martes, 6 de enero de 2015

La segregación escolar


Nos íbamos a pasar el resto de nuestras vidas conviviendo con alguien del sexo opuesto, pero al cristianismo no se le ocurría otra manera mejor de perturbar la existencia que criarnos separados. Así de celestial y antinatural se regía nuestra vida, las pinturas paralizadas de la capilla sixtina como modelo, cuento y escayola del turbión de la vida.

El cristianismo fue una salvajada, una forma de vivir muy animalesca. Ir corriendo a bautizar un neonato, por si el aire lo demonizaba. Clausurarlo todo desde el inicio. Un sometimiento absoluto desde el instante cero de la vida, y cientos de centinelas mentales asediando las leyes de Dios de pensamiento, palabra, obra u omisión. Una dictadura contra los sentires naturales, el atrevimiento científico, el progreso, el goce, la excepcionalidad. Una casta mediocre apoderándose del destino de todos, inoculando culpa, chantajeando al humilde con el Absoluto.
¿Hablamos de la Historia del hombre? No, es la Historia de un mamífero. De un animal que imagina, y piensa, mal, y que rige su vida por la superstición. Consecuentemente, tal inseguridad provoca autoritarismo y sometimiento, y las ideas, aún celestiales, ya son chapuceras y con un sutil veneno preñado.

Nos criaban con una muralla rodeando los sexos, por si con seis años nos daba por follar, y el resto de la vida no hicimos más que pagar esa falta de naturalidad, pues el otro sexo era otro ser apartado, desnaturalizado, extraterrestre. Adolescentes bipolares que o bien les daba un miedo atávico dirigirse al ET, o bien saltaban sobre él en masa y magreaban en un tumulto del patio, a la chica de Cou de turno o a la señu nueva en el correccional de la fe.

El cristianismo, que aún colea, no me parece más, que una realidad tóxica contemporánea.

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