martes, 22 de marzo de 2011

Un día en la selva

Un dia, en una región de Zambia o Burundi, dentro de su selva, dos monos pre-humanos iban juntos a por comida. Uno de ellos tomó el camino de la derecha, y gruñió que ahora volvía. No sabía que nunca más volvería a ver a su colega, y que ese momento significaba una escisión filogenética entre los primates prehumanos orientales y los occidentales. La genética hizo el resto, y eslabón tras eslabón los descendientes de cada uno se fueran distanciando de su tataratío antepasado hasta casi no reconocerse.

Cosas de la India

La claxonización de la vida cotidiana en India se traspasa al mundo del peatón? Yes sir. El hombre indio no entiende la fila, la cola, no la aprehende, capta.
Puedes ponerte a la cola en una cafetería y aparecerá un indio que por sus huevos se planta oblicuamente y suda de la cola pidiendo él de golpe. Notarás que nunca habían sudado tanto de ti como en ese momento. Al indio se la suda el mundo, sólo le funciona el aquí y el ahora. Carpe animal.

Si se te cae un objeto a sus pies, me la suuda, como si ven llover.
Y es un país genuinamente burrocrático. Para una entrada en un chiringuito mal puesto en medio del bosque, te pedirán la edad, dirección y la talla de los calzones si hace falta. Con tickets super oficiales de 30 cm en todos lados, justo en el país de la anarquía callejera por antonomasia. Un poco bipolar pues.

Otro aspecto ahorrable, son las gárgaras estruendas previas a un escupitajo repentino al lado tuyo, más allá de lo desagradable. Y la sonoridad al lamer, engullir, eructar mientras se pace/come, també cal?
Aparte, parece que a mayor estatus más cacho cerdo se comporta uno, optando a ser el rey de la Selva.

Y si quieres algo difícil, desaprender un idioma, no hace falta que recurras a los vídeos de Gil y Gil (you say...). En India uno puede desaprender el inglés, recomiendo para ello guías locales y taxistas. Se cargan el inglés a machete, fonética, sintáctica y semánticamente. Uno frunce las orejas constantemente para entender las retahílas a lo metralladora con fonética de la casa, y se siente victorioso cuando pilla las frases, pensando a la vez: pero cómo coño ha hecho eso.

La mirada besando caracoles

Una de las cosas más chocantes que te topas en la India es la "mirada besando caracoles". A ver, de vez en cuando, al solicitar algo, la persona india en cuestión ejecuta la siguiente respuesta: pone ojos dulzones, se te queda mirando un segundo. Y seguido tambalea la cabeza bailándola hacia un lado y del otro, al final, se le ha puesto la boca como besando caracoles. Y ya.

En las guías dicen que es una forma de decir sí, y que el tambaleo es un dibujo del infinito. Ohhh. Yo sospecho que es una forma de decir si cuando se quiere decir no, o sea, una forma hipócrita y forzada de asentir. Al menos eso es lo que he notado. Una especie de reverencia facial anquilosada y cortesana.
Te quedas flipado, cuando de repente, pides la sal, y te hacen esa coreografía con la cabeza, y se van. Perdónn??

El tema de las especias es peliagudo en el país de las especias, donde crecen enredaderas de pimientas como nuestros olivos, cardamomo como nuestro trigo, y chilis como nuestros inocentes pimientos morrones. La comida pica, o pica de cojones, has de evitar la segunda opción. En un rebozado de verduras o pakkora, todas ellas opacas por la harina, me dio por comer una alargada y cilíndrica del tirón que me dejó con el culo torcido. Minutos después lloraba, bebía agua a lo cebú, y tenía la nariz más destapada que en un empastillamiento con Fisherman's Friends.

La comida, también entre claxones e igual de barata, no está nada mal. Los menús ofrecen decenas de posibilidades, que algún día entenderé, con mucho plato vegetariano, todo bien cocinado, y alguna delicia toppp (Mourinho's argot), como el pescado al ajillo o al gengibre, que superan por goleada las albondigas de chocos andaluzas.
El único inconveniente, las omnipresentes especias que dejan agujetas de picante en la boca, sea por picor, mentol o explosión. La boca pide regreso a la pródiga comida sin condimento barroco de vez en cuando.

sábado, 19 de marzo de 2011

Munnar

El trayecto desde la costa de Kochi al interior de Munnar es de unos 130 km y se tarda un mínimo de 4 horas. Las distancias en India engañan, ya que se debe contar con el festival de slaloms mientras se conduce. Y a menos que se quiera emular a Collin McRae, es mejor desistir en alquilar un coche para conducirlo solo.

Cuando falta una media hora para llegar a Munnar, empieza el espectáculo. Sencillamente, las plantaciones de té no son más que un jardín zen ampliado a donde puede llegar la vista. Y lo mediterráneo parece engullido en un agujero invisible del aire. Tener la vista tapizada por esa belleza exótica hace que merezca la pena cruzar el mundo. Las hojas de té resultan millones de gadgets diseñados para reflejar la luz y crear un verde vivo, que respira. Y es en la estación húmeda cuando la Tierra se vuelve fosforescente en este rincón del planeta, y el color parece tener su vida propia separada.

