tecnológico.

Quien más quien menos todos venimos de un abuelo ferroviario, agricultor, currante, la mayoría de nosotros desciende de una clase trabajadora del siglo veinte, cuando en este siglo aún se pasaba hambre, se arremolinaban ante un único televisor por calle, las aguas fecales transitaban por donde querían, o los hijos se tenían porque Dios lo sugería y porque el trabajo en casa lo necesitaba. Todos somos hijos de hambrunas, analfabetismo, ruralismo y de una falta de psicología tremenda.

Nos hemos criado en ese caldo de cultivo. El mundo dice otra cosa. Desde el iphone, cosa autosuficiente, icono de lo impoluto, asistente ultramoderno, hasta la moda y las calles conseguidas, parecemos borrar un trauma de precariedad que a nuestros abuelos les parecería el paraíso visto de golpe.
La procesión va por dentro. Somos descendientes de un maltrato universal. O sea, nos hemos criado como hemos podido, con todas las limitaciones que tiene una pareja joven que desciende de una generación de guerra, postguerra o dictadura. Es igual el caso español, franceses o británicos también se jugaban la vida cada tarde en el tajo, la rudeza reinaba por doquier, y eran países atrasados ante cualquier realidad actual.

Lo que quiero decir es que más allá del amor de padres, se cria a un hijo como se puede. Sobre todo, se tutela psíquicamente con los recursos que quedan, después del tajo abastecedor, de las necesidades básicas personales, del batallar de la vida, después sí, queda ese espacio en que se puede criar psíquicamente a un niño de forma efectiva, porque batallando se avanza bien poco en ese campo.
Y somos hijos de batallas, cotidianas, que no bélicas, de muchas familias por sacar adelante a los suyos. En ese sacar adelante, nuestras psiques y las de nuestros antepasados se rozaban con el suelo. Se hacía lo que se podía, y el mimo psíquico se quedaba por el camino.
No hay nada que reprochar, somos crías y les debemos nuestra supervivencia, pero está bien ser conscientes de nuestras miserias. Y basta ver a nuestros semejantes, para ver toda esa miseria de mineros y ferroviarios de antaño, traducida en nuestra mediocridad y poca fortaleza psíquica. Buena parte de nuestras vidas es aburrida o traumática, eso sí, rodeada de iphones y diseño, nuestras vidas son bonitas, y modernas, pero si rascamos hay una desestructuración manifiesta.

Está genial todo el camino realizado, no se han dejado de superar estadios como especie, hoy en día estamos mejor que nunca en muchos aspectos, sólo hay que ver lo mucho que queda por recorrer y seguir evolucionando. Somos unos primates evolucionados en lo alto de la naturaleza, pero de ahí a estar a la altura de la imagen cuasi perfecta de nuestros diseños y tecnología, hay todo un interior pudriéndose por dentro cada vez que es seriamente contrastado.

1 comentario:

Mònica dijo...

Duro post cuando pienso conversaciones sobre ello...Como marca la familia, es parte de la mierda que llevamos en nuestra mochila de la vida, sólo consuela pensar que lo han hecho lo mejor que han sabido.
Un beso