lunes, 19 de octubre de 2015

Thessaloniki 5/5


Tesalónica se me hace pequeña e improviso una excursión a Véria. Salgo de casa dirección a la estación de tren. Hoy los edificios del mar han cambiado. La leyenda del mapa del mar cambia cada día, como un zoológico de buques transhumantes. 
Sin café aquí compruebo que soy un proscrito. Mientras lo pido tengo un escarceo repostero. Me encuentro en el mostrador un hojaldre que hechiza a los ojos, el súmum del croissant milhojista. No caigo en la tentación y al irme el local me despide con un olor que embriaga. Turbado sensorialmente, logro contenerme.

Ciudad sin metro y sin restaurante alguno de sushi que haya divisado. El paisaje urbano desanima, almacenes abandonados, edificios desconchados, colores industriales, dejadez y degradación urbana. Cuando las imágenes se acercan en el recuerdo a la Habana, ciudad corrompida estéticamente, perversidad paisajística, malo. Por las noches te topas con calles ciegas sin una triste farola, en plena oscuridad como en un bosque ignoto. A uno le viene a la cabeza el título oportunista y dramático de darse aquí la noche más triste de Europa.

Véria es un traslado trámite pues es una población periférica sin encanto a menos que te gusten las iglesias. Aprovecho para comer la ineludible moussaka y retorno haciendo la digestión en el autobús junto a un monje ortodoxo barbudo y folclórico.

Mato las horas antes del vuelo de vuelta paseando por última vez mi recorrido habitual por el centro. Sé que tardaré en volver al norte de Grecia, y me emplazo para una visita en la tercera edad, cuando todos estemos cambiados. Ha sido un fin de semana helénico lejos de lo habitual, interesante, crítico como es marca de la casa, y suficiente. Siguiente parada, Berlín.

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