Afirman que la música tiene su región cerebral, y que el lenguaje tiene la suya, que se procesan en lóbulos diferentes. Estaría bien estudiar qué procesos tienen superpuestos las dos funciones, porque tal compartimentación suena sospechosa.
Es también mágico como una obertura, unos sonidos breves y sugerentes de repente, disparan el bombo límbico de las emociones de forma automática.
La música es sugerencia. Vaciada de semántica, se postra en el viento de la interpretación. Las escalas musicales luego son hermanas carnales de nuestra biología, hechas por un incesto en crisol de afinidades.
La música es esa munión de criaturas mudas que penetran en el cerebro directamente, un lenguaje pegajoso y nuclear.
Una banda sonora, como si a las escenas de nuestra vida les faltase un toque, un color, un aplique paralelo a nosotros hecho de nuestra alma ya evaporada y condensada en sustancia musical paralela.
Se tiene o no se tiene el número de teléfono de la música. La capacidad para conectar con ese lenguaje subterráneo de pre-textos, inmediateces, un mundo fugaz donde los peces-sonidos van a mil por hora, y en un instante hay que escuchar-cribar-transmitir y fijar. La capacidad de componer, de ser un tiznado de música que se mueve por ese magma-bosque pre-constitucional al lenguaje y compara sonidos, toques, estridencias, silencios cuchillo... esa capacidad de criatura cavernícola del submundo oscuro de los sonidos, se tiene o no se tiene, el resto somos meros usuarios de las composiciones que salen.
Reitero que me imagino el mundo original de la música, su país, de donde emerge, a donde la va a rescatar, cazar o recolectar el músico, como una vasta dimensión sin palabras, oscura de ojos cerrados, donde habitan colgados los sonidos, entre grutas, y el viento - esas interferencias de todo creador ante el papel en blanco o el pentagrama - mueve y complica las estanterías caóticas de los posibles, entre la oscuridad.
No es de extrañar que luego el músico ejecute la música como en trance, alma velada, recorriendo con su punzón toda la gruta creativa, llena de repechos y peñascos, resbalando significados encontrados, brillando pasajes reveladores, en una especie de laborioso orgasmo.
Y todo es tan fugaz. Para apresar a la música, y después para revelarla, ha de correr la cabeza tanto. La música es un sprinter. Sólo admite carácteres de vida rápida, exhaladores, actitudes centella ante la vida, que permitan luego ser criatura tiznada del magma subterráneo donde la música habita y deja cogerse.
La asignatura de Música en BUP estaba llena de biografías que acababan con un "y se tiró al río a la edad de...", como si fueran veteranos que no pueden más en esa guerra por apresar la belleza ciega de la música. En esa especie de compromiso del artista, de dar la vida por apresar la belleza, que puede llegar a las últimas consecuencias
(continuará)
jueves, 25 de octubre de 2012
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