viernes, 30 de noviembre de 2012

El señor Sos


Mi debut literario también fue en un aula tomada por una perorata perpetua. Las clases de Historia de tercero de BUP, o el Sopor. Describía ese sopor haciendo que tomaba apuntes, aquel soponcio que un día provocaría la huida de nuestras cabezas ingrávidas flotando hacia el techo, luego tras él a los cielos, en una guillotina aerostática y satelital, un suicidio preferible a permanecer en ese planeta de sal, porque yo creo que al final de la clase se formaba sal sobre nuestra cabeza, sobre la mesa, sobre las baldosas... y es que parecía transcurrir una era mineral hasta que acabara la clase.

Otros días describía poéticamente puestas de sol con malvas y pretensiones de auroras boreales. O iniciaba mis primeras incursiones en la filosofía, con poemas que incluso tenían rima y sonaban como muy trascendentales.
Paquetón, el pájaro que nos daba historia y se dedicaba al comercio de sal que nos salía al escucharlo -ocupación poética y satánica rayana en la explotación infantil -, descubrió un día mi obra literaria perpetrada en la absoluta desatención de su existencia. Quiso quedar bien diciendo que lo de la guillotina aerostática y la sal, a él se la traía al pairo (muy bien le debía ir con la sal), pero que él se preocupaba por mis poemas filosóficos en asonante, demasiado trascendentales y precoces. Seguí un poco el teatro iniciado por Paquetón, ni recuerdo como se zanjó la conversación. Yo me libré de más plasta, encima en horas extras, y él se quedó tranquilo que no le iba a denunciar por el estraperlo de sal.
Hasta hoy, que es una denuncia pública, sobre un crimen ya prescrito, pero continuado con víctimas otras durante veinte años. Lo que no sé es porque no se retira con la de toneladas de sal vendida, y el imperio que debe tener el tío.

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