Y qué pasa en aquí, en este blog?? Que se va a volver un monotema de Umbral, o qué? No me exageren, la gente ve tres perros dálmatas seguidos, y ya empieza a eculubrar sobre ello, aunque sea una imbécil ilusión de si va a venir el cuarto en las próximas horas.
Nuestra mente cose los puntos suspensivos de los acontecimientos, como pasadas de frenada de las cosas en nuestra cabeza, y muchas veces lo hace con un fin inadaptado. Por relleno neurológico.
[…] Tras atender unos clientes que se llevaron aceites y vinagres.
Pues acabo de bautizar con “el pipas” a un aceite. En una tienda tiene que haber empaque.
Oli de pipes de carbassa d´Estíria, el pipas.
La luna en el mar riela, creo que cuando muerto y enterrado, si alguien pusiera una sonda tectónica a la electricidad de mi cerebro, alguna descarguita habría, y soltaría estas pústulas comodines que se nos quedan como tics del lenguaje.
En la lona gime el viento, y ahora podría continuar y estamparle a este escrito, a este vomitado afortunado, un título en la cabecera bien postpoético y tal: Deconstrucción de una mañana con soneto de Espronceda fileteado.
Pero no. Los postpoéticos y gente progre de disfraz, sí que no tienen alma, aunque hagan que todo en ellos huela a alma. Un aerosol aromático químico los rocía.
Su acta de nacimiento, es lo Mac y lo Apple, pero pese a conservar ese sonajero de por vida, ahora todos somos un poco apple, sin tener que haber sido pioneros de ello. Oh, pioneros de apple, aún os creeréis que vosotros lo inventastéis, o que Steve Jobs es el profeta.
Falta un líder del mundo, o sea, mediático, se ha de pasar por ese filtro sí o sí a estas alturas de los siglos, que veramente sea excelso, ejemplar, magnético, carismático de cojones. Creo que con la mitad de ello, el estómago de las masas ya haría vacío, y ante tan bajo nivel precedente, bastaría la mitad de ello para catapultar a un nuevo líder.
Somos una manada de ovejas seculares sin perro,
Que hasta hemos olvidado que hubo perro.
Y cuando aparezca un collar sólo de uno,
tiritaremos de contemplación sobre la nada de la
infinita escalera de caracol
subida con suelas de amnesia.
Ay que se empieza a cinestesiar de lado.
[…] período de cosas
E iba a poner otra idea pero la he ido a despedir a la calle. Ha ido tan rápido, que no he logrado retenerla y le he dado un adiós sonriendo en la calle.
No, la rentengo, le vi el dorsal, todo lo dorsal.
Que iba a eruptar todo yo, y empezar un texto porno, empujado por una canción que iba a poner en la gramola de hoy, el youtube. Pero no ha puesto nada la canción. No ha rasgado ninguna cuerda, ningún nervio de lo sexual. Porque lo sexual también tiene nervios. No es el único órgano que funciona sin inervar, señores católicos dosmilañeros de la esquina.
Porque al final la gente propone eso. Falacias.
Desmontables si se les vapulea donde le duele a su esqueleto de idea.
¿Alguien había notado que Muchachada Nui nace en una casa donde se cultiva maria?
Tendría que ser obvio para muchos de ustedes fans, ignorantes de la María, la verdadera virgen.
Los niños de Fátima fumaban? La epilepsia de San Pablo no generó lo del caballo? Mejor dicho, su base neurológica epileptoide?
Porque que yo sepa sólo iba a caballo.
El cristianismo. No sé si el arte o la filosofía morirán, pero el cristianismo te digo que sí. Existirá sobre la faz de la tierra un día e que muera, el último cristiano. El último creyente de este movimiento cultural requetegigantesco. Pero acaecerá como aquellos militantes del zoroastrismo, que hoy en día es una especie de euskera de la verdad, extinguible y bizarro.
Jesús de Nazaret era travelo.
Me permito la frase anteriro como mera chirigota, filosofía de chirigota. Ofensiva aún. Para ir cantando por las calles “Jesús de Nazaret eraa traveloo”, de forma cachonda, paragaditana diría yo, en plena fanfarria. Pero hoy en día es ofensivo y pido disculpas. Porque el respeto es no violentar, no pisar sustentos del otro por el mero hecho que uno no los valore, pero se les reconoce en el otro un papel de primer orden que lastimaría y jodería al otro.
Es más, me cae bien muchos cristianos. Carmen, por ejemplo, que me lees y que bien me caes. Soy tu Nietzsche de llavero, ese que uno tiene en el bolsillo olvidado, pero que al sacarlo le seduce y le violenta, pero se acepta y uno/a se lo vuelve a meter de llavero se su bolsillo.
Y Mònica se cela mientras me ve escribir, y también quiere un llavero. Papá yo también quero bolsa de patatas como mi hermana, ayyy. El llavero de Mònica? Pues ella es muy fan de mi escritura, un llavero sobrado de presidenta del clú de fans, con miles de pegatinas horarias con ella, que es la que me aguanta, aunque en conducta tampoco llevo muchos cates.
Y quién quiere más llaveros? Pero llaveros con implante, buenas y macizas arándelas de llaves que no abren trasteros sino buhardillas, compremélos oiga, con implante, implante llaveril en vena que se hace uno con el cuerpo, prótesis orgánicas con roscas para complejos y velcros ponefines de rasguños de los adentros, santamariedades varias, extractos de carne abstrusa, cabello de huellas pisadas pero sin haber sido nunca vistas, chochonas filosóficas de gran calidad, juegue señora juegue, un llaverito, no quiere usted un llaverito?
Leánme, que a cambio de un llavero personalizado en su mente, me dan unas monedillas para comer e invertir en viajes, que es un gasto deducible, pues en pura inversión en muebles de la cabeza, unas monedillas ustedes y yo puedo ir esta tarde a Cancún, que con la arena de allí y la tropicalidad uno vive en balneario las horas de por vida, desde muy joven, muy mimado por la vida, pero yo sólo lo piso una semana y me voy, no se crean que abuso. Lo sé, propondré al gentil Zapatero de turno que en lugar de 400 euros del IRPF, lo use en un viaje a Cancún para cada españolazo, que se deje de abstractos, que queremos tangibles, que no me haga pensar en qué se gastan, que me ponga en la Riviera Maya de una patada, y me devuelva tras-balnearizado.
Lucharé por proponerlo si alguna vez me entrevisto los terceros jueves de mes con algún presidente del Gobierno.
Hasta entonces, que pasen un feliz día.
sábado, 31 de julio de 2010
Puto Oslo
Leo en la Wiki que “la particularidad de su escritura le hace especialmente intraducible”. No jodamos. Eso es un mérito. Cualquier traductor, con su bagaje medio de lírica y narrativa, se ve impotente para traducir esas simbiosis de palabras sin que se quede retratado, sin que aparezca un guiñapo, un pegote, sin que se firme una impotencia.
Y es que ha de venir un inglés muy inglés, y un poeta muy de lo suyo, para intentar salvar el listón lírico de Pérez Martínez, Francisco. Y aparte debe entender ese español primero.
Creo que es un mérito enorme ser tan difícilmente traducible. Engancharse a los tentáculos traseros de un idioma, y forcejearlo, y que a tan remoto destino bello del lenguaje, no se pueda acceder con ninguna tarjeta magnética standard que descodifican lo que está al uso. Allí, allí se crea, allí se ha de acceder con mapa de vivencias, le ha de entrar a uno en la zambullida el agua del lenguaje en la nariz.
Y que cada palabra done todo su bagaje secular, porque las palabras son cántaros de cosas, son contenedores de arraigos, de matices prístinos, si uno las sabe teclear en el órgano inteligente del lenguaje. Y entonces dejan de existir los sinónimos, el polvo acumulado en las aristas de las palabras es soplado y se vuelven nítidos los bordes de cada palabra, y su significado se vuelve punza, y se clava en lo real.
Y afortunadamente, el lenguaje de cada región es como un compendio de recetas culinarias que nada tiene que ver unas con otras entre países. Una paella y unos pierogis polacos tiene algo de antípodas entre ellos, de totalmente distintos. El español y el alemán también, pueden ser imitables, pero si desplegamos su especifidad, su pureza, son dos planetas alejados miles de kilómetros y cientos de años. Se puede bailar el alemán, pero no se puede poseerlo, emanarlo, como sale de un teutón. Los españoles dan español, las vacas leche, y los alemanes alemán. Oiga.
Y en Umbral emana un lenguaje más rico en matices, más arañado de su pureza, más mágico al ser tallado y extraído a la manchada realidad de las cosas, porque el lenguaje es un gran estante donde los hombres depositan ingenio a lo largo de los siglos, es una construcción colectiva que se amontona y se deja allí desordenada, pero cuajando en algunas partes pura iluminación y lucidez. Entonces va allí Umbral y ficha de entre esa masa todas aquellas unidades heredadas, y elabora una receta a fuego lento, con una mano que le sale de la cabeza, y es a la vez mano de otras manos, de una forma magistral y creando un precedente.
El guiso de Umbral es muy afortunado. Es un cocinero, un gulas de las palabras, bulímico de ellas, que nació con el don de escoger siempre una buena materia primera, y luego prepararlas, muy de tapa, muy súbitamente, con unas combinaciones, con unas cocciones sutiles, que al probarlas simplemente se salían. Y me quedo corto. Los hallazgos en Umbral, son de una lucidez de bestia, que atraviesa varias capas en variadas direcciones a la vez, que conecta todos esos entes cosidos por una palabra estirada y multiforme, en una especie de joyas a la medida estéticas, y a la vez filosóficas.
Intraducible. Pues claro coño. Como tiene que ser.
O va a venir un tío de otra cultura y se va a meter a manosear en la máquina depurada por siglos de un idioma, y va a suponer una serie de funcionamientos íntimos con etiquetas foráneas. Vamos, lo que se hace cada día.
Puto Oslo.
Y es que ha de venir un inglés muy inglés, y un poeta muy de lo suyo, para intentar salvar el listón lírico de Pérez Martínez, Francisco. Y aparte debe entender ese español primero.
Creo que es un mérito enorme ser tan difícilmente traducible. Engancharse a los tentáculos traseros de un idioma, y forcejearlo, y que a tan remoto destino bello del lenguaje, no se pueda acceder con ninguna tarjeta magnética standard que descodifican lo que está al uso. Allí, allí se crea, allí se ha de acceder con mapa de vivencias, le ha de entrar a uno en la zambullida el agua del lenguaje en la nariz.
Y que cada palabra done todo su bagaje secular, porque las palabras son cántaros de cosas, son contenedores de arraigos, de matices prístinos, si uno las sabe teclear en el órgano inteligente del lenguaje. Y entonces dejan de existir los sinónimos, el polvo acumulado en las aristas de las palabras es soplado y se vuelven nítidos los bordes de cada palabra, y su significado se vuelve punza, y se clava en lo real.
Y afortunadamente, el lenguaje de cada región es como un compendio de recetas culinarias que nada tiene que ver unas con otras entre países. Una paella y unos pierogis polacos tiene algo de antípodas entre ellos, de totalmente distintos. El español y el alemán también, pueden ser imitables, pero si desplegamos su especifidad, su pureza, son dos planetas alejados miles de kilómetros y cientos de años. Se puede bailar el alemán, pero no se puede poseerlo, emanarlo, como sale de un teutón. Los españoles dan español, las vacas leche, y los alemanes alemán. Oiga.
Y en Umbral emana un lenguaje más rico en matices, más arañado de su pureza, más mágico al ser tallado y extraído a la manchada realidad de las cosas, porque el lenguaje es un gran estante donde los hombres depositan ingenio a lo largo de los siglos, es una construcción colectiva que se amontona y se deja allí desordenada, pero cuajando en algunas partes pura iluminación y lucidez. Entonces va allí Umbral y ficha de entre esa masa todas aquellas unidades heredadas, y elabora una receta a fuego lento, con una mano que le sale de la cabeza, y es a la vez mano de otras manos, de una forma magistral y creando un precedente.
