viernes, 17 de mayo de 2013

Taja, turca, melocotón


Salimos de las tabernas, tras un banquete de alcohol, y podemos ponernos a charlar con Haa-vi, amigo, te aprecio un montón, en una esquina, el tipo que pasaba por ahí, Javi, víctima de la logorrea y el cariño colesteroso de un borracho. La turca, la papa, la taja, el pedal. El melocotón. Palabras transidiomáticas que refieren casi al ámbito de las mascotas, mira niño un guau guau, mira Juan, qué turca, vaya me-locotón. Esas cenas de trabajo en que cambia para siempre el concepto de tu jefe, y el gremlin interior sale afuera. El alcohol nos remite una caricatura del admirado, aquel maestro que se pelea contra sí mismo al final de una boda, oro en barra libre, con muecas de vagabundo y golpeándose todas las cuentas pendientes consigo mismo, hasta que se queda dormido sobre los restos de un pastel nupcial.

El puntillo, esa frecuencia alcohólica suficiente que es como un corcel de ocurrencias, comicidad y buenos ratos. Pero sintonizarlo, entre copas, con la euforia que aúpa, suele pasarnos la onda. Se despereza entonces el gremlin, sobao en su cuna. Detrás de una borrachera, siempre hay un presupuesto y un abastecimiento. Un botellón premeditado, alcohol que no falte, pilla seis más házme caso. La noche es un desfile de gremlins nada reptiles y bien vestidos, con poco equilibrio, una performance de desfases múltiples, con poca luz en los bosques con músicas. Son fiestas, uno de los fenómenos humanos más exigentes. Cada sábado millones de tribus no paran de celebrar, no se sabe muy bien el qué. Nos exorcizamos, de la mierdecilla de la vida, el cubata no me falta. Celebran estar vivos, ya ves tú, celebran ser guapos o simpáticas, o celebran ya el anticipo de un polvo trabajado que no será aquella noche, sino seis intentonas semanales después. Entre semana van a clase a sentarse y escuchar, de 10 a 11, porque se cansan y van al bar a medrar. Se tocan los huevos hasta navidad o junio, y celebran esa vida chollo de babosa lúdica con sueldo semanal que prolonga su sultanato poniéndose ciego de birra y ron, hasta que la puta vida tome su edén y le expulse para siempre de su parque de atracciones.
Bebemos. Bebemos para olvidar todo eso.

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