domingo, 9 de mayo de 2010

El hombre obediente

Lavados de cerebro S.A., el otro día divisé un cartel de empresa con tal nombre, y me enteré que no han sido denunciados, encore. Se dedica a burdamente des-lavar cerebros de gente ex-secta, aquellos que fueron acompañados hasta un precipicio al borde de la locura gregaria, y por un regate al destino pudieron salir de ahí. Lavados de Cerebro S.A. también tiene su sección de marketing, y pretende hacer un centrifugado suave en las cabezas de los posibles consumidores de una firma que les pida sus servicios.

Todos cuando comemos mierda, cuando nos tragamos marrones de trabajo o ocupaciones similares en esfuerzo, digerimos esa mierda en forma de un ablandamiento de nuestra rebeldía. Cuando las ob-ligaciones nos moldean, nos ponen tapias a las horas, tuercas a la efusividad, rayas y límites a nuestro campo de deseos, nos entra un síndrome de Estocolmo del sur, consistente en erosionarnos rebeldía, albedrío, un tragar saliva y sustancia de libertad.

Entonces aparece el hombre obediente. Aquel hijo de la sociedad, educado-moldeado por los límites. Un albedrío limitado que coarta la libertad meridiana del ser animal que duerme dentro. Todos nos hemos sentido plenamente libres alguna vez, ya sea en la infancia como mínimo. El 100 % libertad se traduce en que nada es imposible, esta tarde puedo pasear por mi barrio o irme a comprar a un mercado exótico de otro país. Mañana se podría iniciar la primera página de un gran libro o prefiero intentar reconquistar a aquella amiga de la infancia que tanto quise.

El hombre obediente ya empieza a hacerse cenizo. Es un tío genial y de admirar, pero su horizonte se ha reducido ocho metros por cada lado. Luce el sol de lo sensato, desaparecieron las nubes del dulce riesgo, y el aire huele menos exótico y remoto.
El poeta, el loco, el cantante de rock, el escritor, los amigos de la inspiración. Ese es el reino encantado sumido de cierto veneno letal, la cima espiritual que todo el mundo anhela, pero ahí tan arriba, sin aire y sin presión. Nadie es artista 100 %, ni tal vez ni siquiera 80 %. Hay un corpus bien grande abajo de la persona, que es todo ordinariez y cotidianeidad. El arte siempre es más una buhardilla mental a la que nos subimos. No es el salón de estar donde pasamos la mayor parte del día.
Siempre te puedes drogar, siempre puedes haber nacido con una tara que te permite residir ahí pagando estancias en sanatorios mentales, pero si no, es un país maravilloso que se visita un par de horas, con el reloj marcando el tiempo del verano, con la inspiración más prístina flasheando la luz.

El hombre comemierda, el hombre obediente, es el hombre normal, el hombre sano.
Droga y arte van demasiado juntos. Uy, me comí hoy un pastel de marihuana.
Ay. Estoy trabajando 12 horas al día en una "oficina".

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