El guiso de Umbral es muy afortunado. Es un cocinero, un gulas de las palabras, bulímico de ellas, que nació con el don de escoger siempre una buena materia primera, y luego prepararlas, muy de tapa, muy súbitamente, con unas combinaciones, con unas cocciones sutiles, que al probarlas simplemente se salían. Y me quedo corto. Los hallazgos en Umbral, son de una lucidez de bestia, que atraviesa varias capas en variadas direcciones a la vez, que conecta todos esos entes cosidos por una palabra estirada y multiforme, en una especie de joyas a la medida estéticas, y a la vez filosóficas.
Intraducible. Pues claro coño. Como tiene que ser.
O va a venir un tío de otra cultura y se va a meter a manosear en la máquina depurada por siglos de un idioma, y va a suponer una serie de funcionamientos íntimos con etiquetas foráneas. Vamos, lo que se hace cada día.
Puto Oslo.
domingo, 25 de julio de 2010
Sabor agrio novela
Yo no puedo escribir sin un agarre a lo real, a lo mío, a lo biográfico. Partir de la ficción, que tampoco es imposible, es como partir de una fogata mal hecha, comparado con el motor de plasma a reacción para la lírica, que me supone partir de algo real, sentido, vivido.
Tampoco puedo continuar sin que prevalezca el pensamiento, la definición de lo quiero expresar, pues siempre se puede ser infiel a eso, y escribir por buen sonido, por eufonía de frases, impactando sin importar si se transmite aquello que existía.
De lo vivido por uno, borbotea toda una estampa esférica, multidimensional, que permite esos fogonazos de sentimientos, ese afinamiento de las palabras, para hacer fotos de lo que nadie vio. A nadie le interesa lo visto, sólo venden palabras aquellos que meten criaturas nuevas en la realidad. La gente paga entrada por zoológicos de palabras exóticas, por embarcarse, por viajar a nuevos lugares desconocidos.
Y en la ficción siempre hay algo de descafeína, de poco borbotón, de relieve sin montañas rusas, porque descubrir a la propia madre, con una careta y un trauma ancestral, y un tatuaje pintado oculto a ella... no se hace igual de una madre ajena. En la ficción hay una distancia, se puede rozar su piel, pero no es una verdad de sangre, de moco, de enfermedad infantil, no es una historia que sale de las vísceras, del fondo de un cólico, de un colapso, puede haber partido de allí, pero antes paró en una fonda a descansar, y luego volvió si queréis a la épica.
Las memorias tienen olor a regla, manchadas de semen seco, de vergüenzas colectivas, puñales que nos duelen en la espalda; la ficción está algo más flaca, potente pero no definitiva como una crisma rompiéndose.
Y puede que la ficción sea un almacén comercial de parapetos. De velos de los autores que derivan el foco de atención de sí mismos, sabrán ellos por qué. En los actores hay un síndrome de suplantación muy heavy, el actor perfecto es aquel que se enajena, tal cual, pierde su personalidad momentánea, y delira mutándose en otro a lo bestia. Despellejarse la identidad, grafitear la memoria, y cerrar la conciencia de la cordura, entendámonos, nadie lo hace. Se impostan las personalidades, como se imposta una voz, se imita en definitiva. Se carga uno de gestos, maneras extro-vertidas de mostrarse, de proyectarse; el camino inverso, intro-vertir el personaje, cerraría esa puerta con lo que fuimos nosotros, no se puede hacer sin perder la cordura. Y siempre nos cogemos a esa cuerda en el puente con nosotros mismos, faltaría más.
En la ficción el escritor también imposta. No puede acabar de crear ese otro mundo, desde el laboratorio del papel, hace un gazpacho con tropezones biográficos aquí y allá, no se desliga de sí mismo en su parapeto, se le cuelan yoeces pues no se puede ser líquido y colador al mismo tiempo.
Claro que debe existir la ficción, no fotem. Pero no podría ser, que la novela se ha hecho moda, comodín, referencia de formato literario, de una forma un poco caprichosa?
En fin, esa biografía con pseudónimos, con nicks, que es una novela, no me acaba de convencer, tiene algo de chat, de quinceañero, de cobardete.
Soy un sobrado?
Tampoco puedo continuar sin que prevalezca el pensamiento, la definición de lo quiero expresar, pues siempre se puede ser infiel a eso, y escribir por buen sonido, por eufonía de frases, impactando sin importar si se transmite aquello que existía.
De lo vivido por uno, borbotea toda una estampa esférica, multidimensional, que permite esos fogonazos de sentimientos, ese afinamiento de las palabras, para hacer fotos de lo que nadie vio. A nadie le interesa lo visto, sólo venden palabras aquellos que meten criaturas nuevas en la realidad. La gente paga entrada por zoológicos de palabras exóticas, por embarcarse, por viajar a nuevos lugares desconocidos.
Y en la ficción siempre hay algo de descafeína, de poco borbotón, de relieve sin montañas rusas, porque descubrir a la propia madre, con una careta y un trauma ancestral, y un tatuaje pintado oculto a ella... no se hace igual de una madre ajena. En la ficción hay una distancia, se puede rozar su piel, pero no es una verdad de sangre, de moco, de enfermedad infantil, no es una historia que sale de las vísceras, del fondo de un cólico, de un colapso, puede haber partido de allí, pero antes paró en una fonda a descansar, y luego volvió si queréis a la épica.
Las memorias tienen olor a regla, manchadas de semen seco, de vergüenzas colectivas, puñales que nos duelen en la espalda; la ficción está algo más flaca, potente pero no definitiva como una crisma rompiéndose.
Y puede que la ficción sea un almacén comercial de parapetos. De velos de los autores que derivan el foco de atención de sí mismos, sabrán ellos por qué. En los actores hay un síndrome de suplantación muy heavy, el actor perfecto es aquel que se enajena, tal cual, pierde su personalidad momentánea, y delira mutándose en otro a lo bestia. Despellejarse la identidad, grafitear la memoria, y cerrar la conciencia de la cordura, entendámonos, nadie lo hace. Se impostan las personalidades, como se imposta una voz, se imita en definitiva. Se carga uno de gestos, maneras extro-vertidas de mostrarse, de proyectarse; el camino inverso, intro-vertir el personaje, cerraría esa puerta con lo que fuimos nosotros, no se puede hacer sin perder la cordura. Y siempre nos cogemos a esa cuerda en el puente con nosotros mismos, faltaría más.
En la ficción el escritor también imposta. No puede acabar de crear ese otro mundo, desde el laboratorio del papel, hace un gazpacho con tropezones biográficos aquí y allá, no se desliga de sí mismo en su parapeto, se le cuelan yoeces pues no se puede ser líquido y colador al mismo tiempo.
Claro que debe existir la ficción, no fotem. Pero no podría ser, que la novela se ha hecho moda, comodín, referencia de formato literario, de una forma un poco caprichosa?
En fin, esa biografía con pseudónimos, con nicks, que es una novela, no me acaba de convencer, tiene algo de chat, de quinceañero, de cobardete.
Soy un sobrado?
sábado, 24 de julio de 2010
Lírica-ficción
Qué pasaría, qué pasaría si en una canción de esas tan bestias, tan únicas, tan insultantemente poéticas, del Último de la fila, por poner un ejemplo, un artista soltase en plenos años 80 o 70, la palabra email en sus letras.
Qué pasaría, si fuese una canción escondida en su repertorio, sólo oída por pocos, con una palabra incomprendida ahí en medio, pero transida.
Sería una brutalidad, que un creador se anticipase a su tiempo, fuese un adivino monstruoso de palabras futuras, tan exacta y literalmente. Eso sería inmensamente precioso también. Que la lírica en el fondo fuese nuestra única máquina del tiempo. Una brecha cósmica allén de los años que comunicase generaciones atemporales, que se colase al futuro, que lo aspirara por pasión y le arrancase entes, por pura inspiración henchida a más no poder.
Como garfios de plata, se clavan tus dedos en mi cuerpo, y tu risa se gasta, entre emails encendi-dos-de-pasión. En la canción "Los ángeles no tiene hélices".
Hay leyendas urbanas acabadas de formar que dicen que sí, que escribieron "emails" en esa letra en plenos años ochenta, cuando no existía nada de eso aún.
Si fuese verdad, nos quedaríamos helados, como leerle a Cervantes: dvd, o Torrebruno, algo similar en asombro máximo. Hasta daría algo de yuyu, de miedo, de repelús. :)
La lírica-ficción, qué bonito género. Cuánta magia provocaría. Como ir doblando esquinas de un libro el lector, y toparse con estas monstruosidades románticas tan conmovedoras
Qué pasaría, si fuese una canción escondida en su repertorio, sólo oída por pocos, con una palabra incomprendida ahí en medio, pero transida.
Sería una brutalidad, que un creador se anticipase a su tiempo, fuese un adivino monstruoso de palabras futuras, tan exacta y literalmente. Eso sería inmensamente precioso también. Que la lírica en el fondo fuese nuestra única máquina del tiempo. Una brecha cósmica allén de los años que comunicase generaciones atemporales, que se colase al futuro, que lo aspirara por pasión y le arrancase entes, por pura inspiración henchida a más no poder.
Como garfios de plata, se clavan tus dedos en mi cuerpo, y tu risa se gasta, entre emails encendi-dos-de-pasión. En la canción "Los ángeles no tiene hélices".
Hay leyendas urbanas acabadas de formar que dicen que sí, que escribieron "emails" en esa letra en plenos años ochenta, cuando no existía nada de eso aún.
Si fuese verdad, nos quedaríamos helados, como leerle a Cervantes: dvd, o Torrebruno, algo similar en asombro máximo. Hasta daría algo de yuyu, de miedo, de repelús. :)
La lírica-ficción, qué bonito género. Cuánta magia provocaría. Como ir doblando esquinas de un libro el lector, y toparse con estas monstruosidades románticas tan conmovedoras
jueves, 22 de julio de 2010
La que se avecina
Pocas veces una serie adquiere la resonancia suficiente como para aparecer en esta tribuna pública taan elevada, que es mi blog. Sí señor.
A esta serie yo le tenía ganas. Poco a poco fue calando las últimas semanas hasta ser un plato nocturno esperado los miércoles, con franja señalada. Dos culpables: Recio y Amador. Dos personajes hilarantes, de esos que uno luego hace imitación cachonda involuntaria. El primero, un tarado enclenque, feo y dictador, que somete a todo hijo de vecino. Se jacta, básicamente pasa por la vida jactándose. El segundo, Amador, un salido fracasado a los 40, un separado que busca salami constantemente, con deseos de niño de 4 años, tal que hubiera tenido la vida tapiada hasta pasada la treintena.
El ritmo de escenas era frenético, marca de la casa de los guionistas, y la incorrección manifiesta. Pero ha llegado a un punto la serie, que parece un cómic. Y tiene su mérito. Parece que estés viendo un cómic, ese formato habitualmente dibujado. Los personajes son caricaturescos y estirados de la realidad, sus intervenciones meteóricas por visceralidad o brevedad. La trama es fantástica, como muchas otras series, pero aquí hay un ritmo que no te impide hacer crítica consciente, y pasas de una escena a otra con la plasticidad que se suceden las viñetas en el papel.
Lamentablemente, el segundo punto marca de la casa, se ha pasado tres pueblos. En Southpark, matan niños, comen mojones, se mofan de todo, pero los dibujos animados crean una capa suficiente, como para permitir ese salvajismo cómico, la apariencia del dibujo ya es bien fantástica, y toleramos esas exageraciones aberrantes de la realidad.
En La que se avecina, eso no existe. Los personajes vienen de moldes previos más cabales, ahora se han desatado de golpe, y sus barbaridades, su perversión, se hace con personajes de carne y hueso no disfrazados para nada por los guionistas. Los hacen pasar por gente de barrio, y aún no los han "dibujado" más estrambóticamente para que no chirríen. Ayer, ver a Recio atropellar a su inmigrante sin papeles contratado, después de abandonarle con la cadera rota tras un accidente fortuito con su camión de Mariscos Recio en medio de la carretera; enésima lindez racista y xenófoba a lo largo del episodio; u otro día, ver a los niños de Amador como aceptan sobornos en metálico de su padre para poder darle merengue merengue a sus ligues, mientras los abandona en la calle para que no le sigan cuando le toca la custodia; o ayer también, ver a las amigas de la pelirroja, como ocupan y divierten su vida aconsejándola bipolarmente a ratos, acerca de lo que hacer en una relación sentimental, pues el péndulo constante que consiguen les entretiene sobre manera...
