viernes, 19 de octubre de 2012

Tormenta de barro


Esta tarde el tiempo amaga con tener personalidad, se inflama un poco, el viento está revuelto, imantado, como si quisiese traer una tormenta, un poco de electricidad, y truenos. Las plantas, escenifican esa espera, moviéndose. Tal vez sólo traen de huésped al otoño, con las maletas, para quedarse. [...]

La mañana ha llegado, y el cielo ha descargado una somanta de barro. Ésa es la sorpresa que nos tenía preparada. La niebla de arena que llegó la semana pasada del norte de África subió a los cielos, para posarse esta noche con la lluvia. Y así está todo Marruecos en polvo metido en cada charco.

Cuando éramos niños y formábamos parte de un equipo federado, se nos caía el alma al suelo en un día de partido lluvioso como el de hoy. Esperábamos, nos manteníamos bajo un porche viendo caer la lluvia, impotentes, esperando un milagro que cortase esa frustración. Ninguna mutación urbanística traía de cuajo un pabellón.

Compruebo que la escritura tampoco tiene pabellón, que mi rutina inagurada de crear en la playa y espacios abiertos, quedaría suspendida como los partidos alevines por darse en otro planeta, con otra atmósfera bastante inoperante. Ayer anotaba que un espigón rompeolas es un buen pupitre lírico sentado en el mar.
Los días de lluvia escribiré en cafeterías, vestíbulos de biblioteca, recovecos interiores, sociales, donde desembocan las rutinas y los trámites con sus caras de trance burocrático, o transitan criaturas bohemias desplazadas como yo. Hoy también bajo un porche detenido, mirando todo el terreno de juego mojado y barrizal.

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