Revolvemos el viaje y le giramos su intención, estamos en Dublin marchándonos de él. Hemos venido a Dublin sin ánimo de visitarlo. Ex-cursión igual, pero de sentido virado, que no revirado, adsurdo más que absurdo, palabra más palabra menos.
Porque Dublin es melancolía espesa y total. Frío gris en muelles de cemento, azules invierno, metálicos paseos sin luz natural, vacíos urbanos sin gente que les aporte su sentido, aroma mohíno de concentrado de cerveza, y una devastadora decadencia inglesa acechando rincones célticos. Dublin sin verano invita a esquivarlo, a meterse en sus cafés o pubs, y entonces invita a irse. Acechado a su vez por esas meláncolicas y depresivas baladas del hambre y la tristeza irlandesas, cantadas por un bardo humilde y castigado. Como si en lugar de cacahueses te sirvieran un cuenco de pastillitas de prozac.
Puede ser que la capital de un país sea inversamente proporcional a su resto. Aquí hay una clara y abtrusa invitación a abandonar la urbe, un mensaje confuso o adsurdo pero franco y servicial. Los irlandeses puede que sean así, muy blowing on the wind, la respuesta está en las cosas. Y el resto del país es una reserva maravillosa de esta simplicidad y easy-going de la naturaleza y su mundo. Irlanda es una reserva natural, paisajística y humana. Un país que amo hasta en el detalle de tener una capital letrero que indica que te vayas, un país encanto, un país souvenir.
domingo, 28 de diciembre de 2008
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1 comentario:
Tengo pendiente ir con mis hermanos a Dublin, allá por el no-verano invernal. El plan es poco menos que encerrarse en los pafes, pero no se si me motiva. Si tu descripción es veraz, que lo es, puede que me empape de melancolía... Pues más cerveza, dirán algunos, con razón.
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