Desde la emblemática Torre Blanca junto al mar, remonto la ciudad hasta el antiguo Foro. Alrededor de las ruinas milenarias comparten barrio las ruinas contemporáneas. Zonas ya no decadentes, sino deprimidas, un grado ulterior de degeneración con multitud de locales cerrados, destrozados, pancarteados, grafiteados, con un aspecto triste, condenado e irreversible. En sus aceras deambulan los perros de la calle, los vecinos comunes del histórico teatro de Galerio. Perros grandotes y mansos, que dormitan en su vagabundez, perros abandonados por humanos con una vida más perra, en esta costumbre adefésica de la Europa Oriental sureña, con epicentro en Bucharest y su radio circundante.
Prosigo mi marcha espontánea camino de los mercados ventrales de la ciudad. Me acompaña una vieja amiga griega, de nombre bursitis y que se ceba con mi rodilla operada. Igual de raquíticas son las barandillas de todos los edificios que me circundan. Después del gran incendio de principios de siglo XX, la reconstrucción dejó un panorama de apartamentos playeros desarrollistas por toda la ciudad. Las barandillas raquíticas de los balcones testimonian el urbanismo precario del bloque común que puebla estas calles.
La ciudad es un mirador al mar, a su bahía, y los barcos cargueros son como mastodontes cotillas agazapados mar enfrente. Se transmutan en edificios varados en el mar, los barcos acaban siendo referencia para el foráneo, que no los pierde de vista al ir cruzando travesías de calles. Aquel marrón que draga se transforma en un monumento pasajero que indica la altura de una plaza, el azul que no se mueve es referencia perpendicular a la zona de los mercados, etc. El mar hace de mapa como un espejo.
Me compro unos souvlaki y me los hago con verduras frescas en casa. Consigo hacer una siesta que compense la burrada de hora a la que me desperté. A las 15 h reanudo mis paseos de polizón por Salónica. A esta hora de la sobremesa de un sábado la gente joven está apilada frente al mar y al café. El autóctono sabe que Se toma café, por decreto biológico. El café es el mate camuflado de estos gauchos egeos. El griego está intubado al café como rutina social, pese a que este aspecto no haya entrado en el esquemático contenido del estereotipo heleno, desplazándose al de los italianos, más cercanos y matizados.
Los mejores y más vanguardistas locales de Grecia están destinados al café, aquí nada es decadente ni deprimido, sino todo lo contrario, superan los estándares de sus equivalentes europeos: de diseño, a la última, sobrios, elegantes y envolventes. A los griegos tampoco les importa pagar 4€ por su frappé alto, espumoso y gourmet, acompañado de un vaso de agua mineral y un bizcocho. Es una eucaristía social, con el café de sacramento. Los locales están llenos con tribunas sucesivas frente al mar.
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