domingo, 6 de abril de 2014

Los animalistas militantes


El pasaporte a mi escritura es el no-sueño, o ese semisótano creativo reducido. Hoy quisimos devolver un cachorro que vía una ong habíamos acogido voluntariamente en casa, mientras surgía una familia que lo adoptase. Tras mucho insistir, tener ya un contacto adoptante, ser juzgados éticamente y amenazados de denuncia, se nos facilitó un intermediario para poder devolver a Barajas, el boxer mestizo de mes y medio que acogimos en casa esta semana. Somos unos hijos de puta por no haber dormido estos días, por no habernos separado de él 24 horas, y por no haber prácticamente salido de casa. Hemos sido unos egoístas por permitir que Kobe, nuestro perro, mi escudero literario, quedase desplazado y marginado por el ego latifundista de un cachorro, sin rechistar en un buenismo asceta, porque sí, algunos perros son ascetas y sus dueños pueden llegar a místicos. Hemos sido muy listos en firmar un documento sin mirar, que contenía cláusulas del tipo "si quieres terminar la acogida debes hacerlo por escrito un mes antes, y si surgiera un problema con tu perro debes contratar un etólogo para solucionarte los problemas". Olé. Me considero animalista, del ejército lírico en defensa de los animales por un lado, y fiscal de la parte animal de lo humano tan transvestida de decoro y dignidad barata por otro lado. Pero a los animalistas extremos, los bestialistas, les gustaría que gobernasen las perdices y que a los niños gritones les operasen ipso facto de las cuerdas vocales, por la sanidad pública claro. A todos nos excitan las causas perdidas, cualquiera usa heroísmo para justificar una vida, hasta el talibán suicida que se inmola con una pureza total según sus ojos. Nosotros somos unos hijos de puta por no haber traído un etólogo a casa, un psicólogo y un profesor de ikebana, y es muy injusto que no se nos haya escupido, lapidado con pienso de recién nacidos, cuando hemos entregado a Barajas. Ellos, los animalistas de diario, militantes, activistas, son los que salvan este mundo del infierno. Sin ellos no existiría la justicia, la dignidad ni los buenos sentimientos. Son talibanes en su afganistán perruno, en la cárcel a la que ellos mismos se han sentenciado, por un claro maltrato humano previo, recurren al pobre perro como un gurú de un proyecto de vida fundamentalista, y el pobre perro endiosado mira sube la pata y mea. Al final, estas maravillosas personas, expertas en autojustificarse el planeta, acaban lucrándose con su benevolencia, pero si se lo dices ya no te ladran, te muerden pensando en el ché y en un corro de niños cubanos mientras sangras tranquilo porque están más vacunados y panzones que cualquier perro de las américas.

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