viernes, 2 de noviembre de 2012
Me cago en las novelas
Siempre gloso lo que vivo. Podría escribir sobre un tal Philipp, que tiene una heladería en el interior y una mujer con arteriosclerosis, pero me lo acabo de inventar y no domino la vida de un heladero de interior ni nada de eso. Hasta me parece bizarro escribir así, como viviendo habitado por fantasmas, por otras voces alienas. ¿Por qué vivir sacando sustancia de vidas ni propias ni ajenas, intermedias del inframundo esquemático, teniendo tanta sustancia que asir en la propia vida personal? ¿Por qué inventarse cuentos constantemente, por qué esta costumbre de la paravida?
No me respondas.
Ficción. ¿Pasaporte de tu mundo? La ficción. Que las cien mil novelas que se publican al año me perdonen, pero es escapista. ¿Gasificador? No, escapista, con gasificador, por el ápice de una arista se escapan a la ficción elegantemente. ¿Y sus vidas vividas? No les interesan o no son dignas de ser literatura. Pero la de Philipp el heladero nigromántico buaa, en dos páginas nos describe como se prepara con los pies una infusión estirado en la bañera caliente. Yo me lo cogí en audiolibro y lo dejé cuando salió la película.
Pues yo tenía un amigo biólogo que hacía lo mismo tía. Investigaba sobre los minerales y el marketing filatélico. Había estudiado seis años biología pero como se proyectaba en minerales, intentaba ser experto por analogía. Ahora regenta un quiosco.
Pues así, así me parecen los satánicos novelistas de belcebú, que sabiendo sólo de su vida, nos hacen creer que saben tiralinear los fractales que son la vida no vivida de cientos de elementos que manipulan y hacen suyos en su cuento, pero que siempre lo presentan con una pretendida pátina de realismo que es verdad barata, maquillaje estético, burda imitación de chichinabo. Sus historias son artilugios que valen como eso, historias, cuento, entretenimiento de trama, metáfora churrigueresca de la vida. Pero la paja que han de meter para hacer de pata de la mesa, el mojón de arbitrariedades de trámite que da la osamenta a lo que realmente importa, el corsé burocrático y estructural de toda novela, y ni mento a las malas, pues es la grasilla y espinas de novelas cojonudas, pero que no justifican para nada esa casi identificación comercial entre literatura y novelas, esa hipertrofía tumoral como si la gente no fuese omnívora de géneros, como si fuésemos una especie novelívora. Mi crítica es al exceso, no a la novela en sí vamos. Hay un empacho atmosférico de ficción y novela.
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