sábado, 1 de diciembre de 2012

Mossèn Via


Hoy ha muerto Josep Maria Via Taltavull, murió hace un año y cinco días, pero hoy muere para mí porque me entero google mediante. Es un tren perdido en mi vida, siempre me quedaré con las ganas de recontactarlo, de irme a charlar con él y ser confesores, de hacer una tesis espontánea sobre su figura, carisma andante, genio ágrafo, motor puntero de la intelectualidad del siglo XX.

Es el único genio que he conocido, que he tratado, requete-escondido a nivel social por ser ágrafo, ni ostentar cargos. Evocar sus clases, todas espontáneas, sin ápice de repetición, bajo ningún guión jamás establecido, me deja claro que era una intelectualidad capaz de atravesar cualesquiera capas de complejidad a la hora de esclarecer un tema, era sólo cuestión de quererlo. Su lanza llegaba al fondo de todo si hacía falta, era un pensamiento sin limitaciones, capaz de resbalar por la hierba de la superficie, jugar con ella, y en dos segundos penetrar el núcleo magmático del ser humano, y coser todo ese descenso con hilaturas poéticas y provocar la carcajada de un aula poseída. Mossèn Via era un mago, el Via era único.

Tras el examen final sobre el libro de Gevaert en su despacho, lloré en el ascensor. Lloré porque me asaltó con un examen anárquico, porque aquello era más una charla de bar que un examen de listón alto al uso, y rompió todas mis caderas rígidas, programadas, de niño filósofo a los 19 años. Me puso un 9 que para mí hubiera sido un triste tres.
Ese año todas las esquirlas de mis caderas formadas en 19 años resquebrajándose, se me clavaban en el alma y pasé moribundo parte del año. Lo fui a ver como quien va desahuciado en la Uci, con su intuición a consultar alguna fuerza chamánica, al sabio de la tribu. Me dijo que confiara en un resorte mío que él veía, leyó un texto que hice sobre la filosofía de Machado, y empezó un apadrinamiento, que se fue diluyendo, más por mi parte, enfrascado en otras aventuras intelectuales alejadas de la filosofía pura, en medio de los episodios biográficos de los 20 años, que son todo menos un camino recto.
Nos veíamos ya en cuarto curso por el claustro, en mis idas y venidas de la facultad de Psicología a la de Filosofía, y me preguntaba cómo me iba chico de los apellidos largos: en un intercambio críptico, yo le daba mis coordenadas filosóficas del momento, y él me daba su visto bueno y una advertencia con muecas.
Aquella fue tal vez la última interacción juntos, hará 14 años.

Desde entonces siempre tuve el deseo vago, pero deseo, de ir a verle, y continuar nuestra errática fraternidad, intuyendo que teníamos mucho en común: la rara comunión entre dos intelectuales raros. Me enteré que había sufrido embolias, casualmente compartíamos otra cosa, el mismo médico con cara de ángel. Me imaginé llevándole a pasear cuidándolo. Cuando me apunté a intentar ser uno de los mejores daytraders del mundo, pensé que una futura condición económica holgada me permitiría escribir un libro sobre él como premio. Esta mañana tecleé en google una prospección más para esos planes, pero...
Los años fueron pasando y al final he cateado para siempre esta asignatura pendiente que hoy sí, es una espinita clavada. Espero solventarla con los años que me quedan, recordarlo con personas que le conocieron, ir reconstruyendo su figura oculta a todos de alguna manera, hacer justicia a tanto bobo conocido y tanto genio Via por conocer, homenajear a aquel intelectual que me encandiló para siempre una mañana de septiembre del 95, e hizo que no me borrara de otra facultad de Filosofía la misma semana.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Recuerdo muy bien a Via Taltavull y mi impresión de él es muy similar a la tuya. Si hace unos catorce años debimos de habernos cruzado por ahí. Estoy seguro de que volveremos a verle, no temas...