Quizás ese sentirnos mecanismo, el saberse máquina, notando en las puntas de los dedos una libertad reikiana y meliflua, provoca un sedimento de vida-de-cera que acaba haciendo razonables los venazos. Aquellos decretos ley repentinos y fugaces que hacen saltar nuestra vida como el moverse del caballo en el ajedrez, auténticos hipos de nuestra trayectoria vital. Roturas de esas ruedas dentadas que petan y se cargan todo diseño del esquema de uno. Porque algún sedimento o trompo bloqueaba una salida y acaba sucediendo la cascada, el venazo.
Uno de ellos es el venazo misionero. Aquellas personas que dejan el primer mundo como quien deja el rellano del primero, y se mudan al tercero sin más, yéndose cientos años atrás en el tiempo en cuanto a condiciones de pobreza económica se trata, arruinando su vida material, y exponiéndose a un equilibrismo funámbulo de su supervivencia. Y todos sus allegados con los ojos como estrellas.
Tampoco es tan loco no dejar de apartar la mirada a lo que realmente pasa en el mundo y en África (o no-mundo). Tú y yo sabemos que cada minuto a un niño africano le explotan las tripas hinchadas, y sale sangre, y muere; y cuando acabe el post habrán sido 30, y en el día de hoy más de mil. Todos sabemos que eso es una rueda dentada más del devenir, que hemos aceptado ese mecanismo, y que una parte de nosotros lo toma como automático, casi como algo necesario de la vida.
Mientras tanto, tú y yo, intentamos ser felices, batallamos como espadachines contra miles de detalles de nuestro primer mundo para gozar de una estabilidad y bienestar. Muchas veces no lo conseguimos, como un barça o madrid patéticos y ricos frente a la otra mitad del mundo pobre y sin presupuesto.
Que mi vida es mía está muy claro, y la tuya es tuya, y haremos lo que sea para gozar en este mundo, que no es de nadie, ni de dios- falsos creyentes de todos los siglos-. El egoísmo que siempre rereflota es la mejor prueba de la no existencia de Dios y de la sí existencia del yo.
Pero esa voluntad perpetuamente humana de felicidad, nada tiene que ver con el saber como llegar a ella. Estar en el mundo más rico, civilizado, culto, limpio y comido, parecería suficiente como al menos ganar a la felicidad por la mínima. Pero parece ser que un joker cósmico del mundo, un dios más bromista que cualquier altar, o una naturaleza más compleja que la mayoría de mentes del mundo, esconde más cartas en las mangas de lo que nos gustaría.
Simplemente si la ecuación de la felicidad tuviera como equix a la utilidad y sentirse plenamente ocupado, en África uno puede dedicarse a ser civilizador (anticolonialmente claro) y vivir varios cientos de años recorriendo un vacío secular.
Si sentirse útil y habitar una tierra sin burocracia y sí con monos y zebras, tiene algo o mucho que ver con ese sentimiento mediano y estable que es la felicidad... entendería fácilmente esa llamada de los pobres o de la selva. Ese retorno a un origen silvestre perdido, reconquista de lo salvaje y auténtico de uno, que fue sedimentado entre tanto Artificial.
Y así una visión, o un venazo, hace dejarlo todo en un decreto de segundos, hace estallar los engranajes automáticos de ruedas dentadas de nuestras vidas en ciudades del mundo occidental, y nos envía a una cabaña en medio de la jungla entre enfermedades como un equilibrista pendiendo de la cuerda de la felicidad. Pasaríamos de brokers de la felicidad a lampistas de ella. Buscarla vs. enmendarla. Alfa vs. Omega en el fondo.
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