Eso es muy amoral señores. Un amoralismo barroco y maquinado que no hace falta explicitarlo y explicarlo públicamente. Al fin y al cabo, hay cosas que no queremos ver y mejor que no veamos. Los humanos tenemos actitudes equivalentes al troquelaje de los patos. Acabamos reproduciendo, a veces por inercia, conductas observadas. No hace falta mostrar modelos amorales por mostrarlos, como sé que la gente tortura perros hasta la extenuación, y no por eso hay que verlo.
Es una pequeña ética del mal, una ilustración de maldades en catálogo, como ya digo, no suficientemente delimitadas de lo real. De una escalera de vecinos locuelos, se ha pasado a una escuela de hijos de puta con forma de edificio, sin más. Sin cambiarle el título a la serie, y me imagino que abiertos de patas con el potorro peludo de la dignidad al aire para ser fornicado en pos de la audiencia.
Es una obra pervertida, porque en pleno siglo XXI también existe la perversión, faltaría más, curas pederastas y criminales aparte, y lo dice un bloguero que ha defendido bastante amoralidad hasta la fecha. Pero hay límites. Se puede ser ex-fan de algo, sin necesidad de ser un converso.
A esta serie yo le tenía ganas. Poco a poco fue calando las últimas semanas hasta ser un plato nocturno esperado los miércoles, con franja señalada. Dos culpables: Recio y Amador. Dos personajes hilarantes, de esos que uno luego hace imitación cachonda involuntaria. El primero, un tarado enclenque, feo y dictador, que somete a todo hijo de vecino. Se jacta, básicamente pasa por la vida jactándose. El segundo, Amador, un salido fracasado a los 40, un separado que busca salami constantemente, con deseos de niño de 4 años, tal que hubiera tenido la vida tapiada hasta pasada la treintena.
El ritmo de escenas era frenético, marca de la casa de los guionistas, y la incorrección manifiesta. Pero ha llegado a un punto la serie, que parece un cómic. Y tiene su mérito. Parece que estés viendo un cómic, ese formato habitualmente dibujado. Los personajes son caricaturescos y estirados de la realidad, sus intervenciones meteóricas por visceralidad o brevedad. La trama es fantástica, como muchas otras series, pero aquí hay un ritmo que no te impide hacer crítica consciente, y pasas de una escena a otra con la plasticidad que se suceden las viñetas en el papel.
Lamentablemente, el segundo punto marca de la casa, se ha pasado tres pueblos. En Southpark, matan niños, comen mojones, se mofan de todo, pero los dibujos animados crean una capa suficiente, como para permitir ese salvajismo cómico, la apariencia del dibujo ya es bien fantástica, y toleramos esas exageraciones aberrantes de la realidad.
En La que se avecina, eso no existe. Los personajes vienen de moldes previos más cabales, ahora se han desatado de golpe, y sus barbaridades, su perversión, se hace con personajes de carne y hueso no disfrazados para nada por los guionistas. Los hacen pasar por gente de barrio, y aún no los han "dibujado" más estrambóticamente para que no chirríen. Ayer, ver a Recio atropellar a su inmigrante sin papeles contratado, después de abandonarle con la cadera rota tras un accidente fortuito con su camión de Mariscos Recio en medio de la carretera; enésima lindez racista y xenófoba a lo largo del episodio; u otro día, ver a los niños de Amador como aceptan sobornos en metálico de su padre para poder darle merengue merengue a sus ligues, mientras los abandona en la calle para que no le sigan cuando le toca la custodia; o ayer también, ver a las amigas de la pelirroja, como ocupan y divierten su vida aconsejándola bipolarmente a ratos, acerca de lo que hacer en una relación sentimental, pues el péndulo constante que consiguen les entretiene sobre manera...
Eso es muy amoral señores. Un amoralismo barroco y maquinado que no hace falta explicitarlo y explicarlo públicamente. Al fin y al cabo, hay cosas que no queremos ver y mejor que no veamos. Los humanos tenemos actitudes equivalentes al troquelaje de los patos. Acabamos reproduciendo, a veces por inercia, conductas observadas. No hace falta mostrar modelos amorales por mostrarlos, como sé que la gente tortura perros hasta la extenuación, y no por eso hay que verlo.
Es una pequeña ética del mal, una ilustración de maldades en catálogo, como ya digo, no suficientemente delimitadas de lo real. De una escalera de vecinos locuelos, se ha pasado a una escuela de hijos de puta con forma de edificio, sin más. Sin cambiarle el título a la serie, y me imagino que abiertos de patas con el potorro peludo de la dignidad al aire para ser fornicado en pos de la audiencia.
Es una obra pervertida, porque en pleno siglo XXI también existe la perversión, faltaría más, curas pederastas y criminales aparte, y lo dice un bloguero que ha defendido bastante amoralidad hasta la fecha. Pero hay límites. Se puede ser ex-fan de algo, sin necesidad de ser un converso.
martes, 20 de julio de 2010
La Galaxia Maquilec, tres años después de su muerte
Reír es un gran invento. Un invento mítico. Espero que la vida me haga reír a carcajadas más.
De las épocas de mi vida que más he reído fue con la galaxia Maquilec. Os cuento.
Era un grupo de amigos. Empezamos 3 o 4 seres sobre los 25 años - tras las tarascadas de la vida - especímenes solteros, como salidos de esa ola del primer lustro de los 20, que algunos los empareja y encamina al altar futuro, a otros les deja apuntados de por vida a un gimnasio, a otros les ataca sexualmente un catedrático de Metafísica de Deusto, en fin, seres rebotados que se encuentran, y quedan los viernes y/o sábados, se tajan con su ron o su whisky, y salen de ligoteo a buscar suma, pincho o franquicia.
Las risas buenas siempre surgen cerca de los motes. Estábamos repletos de motes, nuestros y foráneos, porque éramos una especie de tribu, cuyo objetivo de guerra era el cachondeo. Fuimos reclutando más almas rebotadillas, y acabamos siendo 15 animales, un grupo extralargo y maravilloso, que acabó también haciendo viajes de 8 o 10 aniamles a Dublin un finde, a Málaga, etc. Cosas bastante difíciles de enhiestar en un grupúsculo tan grande y diverso de gentes. Fueron las cimas de la galaxia Maquilec (no era un grupo de amigos, era una galaxia. Y tenía historia cultural propia, además de casi lengua: maquilec porque en sus orígenes, los fundadores bebían en mi casa, donde antes de salir, Perrito guau, un loco único, nos sellaba por todos lados con el sello de la empresa de mi padre, maquilec...).
El Perro, el Gallo, el Equino, Jasón y los argonautas, Pater (yo), Arbirras, Casajena, Chambu... cada uno teníamos tres o cuatro motes, y el resto del mundo también estaba moteado. Fue una mili de anécdotas, a cual más bestia, de esas que a alguien ajeno al grupo, te sale vergüenza contarlas. Un grupo que bien merecería una novela, de memorias, umbralesca. Pues era un canto de celebración a la vida. Torrencial, eufórico. Con sus 20 emails diarios de puro cachondeo entre nosotros.
Gozaba de una vida plena y exultante. Y va y de repente le dio un colapso y se nos murió. La galaxia Maquilec la diñó de forma repentina y abrupta. Fue un duro golpe. Jeje, yo era de los padres fundadores, por no decir el pater de la criatura. A mí me afectó lo suyo. Vitalmente. A la hoguera fantástica del cachondeo, había depositado además, mucho cariño, mucha planificación, mucha generosidad de grupo. Creo que no todo el mundo pagó las mismas entradas y hasta a alguien le salió barato ese infarto sin ambulancia de la galaxia.
Mi teoría es que: algo tuvo que ver tomarse diez cubatas esas noches.
Parece ser que el etanol, no consolida del todo bien las relaciones personales sabe usted.
De las épocas de mi vida que más he reído fue con la galaxia Maquilec. Os cuento.
Era un grupo de amigos. Empezamos 3 o 4 seres sobre los 25 años - tras las tarascadas de la vida - especímenes solteros, como salidos de esa ola del primer lustro de los 20, que algunos los empareja y encamina al altar futuro, a otros les deja apuntados de por vida a un gimnasio, a otros les ataca sexualmente un catedrático de Metafísica de Deusto, en fin, seres rebotados que se encuentran, y quedan los viernes y/o sábados, se tajan con su ron o su whisky, y salen de ligoteo a buscar suma, pincho o franquicia.
Las risas buenas siempre surgen cerca de los motes. Estábamos repletos de motes, nuestros y foráneos, porque éramos una especie de tribu, cuyo objetivo de guerra era el cachondeo. Fuimos reclutando más almas rebotadillas, y acabamos siendo 15 animales, un grupo extralargo y maravilloso, que acabó también haciendo viajes de 8 o 10 aniamles a Dublin un finde, a Málaga, etc. Cosas bastante difíciles de enhiestar en un grupúsculo tan grande y diverso de gentes. Fueron las cimas de la galaxia Maquilec (no era un grupo de amigos, era una galaxia. Y tenía historia cultural propia, además de casi lengua: maquilec porque en sus orígenes, los fundadores bebían en mi casa, donde antes de salir, Perrito guau, un loco único, nos sellaba por todos lados con el sello de la empresa de mi padre, maquilec...).
El Perro, el Gallo, el Equino, Jasón y los argonautas, Pater (yo), Arbirras, Casajena, Chambu... cada uno teníamos tres o cuatro motes, y el resto del mundo también estaba moteado. Fue una mili de anécdotas, a cual más bestia, de esas que a alguien ajeno al grupo, te sale vergüenza contarlas. Un grupo que bien merecería una novela, de memorias, umbralesca. Pues era un canto de celebración a la vida. Torrencial, eufórico. Con sus 20 emails diarios de puro cachondeo entre nosotros.
Gozaba de una vida plena y exultante. Y va y de repente le dio un colapso y se nos murió. La galaxia Maquilec la diñó de forma repentina y abrupta. Fue un duro golpe. Jeje, yo era de los padres fundadores, por no decir el pater de la criatura. A mí me afectó lo suyo. Vitalmente. A la hoguera fantástica del cachondeo, había depositado además, mucho cariño, mucha planificación, mucha generosidad de grupo. Creo que no todo el mundo pagó las mismas entradas y hasta a alguien le salió barato ese infarto sin ambulancia de la galaxia.
Mi teoría es que: algo tuvo que ver tomarse diez cubatas esas noches.
Parece ser que el etanol, no consolida del todo bien las relaciones personales sabe usted.
lunes, 19 de julio de 2010
Kobe Santamaria
No sé si sabéis la historia del hombre que se doblaba en una esquina, para ver llegar al destino por un lado, mientras una mani de azar le hacía cosquillas en la espalda por el otro lado de la calle. No sé si habéis oído la canción cantada por un perro en que le confiesa su devoción a su amo de la forma más fiel que existe en el mundo, porque yo a veces creo que los perros se disecan al pie de una puerta, al pie de una cama, y sólo continuan sus vidas suspendidas, cuando el amo vuelve a respirar, ya sea al amanecer de un nuevo día o al abrir la puerta. Los perros se desdisecan, cobran de nuevo vida y vuelven a morir por salir a la calle.
Los amos. Quien ama a los animales, que es en el fondo amar la vida, nada más, no gusta de la palabra amo. Un perro es un hijo sí. Bueno, es un hijo perro, nunca será un humano, ahí llegamos, pero cuando llamas a una cosa peluda de 50 formas distintas, creándote nombres desde el cariño, es que ese perro es tu hijo. Tu perro hijo. El mío es adoptado. Pero se les quiere igual. Se tarda un poquito más, pero se les acaba comprando una camisetita de perro como a todos.