A más de 30 kilómetros a la redonda, todo son plantaciones de té. Puedes penetrar en una de ellas y dar un paseo entre las terrazas. También, puedes visitar alguna planta de procesamiento de té. Aquí, beben el masala tea - y donde leas masala leáse especies. Visitar y caminar por las plantaciones de té debería ser recomendado, en todas las religiones, colegios y propagandas, del mundo no-té.

Mi guía y conductor por la zona - llámalo sherpa- es Vincent Selva, que creo que ya no me abandonará en el viaje. Aparte de las omnipresentes plantaciones de té, te acercan entre otras cosas a montar en elefante; a la reserva natural de Chinnar, donde haces un trekking hasta una cascada y ves, si tienes suerte animales, que no fue mi caso; a jardines de flores y especias, donde te enseñan las plantas reales de donde salen todas las especias y ciertas medicinas ayurvédicas; a la zona montañosa de los Ghates occidentales, donde hay presas, lagos y puntos panorámicos; el citado museo del té; un masaje de medicina ayurveda, etc, etc.

Son programas completos de un día entero en los que vas haciendo ruta. Por unos quince euros, el coche, chófer y gasolina, están incluidos. La India es un país barato para viajar.
Los mochileros que patean el país, pueden tirar con un presupuesto mínimo. Hablo de entre 3 y 9 € al día para comer, dormir y trasladarse. Y si quieres un mejor nivel, también resulta barato. Obviamente no es la panacea, y esos precios responden a una realidad que puedes llegar a pagar. En el viaje te expondrás a incomodidades mentales, físicas, estéticas, médicas, etc.
Desde exponerte a un mayor riesgo en la carretera, más posibilidad de alteraciones estomacales, una suciedad y mal olor a veces inolvidables, un país en el que no cabe ni una aguja en muchos sitios, viajes de hasta 15 horas en autobús de los años 20, camas para dormir de pie y no mirar alrededor... los riesgos son los del precio que son.
Es país de mochileros por excelencia, y estando aquí entiendes por qué. Más alla del espíritu de aventura y búsqueda espiritual que a veces se pregona, India es un país low-cost, así que algunos no me vendan la moto pues van por una razón primordial: que es barato de cojones.

De Maharashtra a Kerala

Mi llegada a Mumbai ya fue pintoresca. Sales con el taxi del aeropuerto y topas con una realidad pesebril. En lugar de un acceso urbanístico a él, parece más un zoco rural, con senderos y vacas de por medio.

Luego te das cuenta que ir en coche allí, es lo más parecido a ir a caballo galopando. Tienes esa justa sensación, con un jockey que va tenso intentando ir rápido siempre, entre obstáculos, saltándoselos en zig-zag, esprintando cuando se van, sin ningún momento de tregua, un pilotar vertiginoso.

El asfalto es a veces blando y resbaladizo, y como dije se pita constantemente. El claxón es la espontánea receta colectiva a la temeridad. Porque en carriles de dos siempre circulan tres, porque los peatones van sistemáticamente por el arcén, porque las incorporaciones y los cambios de sentido son a la manera de Farruquito. Sinceramente, vas cagado montando en un taxi por las afueras de la ciudad hacia el aeropuerto, acaba siendo una experiencia de rally arriesgada.

En algún buscado bar te puedes tomar una cerveza Kingfisher, y en el aeropuerto puedes tomar un vuelo de la compañía Kingfisher, tú eliges. Uno de ellos me transportó a Kochi, ya en el sureño estado de Kerala. Una ciudad con mar colonizada por portugueses, holandeses e ingleses sucesivamente. La pintan, sobre todo la parte de Fort Kochi, como un romántico núcleo colonial con callecitas y mansiones de época. Y es más un núcleo costero y rural, tipo los pueblos de Centroamérica, con bastante aún por urbanizar, extenso y sin tanto encanto romántico.

En el estado de Kerala la lengua es el malayalam, es otra cultura diferente a la del estado vecino por el este de Tamil Nadu, con lengua tamil. En Munnar, próxima parada del viaje, se hablan ambos idiomas al ser un lugar fronterizo. La capital del primero es la antigua Trivandrum, o Thiruvananthapuram (en malayalam). Madrás o Chennai, en la costa oriental, y tercera ciudad más grande del país tras Mumbai y Delhi, es la capital de Tamil Nadu.

Aparte de éstos dos estados, la mitad sur de la India comprendería cuatro estados más. El citado de Maharashtra, con la capital Mumbai. Le seguiría en la costa el pequeño enclave de Goa, ex-colonia portuguesa y famosa por sus playas turísticas. Karnataka vendría a continuación por el litoral, siendo Bangalore la capital, a la que llaman el "sillicon valley" indio, debido a su industria tecnológica. Finalmente, a la altura de Karnataka, pero en la mitad oriental, está Andhra Pradesh con Hyderabad como capital, territorio de mayoría musulmana.

jueves, 17 de marzo de 2011

Estado de Maharashtra I

Más allá del exotismo que rezuman sus nombres, de imaginarse una ríada colorista de vestidos y comidas, salpicada por rascacielos y una modernidad no occidental... ahora que he estado en Mumbai, el encanto cuesta encontrarlo de veras.

