Reino de Amsterdam, año 2008, aquí un héroe cotidiano tras la batalla anterior de la noche. Un druida amigo de Panoramix nos dio un trozo de bizcoché achocolotado, con Cannabis sativa salpimentonado en su interior y una raíz de hojos de huever. Como un embrujamiento o hechizo mutó nuestras cabezas y nos embarcó en un viaje interior.
Zarpamos a eso de las 8:30 pm, por la puerta de embarque de la serotonina Creo. Como dicen los buenos que la belleza está en el interior, nos fuimos corriendo hacia ella y aún tenemos chichones de las paredes que impactamos. Amarihuanarse tiene algo de travesura filosófica cometida por ese cada vez más visible en los siglos, joker cósmico. Un bromista inteligente, Hammelin metafísico, que te atrae a cada nueva esquina o gozne de todo, para desvelarte que aún hay otra nueva esquina a la que ir, esa gimkama existencial en la que estamos metidos, los que pensamos. Ayer yo quería darle un veredicto a las drogas (marihuana-psiquedélicos), la cocaína y la heroína pa los pollos. Quería juzgarlas, kantianamente, mientras pensaba por qué todavía se enseña Kant en las escuelas, mientras vivenciaba lo que era una coma en un texto, y me perdía una y otra vez en esa especie de bulto o enfermedad de cinco letras que tengo grabadas en alguna parte, entre olas de psicología y gastronomía y semiótica. O sea, así de incómodo en un jeep intelectual uno intenta cazar a la verdad, entre tanta simultaniedad profunda y mutante, mientras metaboliza el pastel de Panoramix.
En fin muchachos, que hoy no creo-que-tome. Porque también te sientes como un mendigo mental, un ser reducido mentalmente, que lucha por acordarse cómo se pide una fanta o duda de si dormirá en la calle por no tener más recursos para reencontrar a sus amigos. Es una batalla, por reconquistar ciertas facultades mentales perdidas. Una contienda en dudas de si los transeúntes captarán tu desaguisado físico-mental andante (que es que no, y ahí está un poco el cobertizo donde empieza lo bonito). Cada vez ingiero menos pastel, pero los efectos son igual de bárbaros. Ni que fuera Obelix. Estas ingestas tienen algo de heroico, antes era más eucarístico y catártico, ahora se transforman en épica. Jorditur, hijo de Efgenius, poblador de Sarumar, jeje, rollo así. Uno se las ve y se las desea para transitar y no caerse por esos páramos del alma tan abruptos, y esas ensenadas y cañones escondidos en nuestras mentes llanas de los días laborables.
Experimentas el rascacielos anchísimo, lo mastodonte detallado, el poner un pie en el centro de la tierra mientras el otro abandona la corteza, la casi simultaniedad, el surfear a la verdad-cada vez de forma intensa y última pero con una nueva ola apareciendo cada-vez, una promiscuidad con la verdad, y bueno, un caos mental y desprotección también jodiente, porque a la vez eres surfero-descubreselvas de la verdad y a la vez tu buena parte de españolito, pureta, paseaperros de domingo y un poco culé, cualidades estas supermundanas, tienes jodel. De superhéroe, de niño-coraje tenemos todos un rinconcito, y puede ser que con los años más adentro y menos afuera.
De entre los protagonistas de los viajes, siempre destacan unos por encima, otros secundarios, y hay grandes ausencias olvidadas como nuevas erupciones protagonistas. Una de las sorpresas fue la larga sombra de Umbral acechando la mente a guiños entre ola y bocanada mental. Su lucidez, sobriedad y genialidad como el que tose palabras, han calado dentro y están en las cuevas de los ejemplos.
Y este post acaba como un abrupto acantilado frente a su final
miércoles, 31 de diciembre de 2008
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