domingo, 21 de octubre de 2012

Malos planes y un autodoctor


Una cena reencuentro con malos amigos de la infancia requiere como un día de desintoxicación - aparte de la etílica. En ella se traslada a la cabeza de coordenadas, se muda por una noche, a una vida dejada, cribada, podada de frutos.
El niño almacenado en uno, se asoma, se siente aludido ante esas voces y nombres de las anécdotas, y se queda mirando en la tapia, eclipsando el presente. Sin querer toma la identidad y la deja al acabarse la noche, como cogía y soltaba los globos de pequeño.
Pero esa ausencia de mando, crea una ligera anarquía confusa, un batiburrillo de yoes que provoca una resaca de la personalidad. Ni el niño reconoce a los adultos, ni el adulto reinterpreta los niños. El mote de la cuadrilla lo dice todo, judakas. Últimas cenas con Judas.

Trastabillado, llego a la siguiente noche tirando de gula y acabo en empacho. En su día, un chamán catalán, que también los hay, me soltó que el origen de todos mis males era la gula. Esa teoría tiene su boga y es aceptable, si no fuera porque más aceptable era huir de ese diagnosticador por sueños, frío, sobrado, que proponía hablar entre máscaras, por muchos libros y teorías que hubiese escrito.

Suelo ejercer de médico cuando la vida me deja la licencia, es decir, con uno mismo. Se ha de ser un paciente disciplinado, aprovechar que la conciencia está afiladísima y es capaz si no hay gravedad, de ir oliendo el camino de salida a la enfermedad. Los órganos agradecen posturas concretas, hay que acomodarlos y llevarlos a su asiento. Si el cuerpo reclama potar todo lo que se pueda, hay que ponerse abdomen al asunto. Te dice luego qué temperatura quiere y qué partes prefiere ventilar. El cuerpo te chiva su telemetría. Si hay urgencia, hará aprender respiración yóguica de la nada. Y tanto que aprenderás. Mr Google siempre te ayuda a sopesar un remedio casero, doméstico. Una infusión de poleo-menta con genjibre ha ayudado a zafarse del empacho lo más pronto posible.
Mi mayor hallazgo fue aprender que la mejor terapia para el cólico nefrítico enviado por el maligno, es ponerse a caminar a ritmo constante (habiendo ingerido el sagrado voltarén antes de la marcha). Resulta bizarro, supone iniciarse en la contraintuición, pero es que el acojone y el miedo de los episodios vírgenes de los cólicos, paraliza y ensordece la fina voz de fondo de la intuición levantando la mano.

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