Se me ha ocurrido una buena excusa para curar mi impotencia escritora. "Diario de una crisis", un título-cabecera genuinamente umbralesco, un ariete por donde sumar páginas, que es al final de lo que consiste escribir.
Estar sentado en la terraza de uno, viendo oblicuamente el paisaje tropical y dantesco que pasa de la cricris, mientras se cuelan tropezones de mi vida, grumos emocionales y efluvios de otros mundos.
Un título éste, soez y obvio, facilón y necesario, que es al fin y al cabo el trozo de la calle donde basculan lo marginal y lo manido, pan y cebolla, sopa y delicatessen.
Encontrar la silla donde pone mi nombre. Sentarme ahí cada día con deje. El deje bohemio y pararreal, el uniforme de un escritor acotado y lírico. Frente al escaparate nuestro de la crisis, también para-argumento, para jugar al despiste conmigo mismo. Y allí avanzar arrastrando mi terraza, jardín y alcoba, mi peatonalidad y mis migraciones. Avanzar en la epopeya-animal que es esta crisis, remolino sin guión ni final, injerto de nuestras vidas. Empieza hoy espero este poemario económico, o tratado de economía literaria.
domingo, 19 de febrero de 2012
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