martes, 19 de mayo de 2015

Sálvame mea a Knausgaard


Me ha desestabilizado mucho leer a Knausgaard. Me duele el mundo. 
El primer libro que pedí de él ya lo devolví a Amazon en cuanto llegó, pues en los días del envío me pude hacer con un extracto de “La muerte del padre” y tras leerlo, no decidí otra cosa que devolver el ejemplar tal cual llegaba un par de días después.
Pero es que el otro día en la Fnac vi las flamantes fajas de sus nuevos libros, y como aludían sobremanera a mi proyecto literario, esa extensa autobiografía desficcionada que estoy levantando no de golpe como él sino a añadas y ondas, me vi en la tesitura de comprar uno de los dos libros posteriores al devuelto, para intentar comprobar de donde venían aquellos elogios gloriosos de los críticos en las fajas.

Y está tan mal escrito, sin más, no quiero perder el tiempo argumentando. Su obra es tal monumento megalítico a la irrelevancia, que me jode el revuelo que ha alcanzado el libro. Tanto que habrá que investigar sobre ello algún día, desvelar todos los actores y vectores de esta gran farsa.
¿Cómo un lenguaje plano puede dedicarse a transcribir minutos intrascendentes de una vida aquí y allá? Desde cuando existe la autobiografía de las paradas de metro, de las visitas del contador de la luz, de aquella vez que me cepillé los dientes en el lavabo una mañana, de junio, sobre las diez, y cerré el tubo, coloqué el cepillo, y me puse a atar los cordones, para después, ponerle la correa al perro, y bajarlo? 

Nos hemos vuelto locos? Hemos de perdonarle por escribir 3500 páginas en seis tomos sobre su vida cotidiana? Y su pobreza léxica? Me apuesto a que se puede hacer lo mismo con un dictáfono en menos de una semana por-favor!? Su gran mérito es hacer un "Sálvame" de su vida? Acabáramos.
Juro, a dios pongo por testigo, que Sálvame me entretiene más como obra cultural, relato o corpus narrativo, que esa aglomeración de banalidades y monumento megalítico a la intrascendencia que es la obra de ese señor escandinavo.   

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