A menudo o siempre en el colegio te imponían los temas de las redacciones, de tu expresión, que en aquellos tiempos era vacía, limitada a redactar, como una cría periodista, sin cabida para la lírica, la deducción o el análisis.
Llega un momento en que por fin parece que hay algo que decir, que expresar, más bien que confesar, y los deberes de clase evolucionan a una necesidad de que se quede escrito y perdurable una "opinión tamizada y destilada" de un mundo recién inagurado, la intimidad del adolescente. El púber arrolla sin darse cuenta que se abren, nuevos estadios, un mundo nuevo que se pisa y adentra antes de verlo. Esa etapa en que empezamos a volvernos bobos, en que ya no llevamos las dos ruedecitas mentales supletorias de la infancia, y no para de salirse la cadena una y otra vez, manteniendo la cara de dignidad del ego infantil omnipotente que aún sueña en las venas. Nace entonces una necesidad de anotar ciertos descubrimientos, de vomitar algún mapa escrito, después que algo abriese de repente todas las cortinas del mundo.
Pero qué bien se estaba en ese mundo de dos por cuatro. En esa habitación tapiada a todo lo que no cabría en un guión de dibujos animados. En esa versión reducida, simplificada y con esquinas metafísicas de goma, del barullo del cosmos y la vida. En ese péndulo entre nuestra tiranía y la dictadura de padres y profesores, sin estepas para la blanda o tierna democracia. Un mundo más estúpido, bobo, pero con el mismo instinto y la misma astucia. Después la independencia y la autonomía pueden llegar a hartar. Y de niños, sometidos, atados, dependientes, obligados, con temas de redacciones exigidos y corregidos en bic rojo, todos escribíamos más.
La vida adulta luego es una cuerda floja entre la cálida dependencia anulante y la fría independencia exitosa, en calibrar al centímetro cuanto de una ponemos y cuanto de otra quitamos. Porque la autonomía conduce normalmente al éxito y la eficacia, un tallarse continuamente sobresaliendo de los demás, que corre paralelo a la autopista de la soledad; y la dependencia nunca te deja solo, y opta continuamente por la piña, el rebaño, la calidez, el eterno café y lidiar en compañía, pero siempre pagando el precio de no quedarse solo en el garaje de uno, donde acabamos perfeccionándonos a la fuerza y a voluntad.
Y luego todo eso pasa sin diseño, sucede, nos duele a posteriori, e intentamos adaptarnos mejor a nuestra dinámica lanzada.
Fin del capítulo B3tY del tomo 16 del manual de instrucciones de nuestra especie, apartado sub C.
lunes, 2 de noviembre de 2009
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2 comentarios:
Ser adulto, complicada tarea que nos toca vivir, sí o sí.
Yo no tengo garage, bueno lo tengo, pero prefiero usarlo de trastero, siempre lleno de gente y trastos (me viene a la cabeza aquellas cenas multitudinarias en el garage de la casa de comarruga).
Quizás no tener garage en el que estar sóla me hace más pequeñaja como persona individual, pero de ésta manera comparto y eso me hace feliz, quizás es generosidad, quizás egoismo por querer recibir, quizás las dos cosas...
Y me olvido de mi yo para ser un nosotros, creo que no hay nada mas mágico que una pacífica y plena vida en pareja, en trío o en lo que cada uno decida, pero la soledad como forma de vida no me suena nada bien...
PD: T.he dit que t.estimo avui?
Yo cuando estaba en el colegio , me gustaba la F1 y los aviones , entre otras cosas por que nadie les gustaba , un dia la fifi de lengua catalana me dijo que hiciesemos una biografia , como no queria ser tiranica dijo que podiamos escoger el personaje , total que escogi Ayrton Senna y va la mujer y pide voluntarios para salir a leerla , salgo yo y le suelto el cockpit del Lotus y la mujer el cockpit aixó que es? i yo humm on va el pilot pero la professora es vosté . Pero aixo en catala no existeix i jo humm ja pero ... suspes ... jo hummm
sigo sin entender mucho de lo que escribes
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