martes, 11 de diciembre de 2012

La fealdad chivata


La dictatorial genética, parte en dos gajos las vidas, las de los feos y las de los guapos.

La belleza no está en el interior. Dentro hay una historia de dolor, dramática, suturada, renacida, que por venganza roba el nombre de belleza.

La belleza interior, esa sinfonía de violines que surge de una persona, sólo es mentada por seres mediocres en acto de reclamo. La belleza interior no se dice, se muestra y punto.

La belleza es exterior, lo otro se llama magia, no confundamos. No socialicemos la belleza, ni la moralicemos. La belleza es metereológica, y la fealdad también. Hay gente nevada de belleza siempre, y gente con el astro de la fealdad onmipresente. Los criadores ahogan en agua a los cachorros feos, que es la pesadilla de fondo de un feo.

Pero la vida no es tan cruel. Sería precisamente cruel si permitiese trocar la belleza y la fealdad de un polo a otro arbitrariamente. La crueldad es dramática y abisal, no paulatina. La vida deja a los feos, los gordos, los tontos, los pobres, los ilusos... -todos los clubs en que cualquiera podemos alistarnos al menos en uno-, la vida deja eso, toda una vida, para acostumbrarse. Una cadena perpetua donde el resultado de los dados se ha disuelto ya en un yo, multifacético y compensado.

Pero lo de la pancarta de la belleza interior, es moralina de mediocre, una fealdad flagrante aún no resuelta, propaganda. Se demuestra y no se titula, que es muy vulgar.

Hay que declararse de la condición de la fealdad interior, para compensar panfletos. Soy abrupto, tenebroso, despellejado, horrendo, un callo interior. Leo heteroayuda y malcrío a los perros. Soy maligno y vengo a por ti.
Y quien no tenga cintura irónica, a esta altura de los tiempos, que les vaya bonito

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