Nos quitamos ese virus de la pereza de forma sesuda en lunes, al proponernos re-flexionar sobre la verbalización. Porque el nombrar, o repetir, algo que nos ronda, es como vestir la realidad, o una posibilidad. Decir y verbalizarlo es añadirle un traje sonoro, una cola acústica, y una nueva huella cerebral en otra dimensión funcional del córtex. El cerebro y todas sus circunvoluciones son ciegas, es un mero hardware procesador al que se le podría introducir un planeta u otro, una ideología pepera o un vademecum de poesía. La estética, los sentidos, nos enraizan en este mundo y nos salvan de la especulación, nos verifican la validez de las fichas del lenguaje, y son el antídoto de la asfixiante retórica.
Los mantras se verbalizan hasta la saciedad, como una samba enredo en el carnaval de Rio, pero en ambas esa mecanización busca un éxtasis fisiológico, pues hablar es también un acto locomotor y perteneciente al ámbito de la respiración.
Hablo de una simple repetición, hasta qué punto muta una realidad si se verbaliza o no. Yo siempre soy renuente a verbalizar cualquier mal estado psicológico propio, es más, casi nunca escribo desde el malestar. Intuyo que decirlo es como sentenciarlo, perder el tiempo en algo que no es mejorarlo, buscarle una solución. Es posiblemente una decisión más de la cosa, que de mí mismo, que imantada prefiere y elige ella las formas de salir del atolladero. Es creo una forma de no creérselo.
Hay un espacio en el ser humano, que se queda sin contenidos, unos momentos de vacío temático, en los que nos apropiamos cualquier chotera que pase por allí. Todos los aquí presentes alguna vez imitamos el Get upppaa del anuncio, o nos sorprendemos a nosotros mismos verbalizando tonterías, como si nuestro hardware se rallase o se colgase, es defecto de fábrica. Tenemos estas lagunas, estos lapsus de mala máquina, o puntos ciegos que llamaría D. Goleman para temas más sofisticados. Quizá es por eso que no me fío de mí mismo del verbalizar (verdad de cogote, inconsciente), quizá por allí arraigan las hiedras de las sectas y se da el botón de los lavados de cerebro, religiosos o políticos. No estaría mal algún botonejo en la solapa que indique "estoy down, o estoy en off", me reseteo en un minuto y vengo.
Los escribientes tenemos suerte, no jugamos a la vida en directo en este oficio. El papel permite el diferido, planear la jugada, ejecutarla en el timing deseado, como el cine. Es un privilegio que compensa el hablar solo, y por eso D. Trueba hace cine con gente, también.
Admiro las magistrales ejecuciones en directo, yo oralmente soy torpe hasta que no entreno y canto horrendamente, me maravilla un Valdano oral literario o unos correctos niños cantores de OT ejecutando ante 6 millones de personas. Y esto hay que verbalizarlo porque es así, aunque sea una realidad, mejorable. Buena semana y buenas, muertes? Ciao!
P.S: me dice Kobe que una liturgia es una representación solemne y real de algo que ya no tiene nada de lo uno ni de lo otro. Por cierto, en el Raval y en todo barrio cool-progre de las ciudades de hoy, hay excedente de liturgia... el mundo Mac es un valle de liturgia, barata a mi parecer.
[..] me doy cuenta que en América uno aspira a injertarse, allí se busca savia, es la riqueza de lo vegetal.
Y voy a ir al galeno porque los posts me salen multiformes, me debo regar diferente ahora, será eso, y también se me ha abierto más el ojo críptico. Al final se versificará la prosa a este ritmo.
lunes, 9 de marzo de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario