A veces parece un secreto hermético el porqué elegimos una palabra frente a otra que significa casi lo mismo al sonar mejor a los ojos, un misterio insondable por qué unos versos o frases suenan tan bien desprendiendo una musicalidad que clava con lo que expresan...
Si reflexionamos un poco podemos ver la naturaleza onomatopéyica del lenguaje. El cerebro, gran estadístico, tiene un vasto almacén con hileras y más columnas de palabras, y como un pentium de gama alta destila en décimas de segundo promedios y medias de todo ese mejunge de letras y sílabas. Cada idioma tiene una cosmovisión onomatopéyica guardada tras sus sílabas y lexemas combinados. Las pes palatales del castellano nos sugieren una contundencia, alejadas de la sutileza de las efes, o la expresividad de los seseos ibéricos.
A la hora de escoger la palabra, el cerebro bascula entre lexemas y frases sonoras que quieren decir lo mismo pero no aportan lo mismo, y a base de pequeños colores perfilados el texto acabará brillando más o menos.
Estoy hablando de la musicalidad de los lexemas. Del alcance o lo conciso de los bisílabos frente a palabras más largas, o del efecto remate de los monosílabos. Algunos escritores procesan esta síntesis musical, esta orquestación del lenguaje, con premeditación y alevosía. Este proceso, maquinado seguramente en el hemisferio derecho, para nada semántico y sí musical y semiótico, es el secreto que muchas veces da sabrosura a un texto. No es fácil bailar con estos flecos, colas y faldas del lenguaje, muchas veces hay que estar enchufado para captar esos pequeños matices, y algunas veces el cerebro está bailongo y parece un patinador de hielo deslizándose entre los guiños de las palabras.
Me parece ésta una pequeña cosa, un detalle puntillista que sí se quita origina un vacío por el cual la bañera del arte carraspea y se queda seca, entre burocrática y afásica. Y sigue siendo arte, pero menos musical y más escultórico; apolíneo, como decía aquel.
La música se fundamenta en las repeticiones, En los lugares comunes, Compás y ritmo, Memoria a corto plazo...
Y lo fácil y esquemático es agradable y agradecido.
Pero esto ya es materia de otro posst
viernes, 19 de diciembre de 2008
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1 comentario:
Siempre he pensado que a los franceses les gusta tanto hablar por que les gusta mucho oírse. Lexemas musicales, dulces como un dulce de leche con helado de vainilla, fonemas creados para el alarde, en fin, un idioma que, a poco que vehícule palabras meritorias, deja muy alto el pabellón de la comunicación humaine.
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