Me ha desestabilizado mucho leer a Knausgaard. Me duele el mundo.
El primer libro que pedí de él ya lo
devolví a Amazon en cuanto llegó, pues en los días del envío me
pude hacer con un extracto de “La muerte del padre” y tras
leerlo, no decidí otra cosa que devolver el ejemplar tal cual
llegaba un par de días después.
Pero es que el otro día en la Fnac vi
las flamantes fajas de sus nuevos libros, y como aludían sobremanera
a mi proyecto literario, esa extensa autobiografía desficcionada que estoy levantando
no de golpe como él sino a añadas y ondas, me vi en la tesitura de
comprar uno de los dos libros posteriores al devuelto, para intentar
comprobar de donde venían aquellos elogios gloriosos de los críticos
en las fajas.
Y está tan mal escrito, sin más, no
quiero perder el tiempo argumentando. Su obra es tal monumento
megalítico a la irrelevancia, que me jode el revuelo que ha
alcanzado el libro. Tanto que habrá que investigar sobre ello algún
día, desvelar todos los actores y vectores de esta gran farsa.
¿Cómo un lenguaje plano puede dedicarse
a transcribir minutos intrascendentes de una vida aquí y allá?
Desde cuando existe la autobiografía de las paradas de metro, de las
visitas del contador de la luz, de aquella vez que me cepillé los
dientes en el lavabo una mañana, de junio, sobre las diez, y cerré
el tubo, coloqué el cepillo, y me puse a atar los cordones, para
después, ponerle la correa al perro, y bajarlo?
Nos hemos vuelto
locos? Hemos de perdonarle por escribir 3500 páginas en seis tomos
sobre su vida cotidiana? Y su pobreza léxica? Me apuesto a que se
puede hacer lo mismo con un dictáfono en menos de una semana
por-favor!? Su gran mérito es hacer un "Sálvame" de su vida?
Acabáramos.
Juro, a dios pongo por testigo, que Sálvame me
entretiene más como obra cultural, relato o corpus narrativo, que
esa aglomeración de banalidades y monumento megalítico a la
intrascendencia que es la obra de ese señor escandinavo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario