El otoño es una primavera también. Nuestras estaciones son como una doctrina china de la naturaleza. Lo frío, lo seco, lo húmedo y lo cálido en su ciclo combinado y completo. Más que estaciones es una feria de elementos. Una procesión desfilada de todas las circunstancias anuales. Y el tonel humano madurando y envejeciendo su mosto.
El otoño es el revés de la primavera, son practicamente iguales, y uno es tan trompetista y el otro es tan caduco y contrabajista. Son la ida y la vuelta, de un mismo camino, pero en temperaturas cruzadas, y con paisajes otros.
La primavera nos libera del invierno, y el otoño nos despide resignados del verano, como poniendo marrones a la vida. El otoño lo inaguran las trompetas clandestinas de los hongos, y los hombres parecemos celebrar el otoño recolectando su música. Es una estación para coleccionistas, fascículos por entregas aparte, un trimestre para recoger, dosificar, acumular, dedicarse a la despensa. La primavera es contemplativa, recreacional, extrovertida, y cuando se sale se gasta uno más.
El otoño puede que sea más introspección, y sea muchas cosas, siempre que la rueda episódica, la vivencial, que se engrana con la añeja rueda climática, no desvirtue las acciones del tiempo en nosotros. Nuestro substrato vegetal, nuestra rémora animal, obedece al tiempo y sus circunstancias. Somos girasoles complejos y osos hibernantes sublimados en estreses de hombre blanco.
Tal vez sea demasiado pronto para retirarnos a nuestras cuevas de parquet y pladur, el mundo que existe mucho antes que nosotros sigue exhalando vida donde las hojas empiezan a dejarse caer.
martes, 23 de octubre de 2012
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