Tras ver esta farmacia, uno tropieza la vista con una de tantas agencias de viajes, y se enreda su imaginación con los tentáculos de lo paradisíaco. Salen desprendidos de la imagen de una isla en escaparate, cuajada de azul tentación.
En el cerebro, hay un cajón, reservado y sin llave, donde hemos metido un paraíso. Todos llevamos nuestros mares del sur cuando paseamos por las calles de nuestra ciudad, archivados, en una torreta de nuestro castillo, con una banderita siempre ondeando. Son otro pequeño corazón lejano que tenemos latiendo sin oírlo. La ilusión de dejarlo todo, irnos para siempre a una isla, un trópico, y abandonarnos a ese espectáculo natural intentando empezar de +1.
Cambiar de vida, abandonar la que tenemos, evitando que ella nos deje en los pellejos. O simplemente hacer realidad un sueño, y llevarse la propia vida a una playa cien veces mejor. Porque el primer europeo que pisó esas tierras abrió bien la boca y lo llamó paraíso.
Y todos guardamos ese ticket imaginario, esa posibilidad que pocas veces se ejecuta, pero que es azafrán de ilusiones.
En los paquetes de tabaco obligan a estampar las desventajas de fumarlo, en el futuro pueden obligar a las agencias, a estampar todo lo que se le escapa a la vista, frente a un póster de isla tropical. "Para formarse estas islas se requiere una estación de lluvias que ocupa la mitad del año". "Usted no los ve, pero llévese un galón de antimosquitos con vocación frustrada de banderilleros". "Cuando no llueve, el calor del aire y probablemente del agua, superan los 35º en 23 de las 24 horas del día".
Hasta los mares del sur tienen pegas amigos. Hasta yo, ser inteligente, atractivo, divertido y maduro, a veces tengo pegas. El que no se frustra es porque no quiere.
Todavía nos queda ........... !
sábado, 18 de septiembre de 2010
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