Schopenhauer. Me imagino a la filosofía dura con cejas, con ese nombre. Ese se pasaba de amor a los perros, y tan poco a los hombres. Los humanos son asquerosos sí, tan listos, tan poderosos, y a la vez tan banales y sobrantes. Pero bien merecen su camisetita y su segunda oportunidad. Stop. No es que una maldición divina haya caído sobre mí, y mi escritura se vuelva la de un camarero tomando nota y llamando a todo por su diminutivo: cañita, patatitas, cervecita. No. Sólo ha sido una coincidencia, de que me pillen hoy un poco... un pocoo...
A veces falla la inspiración, saben?
Y Kobe es muy noble. Él también parece que empieza a quererme. Un perro es un deseo de salir a la calle con cuatro patas peludas y un hocico, no más. Un carpanta con la lengua fuera, siempre que aparece lo comestible en su cosmos, su existencia. Pero coño, tienen ese deje de cariño, de preocupación por uno, que a uno le maravilla viéndoles tan básicos y egoístas.
A Kobe le debo una casa con jardín, como aquella cartilla que uno guarda pa los estudios de los niños, le debo ir a correr por el mundo porque de mayor quiere ser sprinter, le debo más horas de juego, de mordeduras y pelotas de tenis. Porque le adopté. Porque pactamos ser amigos para siempre hace ya algún tiempo, en una perrera de Mataró una tarde de verano.
Los amos. Quien ama a los animales, que es en el fondo amar la vida, nada más, no gusta de la palabra amo. Un perro es un hijo sí. Bueno, es un hijo perro, nunca será un humano, ahí llegamos, pero cuando llamas a una cosa peluda de 50 formas distintas, creándote nombres desde el cariño, es que ese perro es tu hijo. Tu perro hijo. El mío es adoptado. Pero se les quiere igual. Se tarda un poquito más, pero se les acaba comprando una camisetita de perro como a todos.
Schopenhauer. Me imagino a la filosofía dura con cejas, con ese nombre. Ese se pasaba de amor a los perros, y tan poco a los hombres. Los humanos son asquerosos sí, tan listos, tan poderosos, y a la vez tan banales y sobrantes. Pero bien merecen su camisetita y su segunda oportunidad. Stop. No es que una maldición divina haya caído sobre mí, y mi escritura se vuelva la de un camarero tomando nota y llamando a todo por su diminutivo: cañita, patatitas, cervecita. No. Sólo ha sido una coincidencia, de que me pillen hoy un poco... un pocoo...
A veces falla la inspiración, saben?
Y Kobe es muy noble. Él también parece que empieza a quererme. Un perro es un deseo de salir a la calle con cuatro patas peludas y un hocico, no más. Un carpanta con la lengua fuera, siempre que aparece lo comestible en su cosmos, su existencia. Pero coño, tienen ese deje de cariño, de preocupación por uno, que a uno le maravilla viéndoles tan básicos y egoístas.
A Kobe le debo una casa con jardín, como aquella cartilla que uno guarda pa los estudios de los niños, le debo ir a correr por el mundo porque de mayor quiere ser sprinter, le debo más horas de juego, de mordeduras y pelotas de tenis. Porque le adopté. Porque pactamos ser amigos para siempre hace ya algún tiempo, en una perrera de Mataró una tarde de verano.
viernes, 16 de julio de 2010
Efluvios y sublimación
El sueño en una noche de verano. Dormir en un hornillo mientras la almohada parece rustirse, es irrealizable. Si a la intentona le sumas unos vasitos de coca cola, bochorno más cafeína me dan insomnio más insomnio. Y cómo jode saber que 5 más ocho son 13 h, y que el mañana no tendrá mañana, y que ya están comidos los quehaceres de esas horas matinales.
Así que a escribir, a cansar el cuerpo para que acabe cayendo.
Leía hoy, ya sabéis a quien, cómo los intelectuales crean todo un mundo arborescente y genialoide como obra, que a la par suple un mundo más real mutilado. Que hay gente que se dedica a vivir, a ejecutar, a palpar constantemente el mundo con su ocio y neg-ocio; y otros, que siempre se mueven en un mundo más étereo e invisible, que hace de sustituto, esa sublimación que aparca el mundo que nos devuelve el espejo, para crear otro paralelo e igual de real.
Habla de Kierkegaard, y como las limitaciones de timidez frente al mundo, las castraciones psíquicas de la infancia, las pequeñas malformaciones físicas lejos de un canon de belleza... hacen mella en esa doma del mundo concreto, y se empiezan a formar helechos arborescentes de ideas, ejemplarmente trenzados, abriendo grutas del metro científicas, de gran belleza, que suplen ese abrazo y magreo a las cosas del mundo.
Los artistas, intelectuales, científicos, no suelen sobar el mundo. Son seres de silla, de introversión, de contemplación y posterior barruntar. La historia del saber en Europa, esconde mucho cojo, tímido, acomplejado, bizco e inhibido.
Sin inhibición no hay intelectualidad posible. Ha de haber un himen cortical que frene el magreo al mundo, el cosificarse, el tratar a diario con la gente, que le de su especia de asocialidad, de parón mundano, de falta también al saber mezclarse con el mundo y valorar pequeñísimos detalles.
La locura para un intelectual es quizás perderse en el mundo, o que alguien de al interruptor de la extroversión, y que vire violentamente su modo de encarar al mundo. Apreciar tanto los detalles, que creo que no ha nacido humano que lo haga, es para él abandonar de cuajo cualquier tipo de abstracción, una quimera.
Y los detallistas, aquellos bon vivants que tienen microscopios táctiles, gustativos y visuales, se pierden casi siempre en otros detalles pasto de la nimiedad. Al menos, puede ser que los vivan, que los degullan, que se vayan comiendo el mundo a pedazos, degustándolo. Pero como Edipo, viven con los ojos arrancados, pues disfrutan del banquete del mundo, pero no lo ven luego, ya que están en otro plato. Hay una sucesión ciega, falta de todo tipo de memoria apreciativa, y de expresión mantenida de sus vivencias.
Así que a escribir, a cansar el cuerpo para que acabe cayendo.
Leía hoy, ya sabéis a quien, cómo los intelectuales crean todo un mundo arborescente y genialoide como obra, que a la par suple un mundo más real mutilado. Que hay gente que se dedica a vivir, a ejecutar, a palpar constantemente el mundo con su ocio y neg-ocio; y otros, que siempre se mueven en un mundo más étereo e invisible, que hace de sustituto, esa sublimación que aparca el mundo que nos devuelve el espejo, para crear otro paralelo e igual de real.
Habla de Kierkegaard, y como las limitaciones de timidez frente al mundo, las castraciones psíquicas de la infancia, las pequeñas malformaciones físicas lejos de un canon de belleza... hacen mella en esa doma del mundo concreto, y se empiezan a formar helechos arborescentes de ideas, ejemplarmente trenzados, abriendo grutas del metro científicas, de gran belleza, que suplen ese abrazo y magreo a las cosas del mundo.
Los artistas, intelectuales, científicos, no suelen sobar el mundo. Son seres de silla, de introversión, de contemplación y posterior barruntar. La historia del saber en Europa, esconde mucho cojo, tímido, acomplejado, bizco e inhibido.
Sin inhibición no hay intelectualidad posible. Ha de haber un himen cortical que frene el magreo al mundo, el cosificarse, el tratar a diario con la gente, que le de su especia de asocialidad, de parón mundano, de falta también al saber mezclarse con el mundo y valorar pequeñísimos detalles.
La locura para un intelectual es quizás perderse en el mundo, o que alguien de al interruptor de la extroversión, y que vire violentamente su modo de encarar al mundo. Apreciar tanto los detalles, que creo que no ha nacido humano que lo haga, es para él abandonar de cuajo cualquier tipo de abstracción, una quimera.
Y los detallistas, aquellos bon vivants que tienen microscopios táctiles, gustativos y visuales, se pierden casi siempre en otros detalles pasto de la nimiedad. Al menos, puede ser que los vivan, que los degullan, que se vayan comiendo el mundo a pedazos, degustándolo. Pero como Edipo, viven con los ojos arrancados, pues disfrutan del banquete del mundo, pero no lo ven luego, ya que están en otro plato. Hay una sucesión ciega, falta de todo tipo de memoria apreciativa, y de expresión mantenida de sus vivencias.
miércoles, 14 de julio de 2010
Gracias Paco coño
Tengo un insomnio de caballo. Palmario.
Escribiremos. Que exprimiendo la cabeza siempre sale líquido de provecho.
Es sabido que para aprender idioma uno debe hacer inmersión. Irse al país de origen en cuestión y rular por sus calles, bares y salas de estar. Los que lo hemos hecho sabemos qué es el aprendizaje implícito, el incidental.
Mejoras sin conciencia precisa de ello. En la inmersión, ingieres, tragas palabras, entonaciones, acentos, y todo eso se asimila solo, o sea, que no hay tutela de la conciencia sedimentando eso. Se da.
Acaba la estancia en el extranjero, expulsas por la boca las palabras de antes, y han mutado. Se han contagiado de lo idiomático de ese lenguaje, son más auténticas, y tú no sabes muy bien por qué coño sucede. Pero es así.
Postulo que estoy aprendiendo el verbo de Umbral. Que estoy yendo a clases, y hacía lustros de tal hábito, y el profesor es Paco.
Ha sido sin querer. Primero picoteas el Mortal y Rosa, hará 18 meses, a recomendación de ese mal escritor y gran crítico literario autoignorado que es Lapuart. Luego, que si ojeas más libros, que si te compras cuatro de golpe, y aquí estamos: matriculados voluntariamente en el curso titulado "Cela, un cadáver exquisito", de cuatro días de duración, pues lo acabo mañana.
Pues eso, que haciendo inmersión en el legado de Umbral, en su mundo del decir, uno se nota sin comprenderlo bien, que ha aprendido a hilar más fino esa elección de las palabras, que el vaivén de lectura tan selecta en la cabeza, muta y reordena las estanterías léxicas de mi azotea, las reforma por momentos, y en la expresión general hay un aplomo más umbraliano: las palabras ahora pesan más y son más veloces que antes, a la hora de significar.
Y cuando uno se da cuenta que está aprendiendo un código que se le escapaba, superior, necesario de ir a clases para aprenderlo, entiende por qué cuesta tanto separarse de ese libro, y te sigue a todas partes, y por qué se subraya y anota tanto.
Haber encontrado un profesor, un maestro, es cojonudo. Algo que te pasa de década en década. Un maestro con la pata tiesa sí, pero con su cerebro bien vivo en esa su obra extensa y bregada.
Lo reconozco. A partir de ahora plagiaré sin quererlo de Umbral. Sus textos me poseen luego, y los encarno en palabras mías. Obviamente no copio, pero bien orgulloso estoy que mis textos estén injertados de él. Todo es natural. Me lo encuentro, planeo sobre él, y es inevitable no aprender y convertirse en mejor poeta.
Umbral es seco, nuclearmente lírico, pero de niño se cayó en la marmita de la lucidez, de la palabra exacta, ilustradora e iluminadora. Umbral explica un mundo con sólo un adjetivo, supera a Hegel hablando de los chopos, y suelta ciencia por la boca a través de esas imágenes cuadradas con el trasfondo de la realidad. Umbral es un gimnasta que clava 29 de cada 30 piruetas léxicas, un fuera de serie. Y leerlo significa pasarte sin darte cuenta un plumero por toda la corteza lingüística, con su pirotecnia orquestada que excita y ejemplifica que se puede enhebrar el lenguaje de una forma aún más fina, artesana, cuadrada, exacta y asombrosa, con todos los perfiles y detalles de lo real.
Gracias Paco coño
Escribiremos. Que exprimiendo la cabeza siempre sale líquido de provecho.
Es sabido que para aprender idioma uno debe hacer inmersión. Irse al país de origen en cuestión y rular por sus calles, bares y salas de estar. Los que lo hemos hecho sabemos qué es el aprendizaje implícito, el incidental.
Mejoras sin conciencia precisa de ello. En la inmersión, ingieres, tragas palabras, entonaciones, acentos, y todo eso se asimila solo, o sea, que no hay tutela de la conciencia sedimentando eso. Se da.
Acaba la estancia en el extranjero, expulsas por la boca las palabras de antes, y han mutado. Se han contagiado de lo idiomático de ese lenguaje, son más auténticas, y tú no sabes muy bien por qué coño sucede. Pero es así.
