sábado, 2 de octubre de 2010

Manufacturas

Callejuela adoquinada, colmado entrañable de madera y letrero modernista, frente a plaza de época con fuente esculpida. Transeúntes en trajes clásicos, chalecos, relojes de bolsillo, bombines y bigote. Imagen con polvo en calle, colmado y transeúntes, polvo del pasado, de la memoria, el polvo que cubre lo irreal.

Cuando paseamos por nuestra ciudad, y ella todavía contiene guiños a ese pasado, pequeñas zonas (adoquines, colmados, esquinas, callejuelas...) que al verlas, nos permiten reconstruir el pasado desde ellas, instantáneamente se forma con la imagen una punzada de nostalgia. Épocas contenidas en fósiles de la ciudad, de tiempos que ni siquiera vivimos. Esa nostalgia nace de nuestra filia humana e imperecedera a lo artesano. El pasado era mucho más artesano. Las cosas de piedra, las ropas, las luces, la urbe incluso, tenían unas manos detrás. Anónimas, pero ver esos adoquines, colmados, estatuas, es ver también unas manos detrás. El pasado nos resulta cuco, el pasado nos resulta más cercano, cercanía humana.
Los tiempos modernos, nos muestran detrás una máquina. Maldito funcionalismo. Los edificios de hoy en día son menos humanos, y más de lo otro. Es una estampa de la autoría de hormigoneras, fresas, tornos y apisonadoras. Las manos fueron cortadas.

Los que vengan detrás puede ser que tengan la punzada con nuestros edificios y calles, por ver en ellos más torpeza, y eso también es olor a manos. Pero a nosotros nos saben insípidos, si buceamos un rato por esas calles góticas, si compramos en un colmado del pasado, o si nos imaginamos esas vestimentas ingenuas y pulcras del que tiene una cita por primera vez con una ciudad. Queremos artesanía y manufactura diluidas en nuestras vidas.

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