viernes, 27 de agosto de 2010

Una casa es nuestros signos de puntuación [Disciplina de: Filosofía del hogar o lo doméstico]

Vivo en un piso que no tiene personalidad alguna. A lo sumo, algún objeto escogido puede aportar algo de nosotros al hogar. Es un piso de trasbordo, aunque los trasbordos a veces se alarguen, hay gente que acabó viviendo toda la vida en un pasillo hacia otros mundos.

Seguro que un indígena para vivir también optaría por la primera línea atractiva, llámese la cascada más bella del lugar o el prado más florescentemente verde del páramo. Y qué polar resulta en esa línea, pasarse y hacer de la casa museo, una cueva intocable y marmolada, donde siempre hay que ir con cuidado. Porque la casa se gasta se pisa se rasca, la casa se observa demasiado. Hace falta tal vez una segunda piel nuestra en la casa, un lugar cómodo y estimulante a pesar de la eternidad de minutos. Mejor, un lugar terriblemente cómodo. Y sobre la estética, puede que una casa sea lo más parecido a los puntos, las comas y los puntos-coma. Tiene un papel de signos de puntuación en nosotros. Sin significado, pero un protagonista de hiatos, de transiciones, de distribuidor. La decoración de una casa puede ser nuestro estilo de no ver. De tanto que se ve. Un lugar manoseado, una entraña que se usa, pero que tiene su personalidad sutil propia, separada de uno. No soy yo pero es la parte cóncava de mi personalidad. Mi lámina adherida, mi atmósfera como planeta de persona.

Los objetos demasiado bonitos, en una casa estorban, captan demasiado la atención entrehoras, la mala, la que acaba zapeando las cosas. En una casa, al menos en la mía oye, me gustaría que triunfara lo sugerente. Esos objetos inacabados, esas formas estilizadas pero indefinidas. No en los muebles, los muebles vinieron al mundo para aguantar el clasicismo a toda costa, que se sepa.
Y también haría falta un buen palabrón, ahí explícito, ante tanta nada suspendida de los inacabado sugerente. Una palabra mejor que bocata de calamares, una palabra castiza y con empaque, una palabra viva vamos.
Y si la casa habla, yo le contesto. Una pizarra para escribirle cosas a la casa, que al fin y al cabo debe tener orejas, resonar, y ser transistor como todas las cosas. Nadie se comunica con su casa.
Pero una pizarra no de grima, o sea de tiza; no una pizarra de pringue, de rotulador; una pizarra inédita que deje escribir con los dedos y sea inteligente como un ordenador; o sea el i-post, el próximo gadget que Apple aún no ha ideado.
Y olores, amigos. Un kit de frascos de olores. Porque ése, sí que es el teléfono a veces con el resto del mundo.
Y una terraza con una Zona de suelos diversos. Estimular las plantas de los pies, borrarles su amnesia calluda, excitar al ser dormido que llevamos allí.
En fin, éste ha sido un ejercicio para poder glosar líricamente lo más pegado y usado, un ejercicio sobre el manido hogar que creo que ha sido muy extenso en el concepto extenso de extenso.
:)

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