Postulo que estoy aprendiendo el verbo de Umbral. Que estoy yendo a clases, y hacía lustros de tal hábito, y el profesor es Paco.
Ha sido sin querer. Primero picoteas el Mortal y Rosa, hará 18 meses, a recomendación de ese mal escritor y gran crítico literario autoignorado que es Lapuart. Luego, que si ojeas más libros, que si te compras cuatro de golpe, y aquí estamos: matriculados voluntariamente en el curso titulado "Cela, un cadáver exquisito", de cuatro días de duración, pues lo acabo mañana.
Pues eso, que haciendo inmersión en el legado de Umbral, en su mundo del decir, uno se nota sin comprenderlo bien, que ha aprendido a hilar más fino esa elección de las palabras, que el vaivén de lectura tan selecta en la cabeza, muta y reordena las estanterías léxicas de mi azotea, las reforma por momentos, y en la expresión general hay un aplomo más umbraliano: las palabras ahora pesan más y son más veloces que antes, a la hora de significar.
Y cuando uno se da cuenta que está aprendiendo un código que se le escapaba, superior, necesario de ir a clases para aprenderlo, entiende por qué cuesta tanto separarse de ese libro, y te sigue a todas partes, y por qué se subraya y anota tanto.
Haber encontrado un profesor, un maestro, es cojonudo. Algo que te pasa de década en década. Un maestro con la pata tiesa sí, pero con su cerebro bien vivo en esa su obra extensa y bregada.
Lo reconozco. A partir de ahora plagiaré sin quererlo de Umbral. Sus textos me poseen luego, y los encarno en palabras mías. Obviamente no copio, pero bien orgulloso estoy que mis textos estén injertados de él. Todo es natural. Me lo encuentro, planeo sobre él, y es inevitable no aprender y convertirse en mejor poeta.
Umbral es seco, nuclearmente lírico, pero de niño se cayó en la marmita de la lucidez, de la palabra exacta, ilustradora e iluminadora. Umbral explica un mundo con sólo un adjetivo, supera a Hegel hablando de los chopos, y suelta ciencia por la boca a través de esas imágenes cuadradas con el trasfondo de la realidad. Umbral es un gimnasta que clava 29 de cada 30 piruetas léxicas, un fuera de serie. Y leerlo significa pasarte sin darte cuenta un plumero por toda la corteza lingüística, con su pirotecnia orquestada que excita y ejemplifica que se puede enhebrar el lenguaje de una forma aún más fina, artesana, cuadrada, exacta y asombrosa, con todos los perfiles y detalles de lo real.
Gracias Paco coño
lunes, 12 de julio de 2010
La noche que España ganó el Mundial de fútbol
Luis Enrique subía a casa unas cervezas minutos antes del partido, venían amigos a ver la finalisíma africana. Al abrir la puerta le dolió la nariz como en cada fase final de un mundial, un eco de la contusión sobrevenía cada vez que la nariz olía de nuevo la Jules Rimet cerca.
Se giró, miró al horizonte, y se imaginó ahí detrás los 10 mil kilómetros de distancia que sobrevolaban África. Una estepa infinita de pobreza, que contenía los pocos metros cuadrados en la Tierra, que no disfrutarían de esa batalla final balompédica, mil millones de terrícolas en el teatro de las emociones, dispuestos a comprometerse con el regate más bello del mundo, con todo lo espúreo de sesenta chutes elevado a acontecimiento supremo cada cuatro años, ayer el fútbol era lo más importante de nuestras vidas, todas nuestras penas y nubes se quedaron sentadas en la acera del cine calladas y absorbidas, por una vez nuestros recuerdos de la infancia, que son una de las razones más importantes para vivir, nuestros recuerdos comunes en millones de almas se iban a alinear, y lo más importante, iban a cambiar de color, iban a cambiar de sabor. La historia iba a cambiar. En colores, plásticamente, se iba a pintar un cuadro efímero, pero en el cual se marcaba que éramos los reyes del mundo, en este deseo tan caprichoso y tan humano que es coronarse y exhibir que se es el mejor del mundo mundial. La roja, la de la sequía, la desterrada de los emperadores europeos Italia-Alemania-Francia-Inglaterra, la vagabunda, la potencia siempre en segunda línea, el españolito cutre, landista, pero más noble que todos ellos juntos. No hay problema más perro que la necesidad, la urgencia histórica, el estar en la historia entre el fracaso y el colapso. La noche que España quiso seguir siendo Brasil, que se hermanó con la estirpe de Garrincha, de Pelé, de Cruyff, de Zizou. La noche que España borró el catenaccio del diccionario del fútbol, que evangelizó el guardiolismo más allá de Tarifa.
El partido cayó por su propio jodido peso. Un peso envenenado, embarrado por una Holanda necia que se limitó a pegar y esperar los penalties, unos deportistas indignos que no entregaron el partido y quisieron ganarlo fuera de él. Un peso límite que devoraba la prórroga, la oportunidad de juego, y nos remitía a la tanda de chochonas, eso sí, con el Santo.
Pero España tiene dos santones. Ayer se canonizó al muñeco articulado y diabólico de Stamford Bridge, a ese jugador tan barrooco y tan poco delantero que vive tan cerca del área. Que hizo eso tan raro! tan extraño! de controlar escorado haciendo botar la pelota?? y empalmarla. Empalmarla.
¿Qué jugador en este mundo no controla hacia delante cuando le pasan escorado a gol? ¿Y así, qué jugador es capaz tras el control, de meter un gol con el portero ya bien colocado, perpendicular, y con tiro escorado?
Casi nadieeee.
Pero Andrés se inventa el fútbol, es el ladrón que atraca con chancletas, el soldado que gana batallas descalzo. Nunca será explosivo, más allá de un enpalme, una acción de un par de segundos. Andrés no galopa, no gambetea, no se eleva más allá de los cielos como hizo Puyol, no mete la pierna, no posee al gol. Iniesta juega con guantes blancos, amaga en el área pequeña, pega un caño en campo propio, se pega un lento cha-cha-cha en el minuto 116 de la final de un mundial, es un Messi a la velocidad de un caracol en trance, Iniesta es Pelé en cámara lenta.
Y Cechs se la pasó con buena rosca, Iniesta no pensó que la portería estaba franca a 3 metros escasos, como lo haríamos el común de los mortales. La controló con paradiña como si estuviera en el centro del campo, como un loco, como quien ignora al gol, lo desprecia, se olvida de él.
Pero en su adn está escrito un romance con el gol. Y en un chasquido de tiempo, nos la empalma. Nos la empalma.
Y perfora la resistencia holandesa de 116 minutos por la mano buena del notable Stekelenburg (gran monstruo de la última pantalla), y con un disparo oblicuo. Como si la historia hubiese dicho que sólo había un agujero minúsculo, casi inalcanzable, para salir con vida antes de los penalties. Una rendija a la gloria, que estaba alta, remota y en un lugar muy raro. Sólo al alcance de Andrés.
Sólo echamos de menos en esos momentos a la Virgen, ahí, tan luminiscente entre las redes como la cara de Andrés.
Todos vibrábamos, muchos llorábamos, porque el fútbol te hace sentir la gloria entre tus dedos por unos instantes. Esa ilusión tan bien lograda y tan humana. El cuerpo se encarnó en Sudáfrica, la piel se mimetizó en los gestos de Iker, los ojos memorizaron para siempre la mirada de Xavi, y de alguna manera, nos tragamos toda esa selección, toda esa copa, todo ese campeonato mundial por una parte de nosotros, y fue la noche en que tú y yo fuimos Campeones del mundo de Fútbol.
Se giró, miró al horizonte, y se imaginó ahí detrás los 10 mil kilómetros de distancia que sobrevolaban África. Una estepa infinita de pobreza, que contenía los pocos metros cuadrados en la Tierra, que no disfrutarían de esa batalla final balompédica, mil millones de terrícolas en el teatro de las emociones, dispuestos a comprometerse con el regate más bello del mundo, con todo lo espúreo de sesenta chutes elevado a acontecimiento supremo cada cuatro años, ayer el fútbol era lo más importante de nuestras vidas, todas nuestras penas y nubes se quedaron sentadas en la acera del cine calladas y absorbidas, por una vez nuestros recuerdos de la infancia, que son una de las razones más importantes para vivir, nuestros recuerdos comunes en millones de almas se iban a alinear, y lo más importante, iban a cambiar de color, iban a cambiar de sabor. La historia iba a cambiar. En colores, plásticamente, se iba a pintar un cuadro efímero, pero en el cual se marcaba que éramos los reyes del mundo, en este deseo tan caprichoso y tan humano que es coronarse y exhibir que se es el mejor del mundo mundial. La roja, la de la sequía, la desterrada de los emperadores europeos Italia-Alemania-Francia-Inglaterra, la vagabunda, la potencia siempre en segunda línea, el españolito cutre, landista, pero más noble que todos ellos juntos. No hay problema más perro que la necesidad, la urgencia histórica, el estar en la historia entre el fracaso y el colapso. La noche que España quiso seguir siendo Brasil, que se hermanó con la estirpe de Garrincha, de Pelé, de Cruyff, de Zizou. La noche que España borró el catenaccio del diccionario del fútbol, que evangelizó el guardiolismo más allá de Tarifa.
El partido cayó por su propio jodido peso. Un peso envenenado, embarrado por una Holanda necia que se limitó a pegar y esperar los penalties, unos deportistas indignos que no entregaron el partido y quisieron ganarlo fuera de él. Un peso límite que devoraba la prórroga, la oportunidad de juego, y nos remitía a la tanda de chochonas, eso sí, con el Santo.
Pero España tiene dos santones. Ayer se canonizó al muñeco articulado y diabólico de Stamford Bridge, a ese jugador tan barrooco y tan poco delantero que vive tan cerca del área. Que hizo eso tan raro! tan extraño! de controlar escorado haciendo botar la pelota?? y empalmarla. Empalmarla.
¿Qué jugador en este mundo no controla hacia delante cuando le pasan escorado a gol? ¿Y así, qué jugador es capaz tras el control, de meter un gol con el portero ya bien colocado, perpendicular, y con tiro escorado?
Casi nadieeee.
Pero Andrés se inventa el fútbol, es el ladrón que atraca con chancletas, el soldado que gana batallas descalzo. Nunca será explosivo, más allá de un enpalme, una acción de un par de segundos. Andrés no galopa, no gambetea, no se eleva más allá de los cielos como hizo Puyol, no mete la pierna, no posee al gol. Iniesta juega con guantes blancos, amaga en el área pequeña, pega un caño en campo propio, se pega un lento cha-cha-cha en el minuto 116 de la final de un mundial, es un Messi a la velocidad de un caracol en trance, Iniesta es Pelé en cámara lenta.
Y Cechs se la pasó con buena rosca, Iniesta no pensó que la portería estaba franca a 3 metros escasos, como lo haríamos el común de los mortales. La controló con paradiña como si estuviera en el centro del campo, como un loco, como quien ignora al gol, lo desprecia, se olvida de él.
Pero en su adn está escrito un romance con el gol. Y en un chasquido de tiempo, nos la empalma. Nos la empalma.
Y perfora la resistencia holandesa de 116 minutos por la mano buena del notable Stekelenburg (gran monstruo de la última pantalla), y con un disparo oblicuo. Como si la historia hubiese dicho que sólo había un agujero minúsculo, casi inalcanzable, para salir con vida antes de los penalties. Una rendija a la gloria, que estaba alta, remota y en un lugar muy raro. Sólo al alcance de Andrés.
Sólo echamos de menos en esos momentos a la Virgen, ahí, tan luminiscente entre las redes como la cara de Andrés.
Todos vibrábamos, muchos llorábamos, porque el fútbol te hace sentir la gloria entre tus dedos por unos instantes. Esa ilusión tan bien lograda y tan humana. El cuerpo se encarnó en Sudáfrica, la piel se mimetizó en los gestos de Iker, los ojos memorizaron para siempre la mirada de Xavi, y de alguna manera, nos tragamos toda esa selección, toda esa copa, todo ese campeonato mundial por una parte de nosotros, y fue la noche en que tú y yo fuimos Campeones del mundo de Fútbol.
domingo, 11 de julio de 2010
Som una nació. Nosaltres decidim. Pels nostres collons.
