Tengo un insomnio de caballo. Palmario.
Escribiremos. Que exprimiendo la cabeza siempre sale líquido de provecho.
Es sabido que para aprender idioma uno debe hacer inmersión. Irse al país de origen en cuestión y rular por sus calles, bares y salas de estar. Los que lo hemos hecho sabemos qué es el aprendizaje implícito, el incidental.
Mejoras sin conciencia precisa de ello. En la inmersión, ingieres, tragas palabras, entonaciones, acentos, y todo eso se asimila solo, o sea, que no hay tutela de la conciencia sedimentando eso. Se da.
Acaba la estancia en el extranjero, expulsas por la boca las palabras de antes, y han mutado. Se han contagiado de lo idiomático de ese lenguaje, son más auténticas, y tú no sabes muy bien por qué coño sucede. Pero es así.
Postulo que estoy aprendiendo el verbo de Umbral. Que estoy yendo a clases, y hacía lustros de tal hábito, y el profesor es Paco.
Ha sido sin querer. Primero picoteas el Mortal y Rosa, hará 18 meses, a recomendación de ese mal escritor y gran crítico literario autoignorado que es Lapuart. Luego, que si ojeas más libros, que si te compras cuatro de golpe, y aquí estamos: matriculados voluntariamente en el curso titulado "Cela, un cadáver exquisito", de cuatro días de duración, pues lo acabo mañana.
Pues eso, que haciendo inmersión en el legado de Umbral, en su mundo del decir, uno se nota sin comprenderlo bien, que ha aprendido a hilar más fino esa elección de las palabras, que el vaivén de lectura tan selecta en la cabeza, muta y reordena las estanterías léxicas de mi azotea, las reforma por momentos, y en la expresión general hay un aplomo más umbraliano: las palabras ahora pesan más y son más veloces que antes, a la hora de significar.
Y cuando uno se da cuenta que está aprendiendo un código que se le escapaba, superior, necesario de ir a clases para aprenderlo, entiende por qué cuesta tanto separarse de ese libro, y te sigue a todas partes, y por qué se subraya y anota tanto.
Haber encontrado un profesor, un maestro, es cojonudo. Algo que te pasa de década en década. Un maestro con la pata tiesa sí, pero con su cerebro bien vivo en esa su obra extensa y bregada.
Lo reconozco. A partir de ahora plagiaré sin quererlo de Umbral. Sus textos me poseen luego, y los encarno en palabras mías. Obviamente no copio, pero bien orgulloso estoy que mis textos estén injertados de él. Todo es natural. Me lo encuentro, planeo sobre él, y es inevitable no aprender y convertirse en mejor poeta.
Umbral es seco, nuclearmente lírico, pero de niño se cayó en la marmita de la lucidez, de la palabra exacta, ilustradora e iluminadora. Umbral explica un mundo con sólo un adjetivo, supera a Hegel hablando de los chopos, y suelta ciencia por la boca a través de esas imágenes cuadradas con el trasfondo de la realidad. Umbral es un gimnasta que clava 29 de cada 30 piruetas léxicas, un fuera de serie. Y leerlo significa pasarte sin darte cuenta un plumero por toda la corteza lingüística, con su pirotecnia orquestada que excita y ejemplifica que se puede enhebrar el lenguaje de una forma aún más fina, artesana, cuadrada, exacta y asombrosa, con todos los perfiles y detalles de lo real.
Gracias Paco coño
miércoles, 14 de julio de 2010
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