Puede ser que las cosas, los objetos y hasta la serigrafía, nos cambien. Tengo a un amigo que camina hacia una boda pero las cosas le hacen de fregamiento como se lo han hecho toda la vida. Por las cosas hablo del diseño de un ipod, del mutar de las frases coloquiales, de la nueva arquitectura, de los nuevos sabores de los snacks, del asfalto sonororreductor de las calles. Multitud de pequeñas cosas inocentes con una mentalidad detrás, ya que no existe el diseño de algo sin una pre-concepción de las cosas detrás. Umbral soltaba: Dios es una cuestión de estilo.
A eso me refiero en este desordenado post, la vida es un devenir constante de estilos, desde la forma de los yogures hasta la sintonía de los programas de radio. Desde el momento que se escogen frente a otros, alguien se posiciona, te aportan un cariz más de tristeza, de esbeltez, de transgresión. Un ir y venir constante de información, siempre sesgada, siempre con marca de la casa. Después están los textos bien explícitos, como éste, los mensajes destilados que intentan dar de pleno en la conciencia, la metainformación. Y girarse sobre sí mismo no es más que uno girado, un cambio de postura, un divertimento alternativo.
Pero sigamos viviendo ese bombardeo continuo y perpetuo de estilos aquí o allá a lo largo del día. Eso, la multidiversidad. Que no es pura, es uniforme o homogénea según una cosmovisión de las cosas, siempre hay un Estilo de moda, y moda no es más que un concepto estadístico. El grueso del ser humano tiende a uniformizar, a cogerse a la barra ante el traqueteo al alma de la multidiversidad. A repetir por seguridad, como un homínido, como una buena criatura de derechas. La biología es de derechas, la cultura de izquierdas.
Ale, esto es un eco de la naturaleza aforística a lo tercer-ojo de los psiquedélicos.
Sigamos. Volvamos a esa orquesta de violines sonando estilos por los sentidos todo el día. Es como si la verdad fuera un gran masa y cada estilo supusiera enfocarla con luz en una parte de ella aquí o en otra parte de ella allá. Todos son briznas de la verdad, esencias de ella pintadas con ciertos colores. Por eso, nuestros proyectos vitales se tiñen de miles de detalles que los deforman y hasta abortan, como hiedras trascendentales de matices. Hemos sido educados y posicionados en unas coordenadas que pretendían ser fijas, pero después otros diseños cotidianos fuera de casa, públicos comunes y propios de barrio, desde una canción a un anuncio publicitario, nos han ido zarandeando esos principios inculcados en su día firme e ingenuamente. El zarandeo de las pequeñas cosas.
Entonces cada tiempo, cada sociedad, crea un relieve del terreno, del imaginario compartido. Aquello que los cool hunters tratan de visionar en su escala comercial. Dónde se posan esas modas estadísticas, qué tendencias y personajes ocupan esos promontorios sociales ya creados por la estructura de la especie, no porque sean tan especiales, como por ejemplo la colina necesaria para que se vea la canción del verano, ad eternum de los años. Los fenómenos perpetuos de los humanos.
La generación anterior intenta preservar sus ideas-en-peligro-de-extinción, como alguien que se resiste a que le echen abajo las paredes de donde ha vivido. La posterior ha heredado un mapa y calzado que no es idóneo para los tiempos, que corren. Los tiempos corren, el relieve social va cambiando detalle a detalle, moviendo promontorios, creciendo colinas, cegando caminos y enfangando otros... nadie lo hace, un día una canción rebaja unos centímetros de bancal, otro día un nuevo sabor acomoda un sendero pedregoso hasta la fecha, etc. Pero cuanto más detallado es el mapa heredado, menos suele servir.
No estaría mal apostar por una educación así como sin membranas, con un ectoplasma diverso y rico, y una membrana cada vez menos purista, conservadora y sin miedos. Miedo, hemos de hablar más del miedo.
jueves, 1 de enero de 2009
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