Ayer, una maragallada acabó por hacer salir más de un millón de catalanes a las calles por un mismo lema. Jordi Pujol se pasó 18 años en el poder pactando aquí ahora un poquito, ahora vamos allí y sacamos otro poquito, siempre con un pohquitoo que sonaba catalán y folclórico. En el fondo era como un excursionista con espardenyes en el mundo de la política que compraba centílitros de derechos a granel en las bodegas españolas, el seny del comprador de vi.
Maragall, nieto de poeta, no estuvo ni sus 4 años como President de la Generalitat, pero creo que en medio año ya puso todo patas arriba. Una década antes ya había colocado a Barcelona en el mapa próspero del mundo. Éste no iba a las bodegas españolas a charlar con los bodegueros y que le pusieran un poco de derechos nacionales en botella. Éste pertenecía al PSOE, un partido español en el que eso del Estatut no era una prioridad de partido ni de lejos. Fue un poco como esperar un pase de la pelota 18 años, tras 45 años en el banquillo, y por fin volver a chutar de verdad e intentar empatar el partido.
En todo ese tiempo nadie en ninguna bodega española había plantado cara poniendo sobre la mesa alto y claro que Catalunya es una nación, nadie había puesto en evidencia al españolismo, ese nacionalismo que se da por sentado y por tanto no es un nacionalismo. Benditas las maragalladas porque dieron visibilidad a algo que se decía con la boca pequeña en Madrid, porque sacaron del escondite las palabras Nació, Nou Estatut, Españolismo. Y este político no académico, con su dosis sana de no cordura, la lió y hace que un Montilla andaluz defienda a Catalunya como nación.
Pero esta épica a la cual nos apuntamos los catalanes, catalanes como yo que ya hemos nacido en democracia, y bastante poco antifranquismo hemos mamado, no deja de ser una reivindicación con su parte de lastimosa pero que tiene un claro origen. No tenemos ningún problema con España, esta tarde vamos a vibrar con la selección de fútbol, y nos alegraremos muchísimo con cualquier gol de Puyol, como él mismo, catalán de pura cepa, se desgañitará de orgullo. Hemos nacido en España, hemos convivido y nos gusta, pero no por ello obligatoriamente hemos de morir en España. De aquí 40 años Cataluña podría por qué no tener su Estado, o no.
No se puede cabalmente ser antiespañolista, España es demasiado ancha y variada como para ir en contra de tantas cosas. En España hay miles de almas amigas, de pueblos primos-hermanos, de gente con un corazón que no le cabe en el pecho.
Pero en España, como en otros sitios, también hay mucho hijo de puta. Cataluña no va en contra de España. Que quede claro, Catalunya va en contra de la derecha española. A Catalunya no la rajó España en la dictadura, fue el fascismo español (aún no condenado por ellos), Catalunya luchó con muchísimas otras regiones de España, incluída la valiente Madrid, en contra de la gente que todavía no es capaz hoy en día de condenar alto y claro la barbarie franquista. Esos mal nacidos, siguen atizando la violencia en época democrática, porque con las palabras y la libertad de expresión de la que hacen gala (y ellos malnacieron) gozan de la mentira y la terjiversación sin ninguna consecuencia penal para ellos. Son los chicos del barrio que viven de las trampas, ayer con pistolas, hoy con alaridos y crispación, tienen mucho de sus amigos musulmanes, son igual de violentos y retrógrados.
Esa derecha legal, permitida hoy por la tibieza secular de las izquierdas, la que no les degolló en la segunda república, para luego ser degollados; la que hoy en día pierde combates dialécticos por dignidad ante energúmenos que patalean y abuchean en un congreso de los diputados, esa derechona de mala madre que es el cáncer de España, es una especie en extinción pese a que ellos no lo vean.
La derecha española del s. XXI está en la línea evolutiva: Imperio-feudalismo-monarquía-aristocracia-derechonas.
Emperadores, monarcas, señores feudales, nobles... todos han ido cayendo a lo largo de la historia, ahora sólo hay duquesas que salen en Sálvame, reyes de cartón-piedra que se follaron a Bárbara Rey en su día, y el príncipe de Becquelar en las galletas. La derecha española va por el mismo reguero. Una gente retrógrada, que se vanagloria siempre de logros que hace nada repudiaron (santa Constitución, divorcio, autonomías...), una contradicción andante, que se obsesiona con el status quo, gente sin talento pero con familia y herencia a conservar, gente que mira al obrero con una sonrisa pícara, gente que le sigue comiendo el culo y los tarzanitos a Franco, y les gustan. Gente que sale derrotada en Catalunya cuando mienten sobre un atentado magnicida, porque tras el 11-M Catalunya les abofeteó, por mezquinos, y de una mayoría clara ganó Bambi, y eso les jode. Porque no conocen el examen de conciencia.
Gente que en su puta vida no conseguirán que les vote en Catalunya más que los residuos cenizos de épocas anteriores. Porque el mundo avanza, la gente progresa, pero ellos no.
Están en extinción, y este mundo es maravilloso, porque los hijos de puta se acaban.
Maragall, nieto de poeta, no estuvo ni sus 4 años como President de la Generalitat, pero creo que en medio año ya puso todo patas arriba. Una década antes ya había colocado a Barcelona en el mapa próspero del mundo. Éste no iba a las bodegas españolas a charlar con los bodegueros y que le pusieran un poco de derechos nacionales en botella. Éste pertenecía al PSOE, un partido español en el que eso del Estatut no era una prioridad de partido ni de lejos. Fue un poco como esperar un pase de la pelota 18 años, tras 45 años en el banquillo, y por fin volver a chutar de verdad e intentar empatar el partido.
En todo ese tiempo nadie en ninguna bodega española había plantado cara poniendo sobre la mesa alto y claro que Catalunya es una nación, nadie había puesto en evidencia al españolismo, ese nacionalismo que se da por sentado y por tanto no es un nacionalismo. Benditas las maragalladas porque dieron visibilidad a algo que se decía con la boca pequeña en Madrid, porque sacaron del escondite las palabras Nació, Nou Estatut, Españolismo. Y este político no académico, con su dosis sana de no cordura, la lió y hace que un Montilla andaluz defienda a Catalunya como nación.
Pero esta épica a la cual nos apuntamos los catalanes, catalanes como yo que ya hemos nacido en democracia, y bastante poco antifranquismo hemos mamado, no deja de ser una reivindicación con su parte de lastimosa pero que tiene un claro origen. No tenemos ningún problema con España, esta tarde vamos a vibrar con la selección de fútbol, y nos alegraremos muchísimo con cualquier gol de Puyol, como él mismo, catalán de pura cepa, se desgañitará de orgullo. Hemos nacido en España, hemos convivido y nos gusta, pero no por ello obligatoriamente hemos de morir en España. De aquí 40 años Cataluña podría por qué no tener su Estado, o no.
No se puede cabalmente ser antiespañolista, España es demasiado ancha y variada como para ir en contra de tantas cosas. En España hay miles de almas amigas, de pueblos primos-hermanos, de gente con un corazón que no le cabe en el pecho.
Pero en España, como en otros sitios, también hay mucho hijo de puta. Cataluña no va en contra de España. Que quede claro, Catalunya va en contra de la derecha española. A Catalunya no la rajó España en la dictadura, fue el fascismo español (aún no condenado por ellos), Catalunya luchó con muchísimas otras regiones de España, incluída la valiente Madrid, en contra de la gente que todavía no es capaz hoy en día de condenar alto y claro la barbarie franquista. Esos mal nacidos, siguen atizando la violencia en época democrática, porque con las palabras y la libertad de expresión de la que hacen gala (y ellos malnacieron) gozan de la mentira y la terjiversación sin ninguna consecuencia penal para ellos. Son los chicos del barrio que viven de las trampas, ayer con pistolas, hoy con alaridos y crispación, tienen mucho de sus amigos musulmanes, son igual de violentos y retrógrados.
Esa derecha legal, permitida hoy por la tibieza secular de las izquierdas, la que no les degolló en la segunda república, para luego ser degollados; la que hoy en día pierde combates dialécticos por dignidad ante energúmenos que patalean y abuchean en un congreso de los diputados, esa derechona de mala madre que es el cáncer de España, es una especie en extinción pese a que ellos no lo vean.
La derecha española del s. XXI está en la línea evolutiva: Imperio-feudalismo-monarquía-aristocracia-derechonas.
Emperadores, monarcas, señores feudales, nobles... todos han ido cayendo a lo largo de la historia, ahora sólo hay duquesas que salen en Sálvame, reyes de cartón-piedra que se follaron a Bárbara Rey en su día, y el príncipe de Becquelar en las galletas. La derecha española va por el mismo reguero. Una gente retrógrada, que se vanagloria siempre de logros que hace nada repudiaron (santa Constitución, divorcio, autonomías...), una contradicción andante, que se obsesiona con el status quo, gente sin talento pero con familia y herencia a conservar, gente que mira al obrero con una sonrisa pícara, gente que le sigue comiendo el culo y los tarzanitos a Franco, y les gustan. Gente que sale derrotada en Catalunya cuando mienten sobre un atentado magnicida, porque tras el 11-M Catalunya les abofeteó, por mezquinos, y de una mayoría clara ganó Bambi, y eso les jode. Porque no conocen el examen de conciencia.
Gente que en su puta vida no conseguirán que les vote en Catalunya más que los residuos cenizos de épocas anteriores. Porque el mundo avanza, la gente progresa, pero ellos no.
Están en extinción, y este mundo es maravilloso, porque los hijos de puta se acaban.
sábado, 10 de julio de 2010
LAS CHIRIVITAS
Me quito el ayuno del día y quizás de semanas, desayuno del alma aquí en el negocio con Umbral, con Su "cela un cadáver exquisito", que el muy bribón denota con un exquisito aplicable de todas a su propio libro.
Ah el tema de hacerse con el oficio de escritor. Como relucen esas memorias de cuando los aspirantes acudían al café Gijón y similares, y como esa pureza que tienen los artistas nacidos para ello, con todo el mercantilismo olvidado, era conseguida y no sólo soñada por algunos de ellos. Cuanto se pagaría oiga, por estar una tarde en el Gijón con Ortega y Gasset en la barra, Cela al fondo, Umbral entrando por la puerta... Eso sí bien merece ese hábito estúpido de tomar café, esa megaexcusa de brebaje que no viene a cuento por cierto.
Hoy en día todo está más transido de chirivitas. Para ser escritor uno debe de ir con cuidado con las chirivitas. Tanto marketing, tantos colores, tanta comercio que aúna consumo.
Madrid debería tener una estación de Metro que se llamase Chirivitas.
Callao, Antón Martín, Recoletos, y Chirivitas.
Le pega.
(puede que continúe...)
Ah el tema de hacerse con el oficio de escritor. Como relucen esas memorias de cuando los aspirantes acudían al café Gijón y similares, y como esa pureza que tienen los artistas nacidos para ello, con todo el mercantilismo olvidado, era conseguida y no sólo soñada por algunos de ellos. Cuanto se pagaría oiga, por estar una tarde en el Gijón con Ortega y Gasset en la barra, Cela al fondo, Umbral entrando por la puerta... Eso sí bien merece ese hábito estúpido de tomar café, esa megaexcusa de brebaje que no viene a cuento por cierto.
Hoy en día todo está más transido de chirivitas. Para ser escritor uno debe de ir con cuidado con las chirivitas. Tanto marketing, tantos colores, tanta comercio que aúna consumo.
Madrid debería tener una estación de Metro que se llamase Chirivitas.
Callao, Antón Martín, Recoletos, y Chirivitas.
Le pega.
(puede que continúe...)
EL YO NO EXISTE CARAJO
Cada vez soy más Lockiano, Humeano, como lo quieras llamar. Todos crecemos de niño en un moisés medio racionalista, medio piadoso, que nos empuja a creer en un yo.
Nuestra cultura, oriental u occidental, es una cultura del yo. Del agente, del protagonista. No hay bemoles de disgregar al sujeto, no hay cojones. De afirmar que somos una función fisiológica. El yo es un letrero, una referencia, o una costa.
