lunes, 20 de septiembre de 2010

No veo tan mal prohibir la filosofía

Para que la mente desconecte, para que apague el motor y se ponga a dormir en un área de servicio, no hay cosa mejor que los saltos de ski en año nuevo, las carreras con sonido de mosquitos de F1 los domingos, y una clase de filosofía de bachillerato dada por un profesor que se está escuchando el ego. Es como tener la tele o la realidad encendida al lado, pero no prestarle atención más que de rebote, como un eco del tedio, cosa que contrasta respectivamente, con la resaca que condensa la víspera del festejar el final de un año, las ganas de vivir un domingo de asueto después de la F1, o el embotellamiento que sufre el adolescente a su vida desbocada torturado por un predicador de la tontolidad de la razón.

Este post va en contra de la filosofía. Acabo de volver a ser adolescente, recién despertado, escuchando una entrevista a un catedrático de Estética, Rafael Argullol, sobre lo que dice en su nuevo libro de 1200 páginas.
Y es estéril. Eunuco. Con toda la pólvora explosiva de la creatividad muy mojada. No se puede ser catedrático de estética si no eres poeta cuando hablas. Si repites, y pisas, y te mueves, por conceptos manidos de los otros. No tienes casi nada que aportar.
Pero este virus del eunuco filósofo consagrado, está muy extendido. Cualquier mequetrefe intelectual que ha llegado a profesor universitario en la facultad de filosofía, que sigue haciéndose pajas mentales, en una secta de caníbales de mentes, te acaba haciendo unos productos culturales tan largos y con tan poca realidad en ellos. Lo que pasa es que están disfrazados de alturas, jalonados de abstracción que rebosa. Pero eso es mierda pura. Y es así de malo, por la precisa razón, que al leerlos, al oírlos, son megalómanos. Ellos piensan que están hablando de las últimas verdades, las más importantes, las primeras de paso. Y se les escapa ese narcisismo connatural de filósofo, asqueroso, que se cree salvador de los demás por el medio de su razón.
Precisamente por ello me dan pena. Un literato más bien escupe una serie de verdades, sacudiéndose, dejándolas ahí, con muchos más kilos de realidad, sin la cobardía alpinista de la abstracción. Los filosófos parece que se suben ahí arriba de arriba de las tramoyas, y te hablan desde ahí, ehhhhhhhh chillan, que estoy aquí mozo, con Hegel, Kant, y Heidegger. Porque también está esa veneración santera a la ristra de filósofos oficiales de la historia.

Un filósofo es un ser desgraciado, que un día se perdió por los vericuetos de la razón, un quijote absorbido por la abstracción, que abstrae mal. La filosofía es un mal hábito que debe dejarse, si se quiere no acabar siendo un jubilado que hace maquetas de monumentos con palillos creyéndose que resuelve los problemas de la humanidad.
Un puto loco vamos.

1 comentario:

carmen dijo...

No estás filosofando ahora, JORDI?

Creo que en le fondo eres más filósofo que literato.
Porque preguntas,
porque no te conformas,
porque persigues algo que está más allá de lo purarmente fáctico, porque no cierras la realidad...

Y a mí me parece estupendo.
Porque cuando te leo me haces coger la raqueta, me espabilas, veo algo más que lo que veía, y lejos de ser aburrido me parece divertido y estimulante.

Quizás desconozco ya a los filósofos oficiales. Pero a lo mejor se lo pasan también bien. Pues que gozen, chico...

--Bonito el final del amor!

--Interesante lo delosgays. Pero menudo atracón recién llegada...




Por cierto, vengo de los mares del sur...!!