He visitado tres ciudades fálicas: Nueva York, Frankfurt y Ciudad de Panamá. Ciudades empeñadas en arañar el cielo con un distrito financiero lleno de torres de Babel. No sé de donde viene la necesidad de erigir un castillo vertical de ochenta pisos como sede, ni por qué es un deseo quasi exclusivo de bancos y entidades financieras.
Es una necesidad de evidencia, una ansia de visibilidad. En ese frágil sistema nervioso del financiero, el fiduciario, hay una especie de fobia por el anonimato, lo no visible, lo chato, lo discreto. Hay que ir con traje de sastre italiano en un Lincoln y entrar en el edificio más alto y con brillo de la ciudad más capital posible. Quieren ser una persona evidente.
Esa es la sensación que te da un panorama de cincuenta rascacielos, evidencia. Debe haber en el núcleo del banquero un vacío de identidad, un ser un don nadie calado y congénito, que le hace cosificarse en objetos brillantes, altos y notables. Esa vocación por el dinero, por tener una cartera realizada, en una bulimia consumista, no es ecológica ni muy humanista que digamos.
Hasta qué punto el financiero-ambición es inocuo? Se podría pensar que es una pobre alma caballero medieval que se deja la vida por un status hasta que un resbalón de ambición le rompe la crisma financiera y espiritual, cosa que sucede, sin embargo, acompañada de la quiebra de su corporación y millares de afectados.
Pero esta consecuencia es corta cuando vivimos en un mundo con capitales fálicas, ya que el último gran resbalón de los lugartenientes de esos rascacielos ha afectado al mundo entero, a toda la globalidad de seres humanos con la crisis de las subprime y el mayor cataclismo económico desde el crack de 1929.
Panamá huele a lavabo de dinero. En plena Centroamérica subdesarrollada se levanta un Manhattan superior en lujo al original, una anomalía geoeconómica que sugiere haber encontrado El Dorado de la economía sumergida. Sólo en este país existe el pasaporte autómatico, basado en el dinero poseído, tal cual. Es el país latinoamericano más emparentado con los EEUU, y el tío Sam parece haber comprado generosos regalos a su sobrino. Pero el tío Sam algo de mafioso tiene, ya sabéis.
Y vale ya de rajar sobre la ambición, porque todos en alguna ocasión también pecamos de ella, o nos basamos en algún otro pecado capital o de provincias para sentirnos mejor. Solamente los excesos que afectan desmesuradamente a ya no muchos si no a la mayoría, deberían ser recluídos por su nivel de peligrosidad planetaria. Buenos días.
lunes, 12 de enero de 2009
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3 comentarios:
Para falos, el de la Torre Agbar. Aunque tiene un punto más simpático, una altura no preponente, sino de amor al cielo. Como el de la torre Eiffel, opino. Justo lo contrario que las neoliberales Torres Espacio, oprobioso símbolo de la cultura de ir de abajo a arriba no siempre con buenas artes.
La torre Agbar produce bastante repulsión de entrada, y más de día. Pero debo confesarle que con el tiempo se está convirtiendo en un símbolo querido de la ciudad, y quizás un emblema en la cima para el barcelonés. Yo me incluyo
'Recluidas', 'recluidas'.
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