Sí, sólo una etiqueta para englobarlo todo. Pero las cosas son más azarosas. Explotan en la cabeza, se forman solas, desembocan las conductas a veces con un guión, a veces completamente giradas.
Da miedo pensar que somos una sucesión de estados fisiológicos, y que somos Agencia casual de nuestros actos. Que eso de firmar las cosas que hacemos, es muy relativo, y que nos olvidamos de los coprotagonismos, no sólo de los otros sino también de las cosas. Las cosas nos hacen, y no es una perogrullada o una frase para enmarcar.
Pero parece que en esta cultura nos va el protagonismo, el creer que todo lo que hacemos proviene de un yo, cuando es lo mismo decir que proviene de una sucesión de estados cerebrales, transidos aquí y allá por cosas de fuera, moldeados por otros, no emanados de un yo sino muchas veces impelidos y obligados por otros condicionantes foráneos.
Tener un señor yo es una cosa muy seria. No jodamos que las masas tienen un yo, porque si no el jamón malo también es de Trévelez y vale un dineral. Los "yoes" remedados, sin criterios propios, son yoes ejecutivos, que sí firman lo que hacen y siguen, pero más como yoes que sienten y encarnan, como un mamífero también firma todo ladrido, caza o lametazo. Después están los yoes destilados, que han bebido sustancias más barrocas, más personalizadas, pero que se siguen apoyando en la vasta masa que es los pies de todo. Cuanto más único es un yo, menos repetido, más nuevo, original, no visto ni oído, más disfrazado está de yo, y más agente único parece.
Pero ni aún así amigos, eso del yo es algo muy relativo.
Parece que necesario, sine qua non pa ir tirando, pero que quede claro: EL YO NO EXISTE.
Nuestra cultura, oriental u occidental, es una cultura del yo. Del agente, del protagonista. No hay bemoles de disgregar al sujeto, no hay cojones. De afirmar que somos una función fisiológica. El yo es un letrero, una referencia, o una costa.
Sí, sólo una etiqueta para englobarlo todo. Pero las cosas son más azarosas. Explotan en la cabeza, se forman solas, desembocan las conductas a veces con un guión, a veces completamente giradas.
Da miedo pensar que somos una sucesión de estados fisiológicos, y que somos Agencia casual de nuestros actos. Que eso de firmar las cosas que hacemos, es muy relativo, y que nos olvidamos de los coprotagonismos, no sólo de los otros sino también de las cosas. Las cosas nos hacen, y no es una perogrullada o una frase para enmarcar.
Pero parece que en esta cultura nos va el protagonismo, el creer que todo lo que hacemos proviene de un yo, cuando es lo mismo decir que proviene de una sucesión de estados cerebrales, transidos aquí y allá por cosas de fuera, moldeados por otros, no emanados de un yo sino muchas veces impelidos y obligados por otros condicionantes foráneos.
Tener un señor yo es una cosa muy seria. No jodamos que las masas tienen un yo, porque si no el jamón malo también es de Trévelez y vale un dineral. Los "yoes" remedados, sin criterios propios, son yoes ejecutivos, que sí firman lo que hacen y siguen, pero más como yoes que sienten y encarnan, como un mamífero también firma todo ladrido, caza o lametazo. Después están los yoes destilados, que han bebido sustancias más barrocas, más personalizadas, pero que se siguen apoyando en la vasta masa que es los pies de todo. Cuanto más único es un yo, menos repetido, más nuevo, original, no visto ni oído, más disfrazado está de yo, y más agente único parece.
Pero ni aún así amigos, eso del yo es algo muy relativo.
Parece que necesario, sine qua non pa ir tirando, pero que quede claro: EL YO NO EXISTE.
jueves, 8 de julio de 2010
La pasión de dos cuarentones
Se encontraron por fin tras 3 años de leerse. Se vieron y sonrieron, fueron muy educados, no dejaban de sonreír. Fueron todo lo amables que podían ser, se desearon buenas nuevas, aunque cada cual supusiera el 0,064 % de la vida del otro. Siempre con una sonrisa. Se dijeron adiós, ella se tiró un pedo breve a los 10 metros de la despedida. Continuaban sonriendo.
Una mano gigante pulsó el botón de pausa y entró en la escena. Levantó la cabellera de ella, petrificada por la pausa, como el perro y la gente que paseaban, todos detenidos. Esa mano gigante también zarandeó el pelo del hombre y buscó entre su pelo.
Debajo del cabello de ambos había un par de pañales cagados en la nuca. Unos pañales enormes que estaban cagados y no parecían oler. Encontró la rendija por donde se metían en la cabeza y residían de por vida. La mano cogió un pincel y escribió en la acera: Tenéis un par de pañales cagados ocupando la cabeza, tú y tú. Pañales, cagados.
Pulsó de nuevo al play, y ambos se fueron caminando con un sorprendente olor a pintura.
Olieron un poco a mierda también. Pero continuaron sonriendo. Esa sonrisa del vacío, de la nada plana, de la pasión senil jubilada
Una mano gigante pulsó el botón de pausa y entró en la escena. Levantó la cabellera de ella, petrificada por la pausa, como el perro y la gente que paseaban, todos detenidos. Esa mano gigante también zarandeó el pelo del hombre y buscó entre su pelo.
Debajo del cabello de ambos había un par de pañales cagados en la nuca. Unos pañales enormes que estaban cagados y no parecían oler. Encontró la rendija por donde se metían en la cabeza y residían de por vida. La mano cogió un pincel y escribió en la acera: Tenéis un par de pañales cagados ocupando la cabeza, tú y tú. Pañales, cagados.
Pulsó de nuevo al play, y ambos se fueron caminando con un sorprendente olor a pintura.
Olieron un poco a mierda también. Pero continuaron sonriendo. Esa sonrisa del vacío, de la nada plana, de la pasión senil jubilada
sábado, 3 de julio de 2010
Transformers
Y al final siempre queda el inconsciente. Podemos engañarnos, podemos construir y tallar toda la verdad que queramos para nuestra vida, que el inconsciente picará, hará que duela, o creará ansiedad. Nuestro yo nunca pone el punto final a todo esto llamado existencia.
Pero esa ilusión de control de la vida, ese creerse uno el capitán que ostenta el timón, es una falacia. En la vida manda el deseo. Tenemos un dictador dentro y se llama deseo. Se puede someter al yo, darle una vida sucedáneo lejos de cualquier vida realmente soñada, incluso por falta de autoestima se puede justificar la vida más sosa del mundo.
Y no hay nada más amargo que un pero cuando cruzas la meta delante de todos, esa nota agria que va por dentro y adjetiva felicidad con la etiqueta "muy relativa".
El inconsciente se vuelve un hijo de puta si no le damos lo que quiere. El yo, y entendámonos, todos sabemos que el yo es la imagen que solemos proyectar de nosotros, lo que creemos que somos; el yo nos cita a consultas, con su rostro bien humano, y es un experto en timideces, rodeos, excusas, miedos justificados con la firma y la huella de nuestros padres. El yo es un heredero de lo bueno y malo que nos cayó en la lotería de la familia, quien esté limpio de sus padres que coja la primera piedra.
El ego es la parte animal y racial que no entiende de convenciones, es nuestro garante de la felicidad, y explota literalmente, o se apodera de nosotros, es un tirano interior que actúa si no se le da de comer.
Se le llama inconsciente porque no se le quiere escuchar. No sé hasta qué punto quien no es libre enferma. No sé hasta qué punto lo somático conecta con lo psíquico, pero no es difícil suponer que el sistema límbico y el tronco encéfalico tienen bastante que ver.
Se llama inconsciente porque tiene mucho de energía y poco de palabra. Veamos este búho como se transforma en función del entorno (podéis ponerlo a partir del minuto 1):
Todos, toditos, todos, tenemos ese búho más o menos educado dentro de nosotros.
Pero esa ilusión de control de la vida, ese creerse uno el capitán que ostenta el timón, es una falacia. En la vida manda el deseo. Tenemos un dictador dentro y se llama deseo. Se puede someter al yo, darle una vida sucedáneo lejos de cualquier vida realmente soñada, incluso por falta de autoestima se puede justificar la vida más sosa del mundo.
Y no hay nada más amargo que un pero cuando cruzas la meta delante de todos, esa nota agria que va por dentro y adjetiva felicidad con la etiqueta "muy relativa".
El inconsciente se vuelve un hijo de puta si no le damos lo que quiere. El yo, y entendámonos, todos sabemos que el yo es la imagen que solemos proyectar de nosotros, lo que creemos que somos; el yo nos cita a consultas, con su rostro bien humano, y es un experto en timideces, rodeos, excusas, miedos justificados con la firma y la huella de nuestros padres. El yo es un heredero de lo bueno y malo que nos cayó en la lotería de la familia, quien esté limpio de sus padres que coja la primera piedra.
El ego es la parte animal y racial que no entiende de convenciones, es nuestro garante de la felicidad, y explota literalmente, o se apodera de nosotros, es un tirano interior que actúa si no se le da de comer.
Se le llama inconsciente porque no se le quiere escuchar. No sé hasta qué punto quien no es libre enferma. No sé hasta qué punto lo somático conecta con lo psíquico, pero no es difícil suponer que el sistema límbico y el tronco encéfalico tienen bastante que ver.
Se llama inconsciente porque tiene mucho de energía y poco de palabra. Veamos este búho como se transforma en función del entorno (podéis ponerlo a partir del minuto 1):
Todos, toditos, todos, tenemos ese búho más o menos educado dentro de nosotros.
viernes, 2 de julio de 2010
Tienes razón Carmen, es hora de escribir sobre la fantasía.
La fantas--- que se avecina con fantasma, que puede ser una barata Disney (ontológicamente hablando), bastardamente infantil (porque tenemos una edad), o puede ser la vela que mueva toda una realidad. Viva la fantasía que es anhelo y catapulta toda una vida hacia una meta de esfuerzo, de vinagre y rosas, como canta Sabina. El deseo es energía nuclear, que bien controlada, es la pasión que mueve el mundo.
Los sabios budistas saben que la raíz del sufrimiento está en el deseo, y me imagino que también saben que controlar un deseo es una quimera.
Carmen, deberías sondear con tu sensibilidad de pequeñaja, el mundo de las quimeras.
La gente hoy en día ya no escala quimeras. Ya no hay héroes cotidianos que funden empresas imposibles. Y eso es necesario. Sigo diciendo que especulamos con el valor de la vida. Si se quiere a la vida también se ha de ser un poco mártir de ella, si quieres que tu vida sea una historia de amor, y no un programa aburrido de televisión para masas. ¿Y qué es el romanticismo Carmen? Escribe también sobre eso. Entendido como en el 18, encarnado, a lo Sturm und Drang. ¿No tiró por cierta borda Bécquer su vida, como la tiraban entonces los artistas? No por ello, aún desearíamos ser Bécquer? Ser ese ser de tamañas resonancias líricas, monstruosamente únicas? Hoy en día poca gente apuesta su vida por algo. Apostar, entregarla al destino, que no existe pero se forma mientras hablamos.
Porque la vida puede ser maravillosa, puede ser un terremoto de emociones que martillean a cual más profunda, más sabia, más lúcida. Sin estresar, en una cascada que es un regalo. Y así sí que se justifica el amor, la entrega al otro, por mero agradecimiento por la vida.
Viva la religión estética, inmanentista, viva cada esquina que no demuestra la existencia de un ser superior, pero lo equivale, este mundo es panteista, claro que sí. :)
La fantas--- que se avecina con fantasma, que puede ser una barata Disney (ontológicamente hablando), bastardamente infantil (porque tenemos una edad), o puede ser la vela que mueva toda una realidad. Viva la fantasía que es anhelo y catapulta toda una vida hacia una meta de esfuerzo, de vinagre y rosas, como canta Sabina. El deseo es energía nuclear, que bien controlada, es la pasión que mueve el mundo.
Los sabios budistas saben que la raíz del sufrimiento está en el deseo, y me imagino que también saben que controlar un deseo es una quimera.
Carmen, deberías sondear con tu sensibilidad de pequeñaja, el mundo de las quimeras.
