martes, 16 de enero de 2018

Los sueños no existen


Ay la pirotecnia como forma de anhelo. Qué daño hacen los sueños, los máximos, las fantasías inoculadas como un suero inconsciente y constante. Vivimos en la cultura del deseo. Pancarteado, espoleado, publicitado, cinematografiado. La carta de Reyes que nunca acaba. Si no son objetos, son metas y proyectos. La cultura del éxito personal. El deseo, como fuego, como hoguera interior donde no sabemos si acabaremos siendo incendio con él. 
Al otro lado de la acera del planeta, el budismo. El deseo como la raíz del sufrimiento.

Siempre he sido voraz. Psicológicamente. He detestado lo aburrido. He sido un inconformista. Me confieso un culo inquieto sobretodo mentalmente. Como si los océanos de tiempo siempre tuvieran que estar albergando una presencia notable de acontecimientos, tareas, temáticas. La velocidad de mi mente gambeteaba, siempre entreviendo la siguiente cosa, acelerando si hacía falta hasta ella. Cada vez más serenamente, pero voraz sí, con un gran estómago de acontecimientos.

Por eso a menudo anhelamos la pirotecnia. El espectáculo de la vida, un jueves mañana o un lunes tarde, por qué no? Yace ahí inconsciente esa ganuza perenne. El niño que quiere su semanada de fuegos artificiales. El credo de que la vida mola tanto que a veces se inmola. Un respirar que inhala y anhela pausadamente, pero sin dimitir de corazón milagrero.

Es ilusión sí. Es bello. Es una gran confianza en la vida.
O no. Porque tiene su algo de compulsivo, de inhalador. Una fe que no descansa porque se agota.
Los sueños no existen. Esa es la gran verdad donde caerse en la cresta de la ola del positivismo. Caerse bien, abandonar la militancia en los sueños. Porque esos sueños concretos nunca se cumplen, esas proyecciones y películas acaban teniendo otro sabor muy diferente y muchas veces un reparto de protagonistas nada esperado. Los sueños se cumplen, pero no como los esperamos.

Pero no dejamos de visualizar. Los que profesan la religión de visualizar, están pendientes en cada esquina del día que su deseo se cruce con su anhelo. Qué bonito monumento a la desesperación. El resto tampoco pertenecemos al club del desapego. No nos proyectamos grandes logros, pero no nos basta lo ordinario, lo que venga, enseguida nos sale la querencia y la fijación por lo extraordinario, lo especial. Los fuegos artificiales.

Lo hacemos por frustraciones previas y colindantes, que nos empujan al doping de experiencias. 
Vivir en la simplicidad, de una forma minimalista. De una manera poco artificial en el mundo de la naturaleza ya hipermegasofisticada de propio. Hacerlo desde un cuerpo humano que humilla cualquier gadget último modelo. Y así,  captando la densidad de lo ordinario (dirigiendo ojos y conciencia a otras historias), tal vez se llegue a la gran satisfacción de vivir en la nada, en un mundo vacíado de lo accesorio, y en un mundo igual o más candente, donde no pasa "nada", pero es suficiente y colma. 

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