jueves, 29 de octubre de 2009

Consultoría de la seducción!

¿Existe alguna semejanza entre Napoleón, César o Carlos V, con un metrosexual jugón que triunfa en las discotecas?
La respuesta es sí. El lenguaje nos ha dejado la palabra conquistadores para todos los ligones de guateque o discoteca que consiguen unos besos o algo más con las damiselas que precien. Precien, palabra fea que fija un coste determinado para una meta. Pero estos seductores, e incluyámonos, porque todos los somos en nuestra medida o alcance, sabemos que puede llegar a ser un procedimiento harto sofisticado el conseguir "ocupar el país deseado". Cuanto más difícil es la conquista, mayor será la satisfacción, más grande el disfrute en el preciso momento que se puede decir que hemos plantado la banderita. La ley del deseo nos lleva como un imán a la conquista, y en décimas de segundos hay reuniones y juntas con nuestros generales y comandantes del instinto para encarnar la conducta adecuada que permite ganar metros, porque todos sabemos que es cuestión de avanzar metros y metros, metros hacia adentro porque tarde o temprano se llegará a la meta. Tenemos que consultarnos porque no es cuestión de ser como somos, hemos de sacar nuestra mejor quijada, los movimientos más nureyev que tengamos, la oralidad brillante de Valdano que suele brillar por su ausencia. Y allí el instinto modula y moldea, se pueden ver milagros cuando el que piensa está allí abajo y lo enciende el deseo, el triste destino de un casanova que se vuelve inteligente, sobrio y ejemplar sólo en un antro con humo y gogós, como un esperma mental que se exprime en ese contexto y luego seco no existe allén de los bares. En otros escenarios de no picoteo no hace falta una simulación gimnasta de 10, y podemos soltarnos con mucha menos máscara preciosa, sabiendo que al final todas caen y salen fétidas.

Y es en ese momento, en que la presa, el bellezón, la vela del deseo, el imán irracional de esa exhibición, el foco de esa dulce y maravillosa pasión para el que la vive, se consigue... se ocupa, se conquista, se pisa, se posee por momentos... surge la semejanza con esa erótica del poder, de sentirse poderoso, valorado socialmente aunque sea en un juego de espejos discutibles, sabedor de un trono escenificado por todos aquellos millones de jóvenes que salen por las noches, en la cima, modestamente, sin ostentar, pero consciente del sobresaliente sacado en esta brega y vocación instintiva a la que tantos aspiran y tantos esfuerzos requiere. Una farsa quizás, un sainete más bien, un género doliente y existente, establecido, sólido, y cuya sombra puede resultar la incompatibilidad futura en otros estadios de vida donde el instinto no encuentra los mismos lugares y dilatados procesos.

1 comentario:

carmen dijo...

Mis comandanes y capitanes de "aquellos tiempos" me aconsejaban mal: Hablaba de Nietzsche, de Platón, de lo trascendente, y el presunto conquistador se iba poco a poco diluyendo en su vasito de ron con cocacola...
Luego, con los años, he pensado que alguno que seguía la conversación era porque tenía
más paciencia, pero que el objetivo de conquistar era el que mandaba.
Por algo leí en Julián Marias que el hombre cuando está en ese trance "entiende", y luego se "desentiende"...
Y como ahora las jóvenes son más fáciles, se deben quedar antes desatendidas.
Desde luego, la paciencia del conquistador de antaño era heroica. Tan heroica, que recuerdo con sonrisa que duraba años!
Bien, Jordi, creo que me estás inspirando para un escrito.
MMMmmmmm......
Eres un seductor!