lunes, 5 de noviembre de 2012
Introspección. Perdón, Interiorismo.
La faringitis lleva días siguiéndome, asomándose, desplegada ante cualquier despiste para atacar. La matengo leve, en el pulso. Todo debido al serpentín de temperaturas y humedades, que hace que ninguna configuración en el vestir se mantenga adecuada. Con este clima tropezado entre el verano y el invierno, radical e intermitente, a duda diaria.
La decoración de una casa es tan necesaria que siempre la postergo. Soy siempre un recién llegado a su práctica, y eso que me la miro, a la casa, detenidamente y me resulta un museo, un paralilepípedo acostado, tan cúbico y espacial, tan barco, que nada le va bien y todo a la vez cumple, sin que nada colme plenamente sus esquinas. Que nunca serán colonizadas y nos recordarán su vestigio de cámara de ladrillos, hecha en serie.
El parquet es humanizador al traer la madera. Pero esas esquinas, perfectas, traen la matemática y tras ella la industria a la mirada de soslayo.
Hay quienes practican decoraciones de revista, a la moda interiorista, coloridas, de línea esbelta, sets maqueados, modernos, suficientes para una existencia higiénica y fresca a la vista. Mi testa está bastante en contra de los decorados, que no mi bolsillo de Ikea. Puedo vivir en la provisionalidad de una casa, empezada pero nunca acabada, y no se me cae la imagen al suelo con las visitas. Faltaría más. Pero puestos a invertir en un espacio personal, no me gustarían los maquillajes. Salones modernos y ligeros que cambian cada 5-8 años como una revista de interiores. No me van las cirugías. Preferiría una casa plomiza que no muta y se hace añeja, y hasta sobrevive mi generación. Porque eso de los hogares, gana cuando tienen una fragancia reconocible marca de la familia, cuando uno ya no ve las esquinas y los muebles parecen un todo orgánico ya posado que no puede estar en otro sitio, muebles y decoración con apellido.
En esos susurros que te hacen las casas, ésta medio confiesa que estamos de paso, en tránsito, y hace como un guiño que no es la casa definitiva. Es nuestro piso algo minimalista, gobernado, cómodo, suficiente y que vale por ser refugio en medio de la playa y un bosque. Tal vez su razón de vestirse sea ésa, verse invadido por la playa y el bosque, dejar que entren por la puerta y que la colonicen, o decoren. Me pierdo, no he nacido para maquillar y vestir casas, ni para respetar obras que mantener luego, como en reverencia doméstica. Sólo sé que quiero un guiño ochentero o setentero en una pared, y a poder ser "sucio", para no respetarlo con la mirada. No sé, soy socrático en interiorismo.
Ya os avisaré si nuestra decoración hecha en cinco minutos en su día, cambia, y venís y nos tomamos algo.
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