Empecemos porque toda urbe de 20 millones de personas es una desmesura, un desequilibrio. Bombay se puede definir en una palabra más que las demás: claxón.
Un sonido perpetuo mientras el animal-ciudad no duerme. Un emblema cotidiano de la realidad del "somos muchos", como si la ciudad se quejase "civilizadamente" de ello a diario. Cada cual cruza la calle por donde quiere, camina la acera seguido de muchos en ella o en el arcén; y circulando, para qué quiero semáforos, si hay bocinas, para qué quiero intermitentes si me meto igual.
Veinte millones de personas no se acaban nunca. Los "figurantes" de mi viaje, se suceden por todas partes, a todas horas, en líneas de a 10, en un sentido y en otro. La gente en Mumbai nunca se acaba. Entre bocinas claro.

Este enjambre, desafortunadamente desconchado aquí y allá, recuerda a Brasil. En pleno trópico, con una media anual cercana a los 30ºC, hiperpoblado, igual de urbano que Río. La comparación es más por quién está peor, porque la distancia con los ex-colonizadores parece insalvable.
A ellos, en este caso los ingleses, cuesta imaginárselos en estas latitudes. Dejaron arquitectura fácilmente notable. Monumentos que se yerguen como invitados de piedra impersonales, viendo pasar vidas sin ningún punto de tangencia con ellos. Excesos coloniales que pueden llegar a humillar más que enorgullecer. Auténticos fuertes anglo-sajones que se resisten al paso de los tiempos.

La estación central, Chhatrapati Shivaji Station, merece mención aparte. La estación más confluida de Asia, de donde emana todo el hormiguero que inunda las calles de South Mumbai. Impresiona ver llegar a un tren local, un armatoste anchísimo, que parece salir del período de entreguerras, pero que aún funciona. Cargado con infinidad de personas, las más bien colocadas con medio cuerpo ya fuera del tren. Al detenerse, una manada marcha sobre todo el andén, cientos de personas dirigiéndose a la salida. Es un espectáculo que se repite cada 3 minutos. Y es de lo mejor que se puede observar en esta ciudad. Tras el vacíado de un tren, uno se imagina como es la vida de un mumbaí de las afueras, y como ése tren le conecta con la ciudad empapado de gente, se intenta ganar la vida en el enjambre con polvo del centro, y lo reconecta de nuevo a su humilde núcleo, entre la vida-marabunta de gente que empequeñece a cualquiera, dejando menos oportunidades e ínfimas porciones del pastel. Me imagino que en cada casa, se debe tener su pequeño santuario, su pequeña zona donde hay cosas sagradas y mías, por donde emana el porqué de lo combativo a diario. Entre bocinas claro.
Otro día hablaremos de por qué la religión correlaciona con la pobreza y la menoscultura.

Los cocos y los curries pueden ser peligrosos

Volando entre Emiratos camino de la península del Indo. El mutismo literario cesa con un viaje en solitario al Sur de la India, Kerala.

Nos acercamos al puerto de Mumbai, antes Bombay, ahora modernidad de la India milenaria, luego fortín económico mundial. Huyo de monumentalidades pétreas alrededor de la norteña Delhi, así que asomaré la cabeza a la olla urbana de Mumbai, con 20 millones de páncreas, conformando espero, un lugar singular en el globo: lo hindú transido de occidente. Reverberado y caotizado en Bombay.

En dos amaneceres, volaré hacia Kochi, en el estado de Kerala. La capital de la costa Malabar, y de allí el malabarismo. Un reducto colonial, con velo británico, base de operaciones hacia las estrellas del viaje. La primera es Munnar, una región a los pies de las montañas Ghates, donde a 1600 metros de altura la vista sólo alcanza a ver todo el paisaje tapizado por plantaciones de té, y plantaciones de especies. Aparte hay algún parque natural, lagos, y un no-mediterráneo por doquier.
De allí me dirigiré a la reserva natural de Periyar. Un área donde avistar elefantes, tigres, y demás lechones exóticos, pues los animales suelen marcar tanto como las personas.

El resto del viaje aún no está acabado de montar. Seguro que iré hacia Allepey a recorrer sus backwaters en un barco típico de la zona. Los backwaters son unos ríos, brazos de mar, que recorren el interior del litoral a lo largo de casi un centenar de kilómetros, una Venecia rural hindú. Y también visitaré alguna playa re-palmerada, tropical y cocotera. Entre medio intentaré visitar templos, trabajar mis horitas diarias, escribir de nuevo con decente asiduidad, probar chutneys, tandooris y masalas, para volver a Mumbai de aquí 11 días y regresar al país de las 5 peluquerías por manzana urbana.
Ahora toca esto, intentaré llevarlo bien. Los cocos y los currys pueden ser peligrosos.