No sé si mi cuerpo se pide un día de descanso de escritura. El asueto o reseteo siempre sientan bien.
Mientras mondaba patatas - uno de esos quehaceres que estimulan la imaginación - pensaba que el escritor es un científico a pelo. Un sabueso del lenguaje que no debería renunciar a la revelación. A que su kalashnikov lírico descubra una realidad no nombrada, y tenga que salir manos arriba, rendida y ya nombrada, con una aleación de palabras inmiscibles hasta la fecha, o con una capa adjetival que la quita del mundo de lo invisible. Y la bautiza con un decir clavado, revelador, etiqueta de ciencias exactas, tal cual hacen esos motes maravillosos y redondos de los pueblos, acaparando toda la significación posible en cuatro fonemas.
Las ciencias luego. El lenguaje científico se pasa de unívoco, de aséptico, con su aspiración mineral. Metodicismo y ortodoxia que comen aparte del mundo. Cuando lees un historial médico Groucho Marx sonríe. Son como una parapetación, un coger distancia como de la muerte y de la vida a la vez, en un tratarte según un paradigma --> chasis, y lograr una visión mineral del asunto.
Cuando el ser humano es aquel asunto que parte de lo mineral, de la química, y luego se arborifica y se hace un espectro de fenómenos en cascada que terminan en un pensamiento que pringa y reacciona con todo lo mineral, en plan bucle minero-espiritual. Y claro, la ciencia pesca con redes de un determinado calibre, ciertos fenómenos se les escapan, los que no se dejan hacer una llave, ser reducidos o placados.
Eso sí, nada que ver con el watushi escritor que sale a cazar con su lanza rudimentaria y secular, son las tribus de la ciencia, los románticos cazadores de las fugaces liebres de la verdad.
domingo, 28 de octubre de 2012
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