La gente hoy en día ya no escala quimeras. Ya no hay héroes cotidianos que funden empresas imposibles. Y eso es necesario. Sigo diciendo que especulamos con el valor de la vida. Si se quiere a la vida también se ha de ser un poco mártir de ella, si quieres que tu vida sea una historia de amor, y no un programa aburrido de televisión para masas. ¿Y qué es el romanticismo Carmen? Escribe también sobre eso. Entendido como en el 18, encarnado, a lo Sturm und Drang. ¿No tiró por cierta borda Bécquer su vida, como la tiraban entonces los artistas? No por ello, aún desearíamos ser Bécquer? Ser ese ser de tamañas resonancias líricas, monstruosamente únicas? Hoy en día poca gente apuesta su vida por algo. Apostar, entregarla al destino, que no existe pero se forma mientras hablamos.
Porque la vida puede ser maravillosa, puede ser un terremoto de emociones que martillean a cual más profunda, más sabia, más lúcida. Sin estresar, en una cascada que es un regalo. Y así sí que se justifica el amor, la entrega al otro, por mero agradecimiento por la vida.
Viva la religión estética, inmanentista, viva cada esquina que no demuestra la existencia de un ser superior, pero lo equivale, este mundo es panteista, claro que sí. :)
jueves, 1 de julio de 2010
Un escritor se puede parapetar en su obra. Puede ser una persona escondida en lo mediato y remoto que es arar unos papeles escritos en la habitación de casa. Sin mundo, con un afuera observado, destilado si cabe, pero con un contacto muy tangencial con las miradas y las interpelaciones de los otros.
Escribe, deja su recadito de 200 páginas en la editorial, y puede seguir cabalgando por su senda extramundana y solitaria.
Nadie puede ser un caballero sin rostro, tarde o temprano los focos te apuntan y calan tu persona. Un escritor, un intelectual, se puede derretir como la mantequilla y pasar a ser nadie. No es lo mismo el observatorio de la alcoba, el voyeurismo cósmico, que caer en medio del mundo con todo lo farragoso y mecánico que tiene, con todo el sentimentalismo contenido en cada semejante, con la multitud de espejos y máscaras que todos llevamos.
Un artista ha de aguantar también su personalidad ahí afuera. No basta saber pintar muy bien en casa, el éxito, el reconocimiento, se catapulta si detrás hay una persona hecha y derecha aguantando la obra. Es que yo sé tocar la flauta travesera como nadie, pero no sé hablar, ni sé aguantar una mirada. Las descompensaciones son lo que son, descompensaciones.
La gente en seguida lo cala como el arquetipo del genio cojo, la excelencia deformada, y hasta tiene empatía hacia él. Los genios no generan empatía, provocan admiración y respeto. Hay muchos dotes geniales esparcidos por el mundo, muchos son parches, remiendos, cojeras, algunos pertenecen a gente extraordinariamente normal, genialoides, pero sanos y normales. Oliver Sacks, por ejemplo. Un tío al que se lee hoy, y se le leerá mañana, el siglo que viene, y el otro. Poeta, científico, y con huerto en casa, qué más quieres? Todavía no se le ha sorbido todo el potencial a su obra, errática y medio ágrafa.
El papel lo aguanta todo. El papel lo esconde todo. Diría que el 75 % de los escritores son deshonestos. Que son una panda de etílicos y adictos que pocas veces se desnudan en su obra. Hablar a solas con un papel no es una conducta sana. Y hacer una obra, es un autoencumbramiento egoísta de dos pares de cojones. La ficción para mí son pedos de la cabeza, anhelos proyectados que nunca serán vividos, enormes autoconsoladores de celulosa bordada. Umbral sólo se escribía a si mismo, memoria tras memoria, con ficción no pedorrera, sino la que le salía del whisky de la mañana, los copazos que confesaba.
El mejor escritor del mundo, nace, no se hace. Tiene un jodido córtex lingüístico superdotado y una infancia y adolescencia suficientes para sobrevivir y largar todo ese vendaval genialoide. Y me estoy cabreando, jeje. Viva a quien le piensen los dedos, como alguien dijo una vez
Escribe, deja su recadito de 200 páginas en la editorial, y puede seguir cabalgando por su senda extramundana y solitaria.
Nadie puede ser un caballero sin rostro, tarde o temprano los focos te apuntan y calan tu persona. Un escritor, un intelectual, se puede derretir como la mantequilla y pasar a ser nadie. No es lo mismo el observatorio de la alcoba, el voyeurismo cósmico, que caer en medio del mundo con todo lo farragoso y mecánico que tiene, con todo el sentimentalismo contenido en cada semejante, con la multitud de espejos y máscaras que todos llevamos.
Un artista ha de aguantar también su personalidad ahí afuera. No basta saber pintar muy bien en casa, el éxito, el reconocimiento, se catapulta si detrás hay una persona hecha y derecha aguantando la obra. Es que yo sé tocar la flauta travesera como nadie, pero no sé hablar, ni sé aguantar una mirada. Las descompensaciones son lo que son, descompensaciones.
La gente en seguida lo cala como el arquetipo del genio cojo, la excelencia deformada, y hasta tiene empatía hacia él. Los genios no generan empatía, provocan admiración y respeto. Hay muchos dotes geniales esparcidos por el mundo, muchos son parches, remiendos, cojeras, algunos pertenecen a gente extraordinariamente normal, genialoides, pero sanos y normales. Oliver Sacks, por ejemplo. Un tío al que se lee hoy, y se le leerá mañana, el siglo que viene, y el otro. Poeta, científico, y con huerto en casa, qué más quieres? Todavía no se le ha sorbido todo el potencial a su obra, errática y medio ágrafa.
El papel lo aguanta todo. El papel lo esconde todo. Diría que el 75 % de los escritores son deshonestos. Que son una panda de etílicos y adictos que pocas veces se desnudan en su obra. Hablar a solas con un papel no es una conducta sana. Y hacer una obra, es un autoencumbramiento egoísta de dos pares de cojones. La ficción para mí son pedos de la cabeza, anhelos proyectados que nunca serán vividos, enormes autoconsoladores de celulosa bordada. Umbral sólo se escribía a si mismo, memoria tras memoria, con ficción no pedorrera, sino la que le salía del whisky de la mañana, los copazos que confesaba.
El mejor escritor del mundo, nace, no se hace. Tiene un jodido córtex lingüístico superdotado y una infancia y adolescencia suficientes para sobrevivir y largar todo ese vendaval genialoide. Y me estoy cabreando, jeje. Viva a quien le piensen los dedos, como alguien dijo una vez
Gloria a Steve Irwin
Steve Irwin era, aquel cazador de cocodrilos, aquel aventurero que salía en televisión y metía la cabeza dentro de un cocodrilo, besaba serpientes o bailaba entre leones hambrientos.
Steve Irwin era el mensaje hecho carne de que la vida es una jungla pero no tanto. A todos nos da miedo bucear con bombona bajo el agua y toparnos con criaturas feas, extrañas, con no se qué que recuerde a un aguijón o avise muerte. Porque la naturaleza mata. Basta una criatura enervada, con su mal día, con su aspecto alienígena amigo de la muerte, ya sea reptil fatídico, cefalópodo monstruoso, para oler el lado asesino de la naturaleza, y en él de la vida.
Aquel tipo no temía ninguna faz de las que tiene la Tierra, el cosmos. Y hasta es posible que sabía que iba a morir. Que bailaba con la pura vida, y con su reverso la muerte, pero sabía que hoy el azar mañana la voluntad, sería cuestión de las mismas cabriolas, los mismos derrapes, el mismo beso con la muerte.
Y cayó cruz. En una de tantas, bailó con una raya pecho a pecho, pero esa manta raya no había ido a clase parece, a la clase del 90 y tantos por ciento que te da el adn, que te enseña que la psicopatía (si tiene neuronas la raya) es algo altamente improbable.
Y esa raya no captó la inocencia de Steve, no sintió que el peligro para ella era cero coma cero, que él sólo nos ofrecía su show de amor a la maturaleza, su fornicación con la vida jadeante y tozuda, de forma simpática, no intuyó nada esa puta raya.
Y le rajó. Tampoco olió que la parte más vulnerable de ese mamífero que nadaba estaba en su tórax derecho (izquierdo para la raya), y le rajó el corazón, incoulando veneno para más inri (que se lo podía haber ahorrado, si es que las rayas rajan y tienen opción a mearse el veneno o no).
Probablemente el héroe de Steve sonrió antes de morir. Olisqueaba perfectamente ese 1 % de riesgo mortal en su desafío al miedo terrenal, sabía que los lóbulos orbitofrontales a veces se malforman en los fetos y da lugar a psicopatías, a instintos asesinos, a mentes enfermas. Nunca antes se fue a tomar un café con esa raya como si solía hacer con sus cocodrilos.
Cuando oímos la noticia sonó, y nos suena a imposible a primeras, todavía. ¿Qué parte de esa historia me he perdido? pensamos, porque creíamos que tras ene cientas de veces sambando con el fin de su vida, ese tipo era inmortal.
Nadie lo es.
Pero él, Steve Irwin, hijo de los Irwin de toda la vida, es mucho más inmortal que el resto de mortales que no hemos hecho nada en la vida.
Acabó como tenía que acabar. Saliéndose en una curva cerrada, de las miles de curvas cerradas que tomaba día sí día también en su vida.
Ayer oí que se fue de cañas con Pepe Rubianes a un bar de la Etopía celestial. :)
Steve Irwin era el mensaje hecho carne de que la vida es una jungla pero no tanto. A todos nos da miedo bucear con bombona bajo el agua y toparnos con criaturas feas, extrañas, con no se qué que recuerde a un aguijón o avise muerte. Porque la naturaleza mata. Basta una criatura enervada, con su mal día, con su aspecto alienígena amigo de la muerte, ya sea reptil fatídico, cefalópodo monstruoso, para oler el lado asesino de la naturaleza, y en él de la vida.
Aquel tipo no temía ninguna faz de las que tiene la Tierra, el cosmos. Y hasta es posible que sabía que iba a morir. Que bailaba con la pura vida, y con su reverso la muerte, pero sabía que hoy el azar mañana la voluntad, sería cuestión de las mismas cabriolas, los mismos derrapes, el mismo beso con la muerte.
Y cayó cruz. En una de tantas, bailó con una raya pecho a pecho, pero esa manta raya no había ido a clase parece, a la clase del 90 y tantos por ciento que te da el adn, que te enseña que la psicopatía (si tiene neuronas la raya) es algo altamente improbable.
Y esa raya no captó la inocencia de Steve, no sintió que el peligro para ella era cero coma cero, que él sólo nos ofrecía su show de amor a la maturaleza, su fornicación con la vida jadeante y tozuda, de forma simpática, no intuyó nada esa puta raya.
Y le rajó. Tampoco olió que la parte más vulnerable de ese mamífero que nadaba estaba en su tórax derecho (izquierdo para la raya), y le rajó el corazón, incoulando veneno para más inri (que se lo podía haber ahorrado, si es que las rayas rajan y tienen opción a mearse el veneno o no).
Probablemente el héroe de Steve sonrió antes de morir. Olisqueaba perfectamente ese 1 % de riesgo mortal en su desafío al miedo terrenal, sabía que los lóbulos orbitofrontales a veces se malforman en los fetos y da lugar a psicopatías, a instintos asesinos, a mentes enfermas. Nunca antes se fue a tomar un café con esa raya como si solía hacer con sus cocodrilos.
Cuando oímos la noticia sonó, y nos suena a imposible a primeras, todavía. ¿Qué parte de esa historia me he perdido? pensamos, porque creíamos que tras ene cientas de veces sambando con el fin de su vida, ese tipo era inmortal.
Nadie lo es.
Pero él, Steve Irwin, hijo de los Irwin de toda la vida, es mucho más inmortal que el resto de mortales que no hemos hecho nada en la vida.
Acabó como tenía que acabar. Saliéndose en una curva cerrada, de las miles de curvas cerradas que tomaba día sí día también en su vida.
Ayer oí que se fue de cañas con Pepe Rubianes a un bar de la Etopía celestial. :)
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