viernes, 16 de noviembre de 2012

Discontinuidad o vidas de una tajada


El cerebro, o nosotros, somos una testa encharcada, llena de liquiditos, redes, y recorrida con arte por tubitos rojos y blancos.
Nuestra blanda cabeza es un estado líquido, condensado a trozos en algun órgano, pero es un fluido general que podría ser fotografiado y cuantificado en parámetros. Todos somos un resumen condensado de humores cerebrales.

Esa agua encharcada, llena de moléculas y notas que definen la sopa, al fin y al cabo es una fórmula única que acaba originando un yo. Ante todo somos personas, no, ante todo somos una sopa mágica encharcada en la cabeza, que enchufada en un cuerpo da un tú.

Bendito el que conserva esas aguas estancadas, aquel cuya sopa en la infancia humea felicidad, a base de una sinfonía concreta de neurotransmisores, unos ingredientes equilibrados. Las personas que no tienen remolinos al pasar etapas en la vida, las que no tienen temporales, ni interrupciones, sino que sus aguas encharcadas cerebrales siguen en el estanque calmado, mantienen el tono optimista de la infancia, vírgenes de tornados, viviendo en bloque su vida.

Digamos que toda actitud ante la vida no cambia de un día para otro, sino que humea, caliente todavía desprende esencia mientras se metamorfosea meses o años en crisálida. Luego ya emitirá otra cosa, mutará la personalidad, y se adaptará con nueva piel a lo vivido.

No hay mejor muda que la de la infancia, optimista y despreocupada de caos. Para los niños el caos es un cuento, existe pero se apaga, siempre se apaga.

Seguir la dinámica lanzada desde la niñez, intensificada y de parque de atracciones en la adolescencia, tomada a broma luego hasta que la broma se duerme y se ve que la cosa va en serio... circular ese circuito con sus curvas, derrapadas, pero sin nunca salirse, es una economía mental y una ruta saludable del todo recomendable.
Nuestro yo, esa sustancia caliente gelatinosa, ha sido una historia continua que no se ha tenido que preocupar de rehacerse, recomponerse, sino sólo de vivir. Ha mantenido ese piloto automático de la infancia, nacido de la espontaniedad, que afronta lo que viene bajo un velo de protección exterior no desprecintado.
Las vidas violadas, violentadas, sufren remolinos en su esencia líquida, mutan, tienen un yo con extremidades y manos que complica el asunto, tienen un destino tensionado y definible, que no tiene nada que ver con el destino borroso, bonachón y blando de los de aguas estancadas.

Estancadas, sí, lo leo, pero una vida a lo largo es también una vida canalizada, saludable y ordenada. Las vidas torrenteras son de foto y visita, bellas y dramáticas, cambiantes, desafiantes, inventándose cada día.
Pero cuanto cuesta inventarse cada día dios, qué cansado puede llegar a ser. Las vidas canalizadas son vidas descoronadas, de coronas de oro y de espinas.
Los complejos somos seres de pensamiento harto optimista, y de humor y sopa que siempre contiene un pesimismo letal e invencible.
Pero quedaré segundo.

No hay comentarios: