sábado, 6 de junio de 2015

Te voy a comer to lo negro: la novela negra


Todos tenemos una puta, un entrenador de fútbol y un escritor de novela negra dentro, está demostrado. El otro día ponían conos en la Casa del Libro para que al avanzar por las secciones no pisases los nuevos libros de detectives con o sin gabardina que les llegaban a razón de cinco a la hora. Y es que la novela negra con detective antiheroico que masca la madurez entre caladas, es el nuevo utilitario que la marca Ford, Planeta o Mondadori, equipa para sus clientes. Más bien, es el utilitario donde se siente cómodo un escritor-a, el utilitario trama donde subirse, tirar millas y cobrar el estipendio. Todos tenemos, Carmen la portera también, un inspector de policía dentro que aparece una hora después en el lugar del crimen, mantiene charlas con testigos y suoboficiales, tiene una vida mortal y doméstica detrás, y en sus horas libres se dedica a resolver los crímenes de forma pausada como para que quepa en quinientas páginas. Alters ego que viven en un ecosistema templado, de profesión candente pero que con su moverse diletante y espaciado, dan una fantasía sostenida de misterio dosificado mientras incrementan la condición terrenal y mundana del protagonista. Al final la empatía del lector es total con el detective, que pasa de especialista criminal a hombre común, y empalma con ese inspector original que ya todos teníamos dentro, con lo cual se llenan las gradas de aficionados, y Ford o Planeta pueblan de banners el estadio. 
No estamos más que operando sobre un arquetipo colectivo, pues de ello se trata cuando activamos tales resortes ancestrales que hacen brincar personajes con el crimen, el sexo o lo lúdico/balompié. Sin color que tiña el líquido neuroquímico, sin el negro de fondo de la novela, la receta no funciona tan fácilmente, ni es tan identificable, ni se patrocina igual. Que haya un crimen, muerte, violencia, es un recurso tan ancestral en la literatura oral o escrita como una descomunal polla mandinga eyaculando semen rosa pastel en plaza pública. Modere después la imagen, extiéndala, y ya tiene una vertiente para deslizar su novela. Sexo, violencia y balompié son los chollos, los signos de exclamación en todo argumento, aquellos que activan los botones biológicos para los que estamos programados. Son ese viaje del Imserso a redescubrir por vigésimonovena vez el Mar Mediterráneo, porque todos tenemos alma de trirepetidor de primero de Bup, y sin querer nos gusta comer las mismas gambas y leer la misma mierda cada verano, faltos de la mierda que se esnifa. 
Aquella batalla de atrapar la mente no desde un asesinato en el bosque vecino, sino desde una primera comunión del niño o desde un puesto de vendedor de melones, suele dar una pereza tremenda a mucho creador de tramas, jolín aquí ya hay que pensar, sin jokers ni to lo sucio, y me da peni porque yo ya tenía ese personaje antiheroico del detective tan potentón. Sí hija claro, ese personaje que no existe y que sale directo de la ecuación: crimen + solucionador del mal, involuntario, fallido, atractivo y real. Es el molde del Bien postmoderno, el Bien que se dejaba llevar. El detective es un ángel mundano, que muestra sus heridas, canoso, mientras su efectividad emerge entre muros y pañales, hasta coronar una cima provisional, pues el chollo de la novela negra como las de caballería, es que permiten la venta por fascículos acumulativos de quinientas páginas. Nuestras madres no se perdían la novela vespertina, la culebra, el lagartoreptil, nuestras mocedades más talluditas no se pierden la versión-csi de nuestros días. ¡Y aprenden cosas apuntadas a pie de párrafo como en el No-Do!

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