Calle de la Inspiración, número tres: solar deshabitado.
Malas hierbas como barba dejada crecer, pueblan el suelo.
Malas vidas, como barba dejada crecer, abortan por las calles.
Un cielo con capota de nubes, me cuenta que cierra todo el día.
Al dios de los madrugadores no le sonó el despertador.
Hoy parece hacerse una película recia,
un hipo del invierno en el otoño.
El solar se convierte en tundra, la tundra en Siberia,
y tras ella hay un supermercado del Lidl adosado.
Obama canta flamenco, o Messi toca el violín,
reza la publicidad del mundo...
Qué lindante es la publicidad de la literatura y del arte, y cuántos miles de kilómetros les separan en su desembocadura. El ingenio en pote y con etiqueta, la astucia alistada en el ejército de una marca, el arte bastardo que trenza genialidades para gritar Compra!.
Artista y publicista van al mercado, a vender sus ideas y sus palabras. El segundo va arropado y esponsorizado por una multinacional, el primero es más el pintor que trabaja en su buhardilla. A un publicista no le toca otra que transmitir la verdad de un arroz, un todoterreno, o la bondad de un banco. A veces tienen la suerte de dejar la hipérbole. Otras veces alquilan su potencia mental. La marca les alquila para hacer ingeniosa a la marca, transferirle unas propiedades intelectuales que no tiene. El producto se vuelve simpático, gracioso, potente... porque un publicista ha sabido adherirle unas cualidades ajenas de ingenio. Y a nadie se le puede negar en este mundo, el intentar ser simpático.
En las redes de la publicidad caen todos los personajes públicos. Parece que por más kilos de billetes morados que se gane, nadie dice no a otro fajo más. Sueldos obscenos de deportistas y actores no importan a la hora de hablar bien de un banco, una marca de relojes, o unas natillas. No vaya a ser que suban los precios del Lidl, que no llegarán a fin de mes.
Publicidad y arte son dos bandos que a veces intercambian soldados. De una carpa y campaña publicitaria, se pasa a una tienda de campaña a la intemperie. Porque los que escribimos, profesión individualista y solitaria donde las haya, nos gusta dramatizar con nuestra vida a la intemperie. La intemperie cósmica, aquella a la que nos sometemos, pudiendo tomar una caña en el bar si nos gustase.
Un publicista es un optimista de la vida centrado en un producto, con unos cuantos billetes en el bolsillo, para pagar la luz y el agua los próximos años.
Un artista es un desgraciado, que responde a una llamada de la vida, y se compromete a ser transistor de una verdad nueva, aprovechando el engordamiento de su autoestima, y un posible abultamiento de su figura y su cuenta bancaria.
jueves, 23 de septiembre de 2010
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1 comentario:
Desgraciadamente hay demasiado arte, JORDI, que también se "publicita". Demasiado márketing detrás de algunos pitores de "camelo" o escritores conlas páginas compradas...
Cuando el arte se asocia con los billetes morados, el artista ya no existe en su verdad más honda, es el esclavo de otro, no es un sí-mismo , no es el señorío doliente y titubeante frente al precipicio. La seguridad del color morado la lleva en el bolsillo...
Y la lírica se convierte en "cha cha cha" de discoteca de las grandes, de las afueras...
Pero quedan artistas de la intemperie, como dices. Hasta de la "intemperie" física, no sólo espiritual: Algunos sentados frente a La Concha de San Sebastián por ejemplo...
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