Era el amigo de Steve Jobs más friki - un protofriki -, y el empresarialmente más autista alrededor suyo. Con la personalidad parasitaria del primero, su relación fue el encuentro de un chucho feliz trotando por el campo y una garrapata paciente esperándole en un junco. Puede ser que le sorbiera la genialidad y el santurrón de Wozniak no sea capaz del rencor. Que ésta sea la historia californiana y contemporánea de un ángel y un demonio arquetípicos.
Existen dos palabras hermanas y cainitas en todos los idiomas: inteligencia y astucia. La primera no suele tener hambre, se alimenta de la imaginación exhuberante de su mente. Así como la lotería de la genética te puede dar un físico porsche o tener chasis de miss, los reyes magos de los genes te pueden traer un juguete en la cabeza con potencia de pentium ene que te permita un banquete vitalicio con el universo.
La astucia es la inteligencia, poca o mucha, con las alas del hambre. No es nada intelectual, funciona a base de carteles sucesivos de 'Wanted' y las recompensas que otorgan. El niño, el perro, la zorra, son capaces de encumbrar su justo intelecto si desean fervorosamente algo. La astucia es una fiebre, que siempre tiene que ocurrir antes de la desesperación. No sigue otras leyes ni otro tempo que los del fenómeno físico de las olas: mar plano, incitación, viento a favor, timing, crecimiento, y rizo monstruoso del mar, o de la inteligencia. Nuestros momentos astutos tardan en montarse, configurarse, como las olas, a menos que seas un mar cantábrico, encajonado, hambriento, recurrentemente zorro y robaperas.
O bien como Wozniak y tanto ingeniero de telecomunicaciones, que seas lago de alma, alpino y acotado, y no mar. Que nunca te crispes como un buda alfanumérico. Que tengas un mundo interior autosuficiente y feliz como un océano pacífico binario y real.
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