jueves, 4 de enero de 2018

De Umbral a Perls. Andén 3. No efectúa paradas


Este escrito va acabar en el blog. Y como viene de honduras, las propias, tendré que contextualizar cómo emerge tal contenido en el seno de un blog abandonado.
Quiero ponerme a escribir y orbitar artísticamente sobre la teoría de la neurosis de Fritz Perls. Estoy leyendo el anárquico tratado suyo “Dentro y fuera del tarro de la basura”, una especie de autobiografía que el fundador de la Terapia Gestalt armó durante su estadía en el Instituto Esalen. El libro es una confesión palomitera de un prospector de la mente humana. El espeleólogo del psiquismo siempre está detrás de la pluma, pero él mismo se define como gitano, y alterna comprensiones profundas del psiquismo con mundanidad cualquiera del momento, porque sólo quien aborda lo corriente con una actitud diligente y valiente puede pescar aquello que siempre resbala del psiquismo humano.

Normalmente los psiquiatras e investigadores se han puesto guantes y han acudido a una sala reservada de los procesos mentales suyos o de los otros. Obvian la imaginación rasa, las ocurrencias fortuitas del momento, la instintividad detrás de sus mentes y batas universitarias, lo que les muestra su actitud corporal del momento a la cual seccionan en un búnker habitual. Los investigadores se ponen el traje elitista de exploradores de la mente y siguen su personaje. Freud se lo puso un poco florescente y reventó audiencias, por ejemplo.
Fritz Perls en cambio, es un gitano confeso. Fundó por los 60 una de las corrientes mayoritarias en Psicoterapia cincuenta años después. Pero lo hizo a su manera anárquica y palomitera. O a ver si os pensáis que el artefacto racional del animal evolucionado miles de millones de años se iba a dejar cazar por un señor cenizo de bata blanca.

El primer estrato de las neurosis según este viejo salido alemán que de nada se esconde, es el de los clichés. Veáse toda la sarta de primeras convenciones sociales para contenernos entre nosotros de buenas a primeras. Ejemplifico yo mismo con: conversaciones de ascensor, fórmulas sociales de encuentro, señalética convencional, o el abominable mundo de los tópicos. Sirven para albergar lo correcto y el decoro, una pacífica y desvitalizada carne social que seda los instintos ante el interrogante de los desconocidos, foráneos, que cada vez más se agolpan alrededor nuestro en las aglomeraciones poblacionales, y a los cuales no abordamos oliéndoles ni mucho menos como hacen nuestras mascotas espontánemente. No somos tan sabuesos y perspicaces, solemos poner una pantalla en medio, y tiramos de fórmulas de cortesía estandarizadas. Paramos un primer impacto, y en su trajín extraemos alguna nota característica de la otra persona al vuelo según nuestro mayor o menor ojo clínico. Si se alarga el encuentro entra un segundo estrato neurótico que es el de los roles y los juegos. Cuando nuestra personalidad se empieza a mostrar, aparecen el rol de tímido, el juego del misterioso, el rol del salvador, el juego del seductor, el rol de la víctima, el juego de la captación, el rol del responsable, etc. Empezamos a proyectar todo aquello con lo que nos identificamos. Pero son personajes, posiciones de defensa que se nos escapan, infantería psicológica, que luego en privado y en confianza se matizan hasta ofrecer una faz muy diferente. Lanzamos nuestra avanzadilla, más conquistadora o defensiva según nuestro coronel instintivo que en centésimas de segundo sí lanza una estrategia como el perro huele y reconoce al instante.

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