miércoles, 7 de noviembre de 2012


Los chakras, que hoy emiten transparentes y dolientes, me indican que hay un lago inerte posado en el vientre. Ni estamina, ni líbido, mi fuerza vital es un estanque pantanoso y gélido, que apenas alcanza a expresarse en resoplidos. La cabeza es como una cometa que se separa del cuerpo ingrávida, seccionada del cuerpo gomoso. Mi cuerpo pesa una cefalea y una náusea indecisa, nada más. El resto de la maquinaria está entumecido durmiendo de día, llevo medio cuerpo sin despertar a rastras. Soy una lechuza camuflada en el día, vacacional o de baja, un búho griposo con el motor gripado, una carne cruda y ensofada.

Si no quiero que este libro se llame fenomenología del despertar, tengo que mover muebles y mover horas, para escribirle a la tarde y a la noche. Parece si no, una vida de jubileta, de desayunador pacífico en howard's end, una existencia canaria y tardía. Hoy el chino estanque helado del vientre ya se calentó, e irradia calorías a todos los confines del cuerpo, me siento un recién salido de la gasolinera. El estanque es irradiado a su vez por el frío de afuera, en esta batalla de radiaciones, y mi estrategia es ser una numantina cebolla de ropa, una vestimenta aislante. Así como la infancia es la era de la mocosidad, la muda mediterránea del verano en invierno produce el mismo elemento, y todos somos moco otra vez, tapiz de epitelios.

Nadie se enamora de los mocos del otro. No queremos mocos, ni pedos, ni pelos. Queremos una estampa. Luego te los encuentras porque siempre han estado ahí, con un bigote y unas gafas de plástico camuflados leyendo el periódico cada día. Son la letra pequeña de nuestra imagen comercial, con la mala leche. Todos intentamos ganar terreno, ganar meses, para que no alcance la garantía y no podamos ser retornados. Luego los pedos son como el trombón de fondo de la relación, los pelos siempre tienen la contrapartida que exfolian la piel del otro al frotarse, y los mocos hoy por ti y mañana por mí, te aviso si se te queda el moco del tonto, el moco Carlton Banks asomando y tú sonriendo, y todo es llevable y pasajero, como esa belleza tuya del siglo pasado. Todos hemos sido espectaculares el siglo pasado.

Esto del emparejarse, esa música loca que suena de los 20 a los 30 y vas bailando con una y con otra, con la más guapa y la más fea, mientras en una perola se cuece el famoso arroz que se pasa... llega un momento que cesa la música y ves que todo el mundo se va para casa. La fiesta estaba bien, pero implicaba eso del cortejo, que desgasta lo suyo. Un laborioso oficio de cerrajero y comercial, ora con punzón, ora con radiografías, mostrar prospectos, medir rendijas, esculpir llaves nuevas, rechazar descuentos. Esto en medio de la ida y venida del baile, con el futuro de por medio.
Una vez nos fuimos de a veinte en un patio de colegio. Del baile nos vamos para casa de a dos, para hipotecarnos con amor, mucho amor. Nos vamos a nidificar, una actitud ponehuevos y pensionista para aquel joven que empieza hoy la loca década del baile. Nos vamos a tener réplicas de nosotros, que eso ya es una repetición discutible. Entonces, se nos doblará el ego, un hijo es la mayor causa y a veces la única para que haya egos doblados, incluso en personas que nunca lo hubieses sospechado.

Porque al final esto es un viaje cabal y sensato, que tras una juerga y gratuidad experimentada, regresa a los orígenes. Completa el ciclo paterno-filial-paterno que nos creó, y lo proyecta. La vida se endereza devolviendo a otro lo que hicieron por nosotros, en el fondo no somos tan desalmados e hijos de puta.

No hay comentarios: