jueves, 2 de agosto de 2012

4/5: El ombliguismo supino y las cosas por su nombre



En este país se ha pasado hambre, pero quedan pocos abuelos que dan fe de ello, son una memoria fósil enterrada a punto de confundirse con la ficción. Estamos instalados en otro carril de la historia, el de décadas de enriquecimiento, cada vez con más ritmo, dejando muy atrás otras realidades pobres de ayer y de otras latitudes.

Y esta gran crisis no deja de ser también un gran teatro, un acontecimiento, lleno de flashes y micrófonos. Pero un teatro donde se proyectan nuestras miserias, nuestras impotencias, nuestro ridículo. Parte del teatro es el ombliguismo supino. Ni se sabe cómo se ha llegado hasta aquí, ni se barrunta cómo salir, ni se admite lo primero ni lo segundo, la técnica reinante es la patada hacia delante. Se piensa con el ombligo, entre énesimas cumbres de topos. Nunca se llaman a las cosas por su nombre, se pone un parche tras otro parche tras otro parche.

Y tan ricos somos que nos olvidamos qué significaba ser pobres, o qué pensarían en cualquier poblado africano ante nuestro rebote monumental por perder la paga extra de Navidad. Hoy en día, que ya somos ricos, son otra realidad, confundida con la ficción. Antes compartíamos alguna vivencia con esos desgraciados, y hasta parece que esta crisis, con sus medios de comunicación pintando el paisaje a diario, se haya propuesto que no aparezcan, y que caigan en el terreno movedizo de la ficción, que sólo se hable, rehable y deshable de la crisis, la gran crisis, que este drama nuestro nos paralice, nos anestesie, nos atonte, y nos haga protagonistas lerdos de la Historia.

Nuestro foco, nuestra referencia en la carrera, es EEUU y el G-7, estamos cuadrados para ir tras ellos. Esos simpáticos etíopes y sudaneses, ya no son referencia alguna. Porque esta crisis, también es un ejercicio estúpido de olvidarse de donde venimos. Año tras año nos hemos acostumbrado a nuevas cotas, vividas, sorbidas, y superadas, por la nueva cota, el nuevo modelo, década a década. Como animales de costumbres, tenemos la mala suerte de habernos acostumbrado a lo bueno, creérnoslo nuestro.

Y esta crisis, que no es cáustica, sólo decapante, nos esquilma beneficios, que duelen a amputación. Pero nadie seguirá sin poder explicar por qué en una latitud una familia tira comida delicatessen a la basura, y en otra los niños tienen panzas infladas a punto de morir de malnutrición. Lo queramos oír o no, nuestra gran crisis es una puta mierda comparada a la vida de requetemierda granguenosa de millones de desgraciados. Pero claro, nosotros estamos acostumbrados a lo bueno, y ellos, a una vida de mierda según nuestros estándares. ¿Quién tiene más a perder, quién tiene más a ganar? ¿Quién tiene más a enseñar??

No hay comentarios: